lunes, 3 de febrero de 2020

La culpa no es del espejo


Por Sergio Sinay (*)

El consumo abusivo de alcohol es el primer factor de riesgo de muerte para los jóvenes argentinos de entre 10 y 24 años. El segundo es el consumo de drogas. Los accidentes de tránsito, el suicidio y la violencia interpersonal constituyen, además, las tres primeras causas directas de muerte en esa franja etaria. 

Las cifras corresponden a un estudio mundial sobre las causas de muerte en la población joven realizado en 2016 por el Instituto para la Medición y Evaluación de la Salud (IHME), de la Universidad de Washington, y publicado por entonces en la británica The Lancet, la más importante revista médica del mundo. A falta de estadísticas serias y confiables en el país, puede considerarse alguna posible variación no significativa producida desde esa fecha en este ranking macabro y, quizás, un empeoramiento en las cifras concretas. En todo caso, estos recuentos son el mapa de un territorio trágico. Y suele ocurrir que los territorios, cuando se los recorre de cuerpo presente, empeoran el dibujo de los mapas.

Batallas entre pandillas adolescentes y juveniles (con creciente participación de mujeres), madrugadas de epidémicos comas alcohólicos o por sobredosis de drogas, choques y vuelcos seguidos de muerte que riegan con sangre joven las calles y rutas de todo el país en las noches y amaneceres de los fines de semana, suicidios de chicos y chicas y accidentes evitables protagonizados por esa franja de la población debidos a la falta de límites y a la asunción inconsciente de riesgos absurdos, son todas cuestiones instaladas y naturalizadas en la vida de la sociedad. Algunos de estos episodios adquieren notoriedad. La mayoría solo se conoce y se sufre en los círculos de allegados.

¿Qué pasa con los jóvenes de hoy?, se preguntan frecuentemente adultos desorientados. “En nuestra época no era así”, acotan muchos con cierto aire de superioridad. Desde esa perspectiva, habría un problema con los jóvenes, o ellos mismos serían el problema que perturba al mundo adulto. Pero los jóvenes no nacen de repollos ni son alienígenas que descienden de platos voladores durante la noche, mientras los adultos duermen sueños inocentes, pacíficos y serenos. En cualquier sociedad los jóvenes, son espejos que reflejan la realidad de los adultos entre quienes crecen, se forman y construyen sus identidades. El caso de la manada de machitos de Villa Gesell que segó la vida de Fernando Báez Sosa resultó la más reciente y horrorosa tragedia de esta permanente saga que difícilmente termine ahí. Hubo y habrá otras, en donde los jóvenes devuelven a la sociedad adulta la imagen de un comportamiento cotidiano que se da en todos los niveles sociales, culturales y económicos. Intolerancia, resolución violenta de los desacuerdos, anomia, abuso de los fuertes sobre los débiles, celebración de la transgresión, complicidades criminales, discriminación, adicciones socialmente aceptadas, estimuladas y publicitadas, negación a asumir la consecuencia de los propios actos (el flamante ex presidente del país dio esta semana una prueba aberrante de esta costumbre nacional), conversión de responsabilidades propias en culpas ajenas, desconocimiento o no aceptación de normas, leyes y límites, bullyng escolar, laboral, deportivo, estatal y de todo tipo. Las imágenes se multiplican. Los jóvenes actúan sin maquillaje aquello que los adultos disimulan con hipocresía, indiferencia y desidia.

El problema no está en el espejo. Este devuelve lo que se pone ante él, en este caso los ejemplos con los cuales se lo educa, se lo modela o se lo incorpora al mundo en el que se desempeñará como adulto en diferentes funciones. Si no nos gusta lo que el espejo muestra, de nada servirá cambiarlo, taparlo, destruirlo, considerarlo fallado, ocultarlo o tirarlo por la ventana. Hay que transformar el cuerpo que se coloca frente al espejo. Se trata de un deber peligrosa y criminalmente pendiente para una masa crítica de padres, dirigentes y adultos en general. Es un deber de todo adulto frente a los jóvenes que, mientras tanto, siguen muriendo dolorosamente en una sociedad que se acostumbró a devorar a sus hijos.

(*) Periodista y escritor

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