sábado, 28 de diciembre de 2019

Que el remedio no sea peor que la enfermedad

Alberto Fernández
Por Héctor M. Guyot

La Argentina es un paciente en grave estado que entra nuevamente al quirófano con respirador artificial y pronóstico reservado. El médico a cargo de la intervención se coloca los guantes y, dado el tenor de la emergencia, te extiende un papel donde abunda la letra chica para que lo firmes al pie sin demora. Tan brava es la urgencia que no basta con aplicar los protocolos habituales. 

El hombre exige carta blanca para hacer las cosas a su modo, nada de estudios preliminares ni juntas médicas que solo sirven para perder tiempo. Él sabrá por dónde hacer la incisión y qué partes del organismo tocar con su filoso bisturí para que ese cuerpo mustio recobre el brío perdido. Sin alternativas, aturdido, estampás la firma. Sin embargo, sabés que el paciente está como está, en gran medida, por el tratamiento que hace un tiempo le infligió el equipo del médico que ahora reclama superpoderes sobre el enfermo mientras desconoce haberle causado antes mal alguno. Entonces, cuando te llevan acostado al quirófano advertís que el paciente sos vos y solo te queda alzar las manos al cielo para pedir que, por esta vez, el remedio no sea peor que la enfermedad. Es decir, el milagro.

Si el cirujano mayor empuñara el instrumental con la mitad de la destreza que tiene para dibujar los diagnósticos, hay posibilidades. El inconveniente es que la capacidad discursiva para cambiar la realidad según convenga es precisamente causa de desconfianza. Con engaños, el equipo de este médico ha sabido vender antes supuestos remedios que casi ponen en coma a la República. El paciente, cuyo instinto de supervivencia está fuera de duda, ha de tomar la anestesia y entregarse al cirujano de turno, pero al mismo tiempo debe evitar que ese sea de nuevo el caso en dos afecciones gravísimas: la crisis económico-social y la enfermedad de la Justicia.

La ley de emergencia que aprobó el Congreso apunta a atender los vencimientos de deuda y las urgencias del sector más postergado de la sociedad. Pero dista mucho de ser un canto a la solidaridad, como pregona su nombre. "No hay congelamiento de los haberes jubilatorios", insiste el Presidente. Sin embargo, no aclara que ahora la movilidad de esas jubilaciones no es un derecho, sino que depende de su voluntad. El dólar blue a 80 pesos supone una devaluación de hecho con un impacto enorme en la población. El impuestazo, que la provincia de Buenos Aires quiere reproducir, recae mayormente sobre la franja que siempre ha cumplido con sus deberes fiscales y aquellos que producen. Algunos medios hablan de "dólar solidario" cuando se refieren al minorista con el 30% de impuesto, otra muestra de la capacidad del peronismo para editarle la realidad a la prensa.

La política no estaba dispuesta a ceder nada hasta que un diputado opositor advirtió el truco en el articulado del proyecto y puso en offside al Gobierno. El Estado tampoco tiene previsto recortar gastos, aunque es un agujero negro por el que se escapan cifras siderales en los casi cuatro millones de funcionarios y empleados públicos que hay en el país y en una corrupción sistémica que alienta todavía más la sensación de injusticia de los que trabajan y tributan. Este Estado de tamaño y gastos desmesurados, expoliado además por quienes lo conducen, viene de lejos, pero alcanzó su máxima expresión cuando el equipo del médico que ahora está al mando llevaba las riendas de la casa. Para peor, la concesión de superpoderes refuerza la cultura caudillista, que está en la base del sistema clientelista y corporativo que lleva décadas entre nosotros y ahora nos ahoga.

El cirujano, que se muestra razonable y criterioso, no admite nada de todo esto. Mucho menos el equipo que lo acompaña, que habla de "tierra arrasada". Estamos en manos de aquellos que produjeron muchos de los males de los que ahora nos pretenden salvar, y el problema es que no se reconocen como parte del problema. Si el Presidente lo hiciera, las cosas serían distintas. Pero aplica relato. Sobre todo, y de manera más flagrante (porque aquí sí que no le queda alternativa), en lo que hace al mal que aqueja a la Justicia. Considera inadmisibles todas aquellas cosas que su equipo, especialmente cuando estaba al frente su actual vicepresidenta, llevó adelante sin pudores. Son inadmisibles, no cabe duda. Que la Justicia Federal está casi toda al servicio de los poderosos lo confirman las noticias de estos días: doce exfuncionarios, sindicalistas y empresarios kirchneristas que estaban detenidos por casos de corrupción salieron de la cárcel desde que el peronismo ganó las PASO, mientras Cristina Kirchner alivia día a día su todavía complicada situación judicial. El diagnóstico del médico de turno es correcto, pero incompleto, porque carece de memoria. La perdió cuando firmó el acuerdo que lo puso a la cabeza de la fórmula que ganó las elecciones. Aquí la intervención persigue un objetivo bien concreto. Y no es la salud del paciente.

© La Nación

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