miércoles, 4 de diciembre de 2019

Lawfare para todos y todas

Por Pablo Mendelevich
Una pregunta que a esta hora se hacen sottovoce analistas políticos, dirigentes, sindicalistas, parroquianos bien informados, ministros que ya vaciaron sus escritorios y, sobre todo, Mauricio Macri, se refiere a la intensidad judicial que tendrá desde el martes próximo la persecución judicial contra quien ese día dejará de ser el presidente para convertirse en un expresidente. Dijo Alberto Fernández durante el segundo debate presidencial, hace sólo seis semanas: "El día que (Macri) deje el gobierno lo esperan más de cien causas donde está siendo investigado".

Semejante advertencia, basta recordarla, echa por tierra el argumento central de Cristina Kirchner en su comparecencia ante el tribunal oral que la juzga por direccionar contratos de obra pública. Ella se describió el lunes como víctima de un "plan sistemático" de persecución mediático-judicial al que llama "lawfare". El "lawfare" sería un impiadoso instrumento trasnacional destinado a perseguir a expresidentes progresistas con la excusa de la corrupción para evitar que renazcan o, aunque más no sea para castigarlos por haber gobernado tan a favor de sus pueblos, esto es en contra de los poderosos. ¿Entonces qué razón habría para perseguir judicialmente a Macri si él gobernó -piensa Cristina Kirchner- en contra del pueblo, para los ricos? ¿Acaso el nuevo gobierno será "lawferista"? ¿O de repente aparecerá, el martes mismo, una justicia independiente?

Alberto Fujimori, quien alguna vez se pretendió progresista a su manera y hoy cursa una larga condena penal, debió haberse preguntado ayer si no sería también su infortunio culpa del "lawfare" este. Los peruanos podrían extender la duda a quien se suicidó cuando la Justicia lo acorralaba, el expresidente Alan García, que ya no era de centroizquierda en su segundo gobierno, pero lo había sido en el primero, cuando el peronismo acicateaba a Alfonsín cantando "patria mía dame un presidente como Alan García". En el caso de Brasil estaría claro que a Lula lo agarró el "lawfare", lo que no se entiende es por qué allí la Justicia insiste aún en perseguir, además, a Fernando Collor de Mello, reputado tan centroderechista como su coetáneo Carlos Menem. Es decir, como el compañero peronista cuyos procesos y condenas Cristina Kirchner nunca lamentó, ni en inglés ni en castellano, no se sabe si por considerarlo un horrendo neoliberal o porque entonces ella no conocía ese neologismo, el que fatigó el lunes. Por lo menos ambos ex se amarraron juntos a los fueros cuando los malditos jueces quisieron avanzar sobre ellos haciendo caso omiso a la honorabilidad que el Senado tiene por marca.

El prospecto de este antídoto contra líderes progresistas confunde auténticos y placebos. Al parecer se aplica en países como Ecuador y últimamente en Brasil, pero, por razones nunca explicadas, acá nomás, en Chile y Uruguay, son inmunes. Tampoco prende en Bolivia, donde el imperio estaría trabajando con métodos más tradicionales. A propósito, la Argentina tiene experiencia multipartidaria en expresidentes perseguidos por la Justicia y puestos presos debido a causas armadas o infladas por quienes primero los derrocaron: Yrigoyen, Frondizi, Isabel Perón. Sin embargo, Cristina Kirchner evita menear esta nómina para no tener que mencionar a la viuda del general, primera mujer que llegó al poder como vicepresidenta.

