sábado, 14 de septiembre de 2019

Raras economías nuevas

Por Roberto García
Caso Lacunza, primera curiosidad argentina: de repente es un valiente, buen hombre, sensato para hacer lo que otros no hicieron. Alberto Fernández lo dice, el séquito también, con el agravante de que lo tratan de “pobrecito” por la oportunidad que le toca vivir.

Ni hablar de los encomios de Macri, que lo eligió por descarte al borde del abismo.

Y quien fuera el ministro de Economía de la provincia que la oposición mas objeta por endeudamiento y mal uso de los fondos durante casi cuatro años, en apenas un mes se volvió eficiente para todos en el orden nacional.

Curiosidades. Aunque expandió moneda al principio, quizás innecesariamente, luego reperfiló y tres días después declaró el control de cambios —algo así como operar al paciente y más tarde recetarle antibióticos—; no ajusta combustibles y los pesifica (podría llevar a YPF al default por primera vez en su historia), impuso un rulo con el dólar múltiple que a un colegial le permitía ganarse l0% en media hora (ahora se requieren 12 días) o fuerza a los bancos para que recuperen sus créditos (prefinanciación de exportaciones), alrededor de diez mil millones de dólares que se le restan a la actividad economica y promueven mas recesión.

Cualquier profesional de la economía podría agregarle otras delicias culposas, compartidas con un Sandleris de difusa comunión estudiantil ahora con Kicillof y Alvarez Agis, fruto sin duda de la impotencia política del Presidente —y de su probable reemplazante— para atender una crisis monumental. Como propiciar medidas tipo la baja del IVA a los alimentos, que nadie ya podrá cambiar, o distraerse de la Ley de Emergencia Alimentaria arrancada con una algarada en las calles, el inicio de un camino impredecible. Vencido o adrede, el gobierno liquidará antes del 27 de octubre lo que se insinuaba como superávit primario, el sacrificio de más de un año de privaciones. Eso sí: le quedará a Lacunza el recurso de escribir un libro para trasladar responsabilidades, igual que su antecesor de la fuga en pánico, Dujovne, copia de las expiaciones que ya ha hecho en un discutible paper Sturzenegger o en reportajes amigables Prat Gay.

En ese mismo sentido, Marcos Peña y su jefe reconocido deberán publicar una enciclopedia más adelante. No les faltará ocio.

Segunda curiosidad. Fernández ha dicho que gobernará con los mandatarios provinciales, a los que exalta como héroes, quienes administraron con más plata que nunca y se han endeudado en la misma escuela afiebrada de Macri. Sin embargo, a uno lo execró el voto, a los otros lo premiaron los votos. La promesa de compartir poder con los gobernadores supone un riesgo, advertido antaño por los Kirchner. Debe recordarse que siempre, desde su mínima provincia, Néstor conseguía mas estatura y beneficio por su participación en el Consejo Federal de Inversiones, sede de los gobernadores, quienes han negociado intereses con la Casa Rosada por partida doble: sacan ventajas en conjunto y luego por su cuenta. Cuando llegó al poder la pareja sureña, fulminó ese instrumento; lo conocían mejor que nadie como método de exacción (Insfrán es el ejemplo de mayor habilidad en esa materia). No lo ignora Fernández, pero su promesa federalista esconde otro ardid: ese complemento de mandatarios rodeándolo podría protegerlo de la fuerte influencia de la viuda, de lo que podría pretender en el gobierno contra la voluntad de quien ha dicho que nunca más se peleara con ella. Habrá que esperar.

La tercera curiosidad ha sido la apelación de Fernández al modelo de Portugal, su visita a un gobierno socialista.

Modelos. Si bien cometió deslices por acompañar medidas de Macri y sostener que el dólar estaba bien a $ 60 luego de la devaluación, su problema mayor estriba en que no dispone de un aspirante propio, de envergadura, para ocupar la cartera de Economía. Por más que digan que importan los proyectos y no los nombres, a ninguno le da la talla. Y Alberto no es Néstor, que despues de unos años anotó durante un año a otro Fernández perdido en la guía. De ahí que circulen promociones de ajenos como Nielssen, Redrado y hasta el movedizo Melconian, hoy en el candelero por unos trapitos al sol que acaba de ventilar en un libro sobre los equipos de lujo del macrismo que el mismo integraba.

Tampoco le agregan materia gris en la materia Felipe Solá, prometiendo juntas para todo lo que crezca sobre la tierra, o que la inflación fue sometida por Perón de un año al otro, del 40 al 4%, como cree que podrán hacer los Fernández ahora (no escuchó a Alvarez Agis, de su coleto, quien dice: “se necesitan 7 años para bajar la inflacion”).

Menos Sergio Massa, quien repite que la Argentina soporta una presión tributaria insoportable y, al mismo tiempo, gestiona un nuevo impuesto para quienes se llevaron sus ahorros declarados al exterior. Prefiere, se supone, que los inversores los guarden en la mesita de luz. Aunque la ideología soporta todo —y pronto viaja Fernández a México, pais que ha desplegado tropas en la frontera de Guatemala al mejor estilo Trump—, sorprendió el interés del candidato de Cristina por el duro ajuste portugués, apoyado en salarios y jubilaciones congeladas. También por lo incomparable de los dos países, uno que podría ser una de las tantas provincias del otro, con apenas once millones de habitantes, sin Banco Central y con el control y la ayuda de la Comunidad Europea. Casi una observación inaudita. En todo caso, el candidato podría haberse interesado en el proceso de Australia, con suficientes semejanzas físicas y económicas con la Argentina, más la evidencia de que esa nación está por ingresar a la tercera década consecutiva de crecimiento, basado en no afectar a lo que les produce dinero (campo y petróleo, entre otros pocos rubros), y en no favorecer artificialmente actividades en las cuales imaginaron que ya no podían competir en el mundo. Como la industria automotriz y la textil, por ejemplo. Más bien, entienden que el sector industrial no provee siquiera el empleo de otros tiempos.

Estos presupuestos australianos, sin requerimiento de idoneidad, se trompean furiosos con el pensamiento mayoritario y productivo de la fuerza política con mas posibilidades de ganar la eleccion, cuya única certeza —aparte de nuevos impuestos— es que las medidas económicas serán lanzadas apenas comience el gobierno, los primeros cien días. Porque luego será tarde; como si ahora ya no fuera tarde. Y la predicción de que solo nos interesa rescatar al moribundo, estabilizarlo, vale si el paciente no está muerto.

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