martes, 1 de octubre de 2019

Alto riesgo

Por Manuel Vicent
Muchos ciudadanos de este país suelen almorzar en familia a la hora en que los canales de televisión emiten las noticias. Alrededor de las tres de la tarde la mesa está puesta. Alguien pregunta: ¿qué vamos a comer hoy? Desde la cocina una madre amorosa contesta: sopa, albóndigas y ensalada. En ese momento, desde la pantalla la locutora enumera también los sucesos, que el telespectador va a degustar: un enfrentamiento político a cara de perro, un incendio devastador, un atentado con decenas de muertos y un crimen pasional.

Ambos menús son intercambiables porque a través de los sentidos uno será asimilado por el gusto y otro por la vista y el oído.

Mientras el ciudadano degusta la sopa o mastica la albóndiga oye los macabros detalles de una mujer asesinada a cuchilladas, e incluso puede ver la imagen del marido, que se ha colgado de una viga. El ciudadano no es consciente de que tanto la sopa como la albóndiga van a bajar a su estómago envueltas con ese crimen para ser digeridos por igual.

Del mismo modo que finalmente ha sido posible captar las ondas gravitacionales producidas por la explosión del big bang hace unos 13.700 millones de años, está cerca el día en que se podrán detectar las ondas negras que generan los crímenes y catástrofes en cualquier parte del planeta y la forma en que llegan por el espacio a nuestra casa y contaminan las paredes, los muebles, las lámparas, los objetos de cocina y todos los alimentos que se guardan en la nevera.

Comer durante el telediario supone un alto riesgo, un peligro que se acrecienta si encima uno comparte las desgracias del mundo con una comida basura. ¿Cabe mayor degradación que contemplar cadáveres de inmigrantes flotando en el mar mientras uno se dispone a zamparse alegremente un pollo hormonado? Algún día no lejano se podrá detectar el hedor que dejan en el aire los telediarios.

© El País (España)

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