sábado, 21 de diciembre de 2019

Los únicos privilegiados

Por Roberto García
Para cualquiera resulta difícil entender la razón por la cual el Estado le suprime a los jubilados la indexación de sus magros ingresos y, simultáneamente, el mismo Estado (vía la Ciudad de Buenos Aires) incorpora ese índice para cobrar los impuestos en forma mensual. Por lo menos, parece injusto. Aparte de contradictorio. Mientras se expresa, además, que a los magistrados ni siquiera se les puede rozar la movilidad por razones constitucionales, están excluidos de cualquier congelamiento. Intocables.

Una gentileza del Estado justo con quienes deberán decidir, por ejemplo, sobre la constitucionalidad o no de un aumento del 100% de los impuestos, sin respirar ni dormir, de un saque. Y sin necesidad de operadores. Hay otra evidencia infame sobre la clase pasiva: quienes perciben una retribución mínima, en buena parte porque nunca pagaron para tener jubilación, sea por informalidad o por regalo de algún gobierno demagógico (Macri, entre otros), podrán disponer de dos incrementos de $5.000. En cambio, ningún tipo de suplemento se le asigna a todos aquellos que trabajaron, hicieron los aportes correspondientes y cobraban apenas mas que la mínima. Se los castiga por haber cumplido.

No son los únicos en la nueva ley. Un lúcido observador escribió en la web: “El que recibe $200.000 de sueldo en la Casa Rosada le pide a los legisladores que ganan $300.000 que voten una ley para que el que gana $30.000 nada reclame y sea solidario con los que viven de los planes”.

Cargada de anécdotas, inequidades y confiscaciones sale la nueva y extravagante ley ómnibus cuyo propósito, según la versión oficial, es combatir el hambre, espiralizar la derrumbada actividad económica, mejorar la sustitución de importaciones del siglo pasado y fomentar también la repetida fórmula de estimular el consumo. Sin inflación, por supuesto, de acuerdo a la vulnerable teoría de que pobres e indigentes no comprarán dólares, solo comida.

Así de sencillo: la culpa de la crisis es de la clase media, mismo látigo del gobierno anterior. Entonces, el correctivo del impuestazo como mecanismo de sanación. En forma más sofisticada lo revelan sus autores: Guzmán, Kulfas y Todesca, un trío que ya reconoce el vértice más prominente encarnado en la enérgica personalidad del titular de Producción, quien junto a la vicejefa de Gabinete han sido discípulos de Mercedes Marcó del Pont, titular de la Afip. Hoy se desligan de ese padrinazgo, quizás suponen que no se guarda la mejor de las impresiones de la dama por su paso por el BCRA, cargo del que la desplazó la misma Cristina luego que la operaran de la cabeza en la Favaloro.

A este esquema de poder habrá que adosarle la participación fantasmal de Lavagna, influyente desde las sombras y seguramente por sus consejos merecedor de más cargos para su gente de los que ha obtenido. Solo falta que pase el productivo Duhalde para pasar el platito.

Si bien cuesta encontrar durante décadas una norma salida del Congreso que hiciera menos pobre a la Argentina, en este caso hay quienes confían en la derivación de la ley después de la votación: son los acreedores externos que ahora se deshacen en elogios sobre los Fernández –en particular sobre Alberto, a CFK la ignoran– y el mismo FMI que ya envía una delegación para renegociar la cuantiosa e inusual deuda del país con el organismo. Habían imaginado un tiburón martillo de Venezuela, se han encontrado con un contaminado pececillo del Río de la Plata que combina los números como ellos requieren para dejar con saldo favorable a la caja. Entonces, pasa el estrés, suben los bonos, acciones, se despeja el horizonte.

Debe reconocerse que los FF han registrado un logro: ampliaron un plazo que se consideraba ineluctable. Quienes imaginaban un default para marzo, ya extendieron la fecha hacia agosto gracias a cierto reperfilamiento de los títulos. A su vez, los acreedores entienden que el Gobierno asume medidas auspiciosas para pagar en el futuro, que presuntamente no emitirá a mansalva y, como su único interés es cobrar, ni opinan de dónde proviene el dinero. Si es parte de un saqueo a sectores dóciles de la sociedad (clase pasiva e inerme, ahorristas que siguieron la instrucción de Cristina para comprar dólares y guardarlos en un cofre como ella confesó, gente que acumuló para sus hijos y ahora les podan ese legado hasta con maltrato, también ilusos turistas, productores agropecuarios, vendedores de autos o simples compradores por la web), a quienes jamás se les ocurrió leer a Thoreau para entender la voracidad fiscal del Estado.

Ni pensaron que ese tesoro personal va a una “cajita feliz” para gobernadores dadivosos y endeudados, o si forma parte de otra “cajita feliz” que mantiene legisladores críticos y enardecidos con las facultades extraordinarias, con los superpoderes, pero que firman por la democracia para que las cooperativas, gigantescas o no, eviten pagar ganancias (sobre todo los untados por el sol de Santa Fe y Córdoba).

Ni repara el FMI en otros privilegios, que 4 millones de pobres no pagan la luz, ni 5 millones y medio el gas, y tampoco lo harán en el futuro, menos la naturaleza o generosidad de los miles de subsidios por los que en algunos casos hasta se pelean a tiros sindicalistas como Hugo Moyano y Roberto Fernández. Ni piensa ni sugiere el FMI, apenas manifiesta encanto por la designación de negociadores como Marx, Chodos o Cosentino asistiendo a Guzmán.

Mientras, el peronismo canta la marcha en todas partes, en el Congreso antes y después de cada aprobación, deleitándose con la frase “combatiendo al capital”. Como si hubiera sido creada para ellos.

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