No es porque la riojana -hoy madrileña- haya sido perseguida penalmente por una dictadura, a diferencia de ella que es perseguida en democracia. ¿Democracia? Cristina Kirchner disfruta de asimilar a Macri con Videla, por algo usa giros como "plan sistemático", sostiene que el "lawfare" es la prolongación del Plan Cóndor y acusa al Gobierno de tener "presos políticos" que se resuelven en una "mesa judicial" (también dice que los peronistas son siempre los perseguidos, alguien debería recordarle cada tanto que el juez Claudio Bonadio no sólo es peronista, sino que fue funcionario peronista). Pero Isabel Perón, quien hace casi medio siglo hizo el mismo recorrido entre los mayores cargos que Cristina Kirchner sólo que en el orden lógico -vicepresidenta, presidenta- y que como precursora figura en el Guiness, no le debe parecer ni oportuna ni perseguida arquetípica. Más significativo es que omita la persecución judicial sufrida ya dentro del estado de derecho durante 13 años (10 de los cuales fueron cuando mandaban los Kirchner), por otro expresidente, Fernando de la Rúa (al final absuelto). Un caso que ayuda poco a creer que son los expresidentes progresistas de la región los minuciosamente escogidos por el vil poder supranacional sinárquico para hacerles la vida imposible y cobrarles por haber sido gobernantes grandiosos.

Cristina Kirchner no cambió un ápice. Para satisfacción de sus seguidores es idéntica a la que gobernaba. Siempre se reinventó, hay que reconocer que lo hace bien. Eche mano a la leyenda de Fidel Castro y su frase más famosa ("la historia me absolverá") a la que le adaptó el tiempo verbal, a Nikita Kruschev con los golpes en la mesa (aunque el líder soviético los daba con su zapato) o se enardezca con premeditación y alevosía, su arte es la centralidad. El lunes puso en valor el revoltijo de argumentos que viene usando desde hace años delante de las acusaciones de corrupción, sin contestar preguntas -conducta liminar- ni responder con datos a los cargos ni hacerse problema por eventuales contradicciones. Una de las contradicciones más evidentes fue la de enfadarse porque el tribunal no le había concedido "el recurso" de la televisación, cuando ella misma les atribuye a jueces y fiscales la intención de hacer con sus causas un "show mediático". Es extraño acusar a los medios de ser una pata fundamental del "lawfare" y luego denunciar que no le permiten defenderse como debe porque no la autorizan a salir en cadena. Si con ningún acusado esa queja sonaría razonable, mucho menos con ella, una de las pocas personas que, si quiere, afuera del juicio puede obtener espacio casi en cualquier medio.

El anecdotario de la televisación en realidad confirma que no quiso defenderse ante el tribunal sino actuar para el público, su público, el que ya la absolvió, como dijo en el clímax antijurídico de la indagatoria. Con su sistema personal de justicia en el que el sufragio popular condena o absuelve a un acusado Cristina Kirchner borró algunos siglos de la evolución de la Humanidad, un párrafo que probablemente contribuya poco a aliviar su situación en la causa -como la mayoría de los párrafos- pero sin duda esclarecedor respecto de las ideas que trae para el período que se inicia el martes.

El tono desafiante, que colocó a los jueces en el lugar de subordinados sin que ellos se esmerasen por reponer algo parecido a la majestad de la Justicia alcanzó la cima cuando le preguntaron a la indagada si iba a responder preguntas. "Son ustedes los que van a tener que contestar preguntas", les espetó. Es muy probable que esa frase haya ido en negrita en los informes que los embajadores extranjeros acreditados en Buenos Aires enviaron ayer a sus cancillerías dando cuenta del viejo estilo de la nueva vicepresidenta. Como se sabe, una de las mayores incertidumbres que hay en el mundo respecto del próximo gobierno argentino se refiere a la distribución del poder y a la seguridad jurídica.

En cuanto a Alberto Fernández, el pedido de que sea citado como testigo no constituye una novedad en sentido estricto. La defensa de Cristina Kirchner ya lo había formalizado y el tribunal lo había aprobado. Lo novedoso, y políticamente sugestivo, fue la forma en la que ella agitó el evento. "Van a tener un problema si llaman a los ex jefes de Gabinete porque van a tener que llamar al Presidente de la República". Una advertencia a dos bandas: para los jueces y para el testigo involucrado. Cuál es el problema que van a tener unos y otro no lo dijo.

© La Nación

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