sábado, 7 de marzo de 2020

Ahí va el Capitán Beto

Por Carlos Ares (*)
Invisible, escucho al Flaco Spinetta mientras escribo. La letra se me va de las manos... Ahí va el Capitán Beto por el espacio finito en su nave hecha en Puerto Madero con saldos y retazos científicos de Felipe Solá, Aníbal Fernández, Scioli, Martín Sabbattella, Tinelli y Chiqui Tapia. El anillo del poder lo inmuniza contra todo pasado. Se ríe a carcajadas Beto del ofendido Beto que lo mira en el espejo retrovisor. Pará con tus tontos escrúpulos, le grita, somos abogados del fuero político, todo nos está permitido.

Ayer acusamos, hoy defendemos, mañana condenamos o arreglamos según quién la pone. Vamos a reformar el Poder Judicial para liberar a los nuestros, a los empresarios que pagan coimas y a terminar con los jueces corruptos y manipuladores que manipulamos y corrompemos desde hace años. Nuestras leyes no tienen ética ni moral, tienen dueños.

Por eso no haremos ninguna reforma laboral para lograr que los PataMedina, Caballo Suárez, Balcedo, Barrionuevo, Moyano, Yasky, Cavalieri, Lingieri, Andrés Rodríguez, Gerardo Martínez y demás capos gremiales millonarios, sentados desde hace treinta años en sus cuevas bajo la foto de Perón y Evita, dejen de extorsionar y cobrar protección en nombre de los verdaderos trabajadores.

Ayer colectivero, todos los bondis sábana lo dejaron bien. Apretó pasajeros periodistas, vendió versos a izquierda y derecha para encubrir el bolsillo del caballero y la cartera de la dama hasta que, ya sin merca en la caja, lo bajaron del empleo público en el cruce de “me dejaron afuera” y “ahora qué hago”. Las sombras fantasmales de la gente que sale a ganarse el mango al amanecer, trabaja y paga impuestos, le hicieron temblar el bigote. Asustado, desnudo de votos, en oferta, se hizo ver en la tele como un crítico implacable.

Hoy, amo entre los amos del aire, fumiga ajuste a docentes, jubilados y productores agropecuarios con humo de relato solidario. Después de haber negado y mentido tanto o más que Sergio Massa, se sienta en el Congreso y dice: “He repetido una y otra vez que a mi juicio, en democracia, la mentira es la mayor perversión en la que puede caer la política”.

¿Es el mismo Beto que escribió en Twitter: “Yo no me olvido como todos con silencio cómplice avalaron a Boudou, a Milani y a toda la decadencia de CFK”? ¿Es el mismo Beto que escribió en La Nación: “(...) será el silencio el que erice la conciencia de quien traicionó el reclamo de justicia de los 85 muertos en el atentado contra la AMIA y el que deje al descubierto el encubrimiento intentado. Y será el silencio el que descubra la magnitud de la tragedia vivida. La misma tragedia que Cristina solo podrá negar hasta que el silencio la aturda”?

Ahí va el Capitán Beto atravesando galaxias de nubes malolientes, la foto de Néstor sobre el comando, un banderín de Argentinos Juniors y la estampita ajada, abusada, del papa Francisco. Mira desde arriba y piensa ahora el Capitán Beto: “¿Por qué habré venido hasta aquí/ si no puedo más de soledad?”. El anillo del poder no alivia la tristeza ni ahuyenta a los miserables que a su alrededor palean, cavan, día tras día, la tierra de la tumba.

Embutido en un velo rosado que lo protege del virus de la verdad, ahí va el Capitán Beto. ¿Cuándo me invita Litto Nebbia a cantar con él? Ojalá que esto pronto suceda. Solo se trata de sobrevivir. Si me viera mi vieja, piensa, ¿qué diría?: “Me choreaste la jubilación pero no importa, yo sabía Betito que al mal para algo le ibas a servir”. ¿Y los muchachos del café?: “Siempre la hiciste bien, Beto. Al único que nunca defraudó la política es a vos”. Si esto sigue así como así, teme Beto, ni una triste sombra quedará de mí.

Ahí va el Capitán Beto, abandonado en el espacio vacío, regando los malvones de su cabina, sacando a pasear al perro, recogiendo caca en bolsas de consorcio. Sin brújula y sin radio, jamás podrá volver a la Tierra. Tardaron muchos años hasta encontrarlo. El anillo de Beto llevaba inscripto un signo del alma. Del alma en pena.

(*) Periodista

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