sábado, 3 de agosto de 2019

Entre Pindonga y Cuchuflito

Por James Neilson
Hace apenas un par de meses, los kirchneristas tenían buenos motivos para suponer que el país estaba por despertar de la atroz pesadilla macrista que tanto los angustiaba. Era lo que vaticinaban los arúspices profesionales de las empresas que procuran monitorear la evolución de la opinión pública al atribuir al delegado de Cristina una ventaja cómoda en las etapas preliminares de la larga carrera presidencial.

Aunque los más cautos advertían que podría perder por poco en una eventual segunda vuelta, creían que les sería fácil obtener los votos que necesitarían para ahorrarse tal disgusto. Así pues, estimulados por la sensación de que el gobierno tenía los días contados y convencidos de que les correspondía asestarle el golpe de gracia, los militantes K más agresivos se pusieron a atacar a Mauricio Macri, María Eugenia Vidal y los demás desde todos los ángulos concebibles. Los trataron de mentirosos, fachos, ricos desalmados, asesinos múltiples de niños en potencia y hasta de neoliberales.

En la lucha por liberar al país del yugo macrista, contarían con la colaboración de los sindicalistas más radicalizados, empezando con los aeronáuticos que aprovechaban la oportunidades para arengar, antes de permitirles desembarcar, a los pasajeros que no habían dejado en tierra.

Como suele suceder, la confianza que sentían los kirchneristas los hizo cometer un exceso tras otro, mientras que, para alivio del oficialismo actual, la desvencijada economía nacional entró en una fase de calma relativa al tranquilizarse los mercados. Siempre y cuando las encuestas cuyos números se difunden reflejen algo más que los deseos de los encargados de confeccionarlas, hacen pensar que, a una semana de las PASO, Macri podría estar a punto de tomar la delantera.

En tal caso, los líderes de Juntos por el Cambio correrían el riesgo de caer en la trampa del triunfalismo que tanto ha perjudicado a los kirchneristas. Nunca es bueno cantar victoria prematuramente. Puesto que el estilo poco histriónico de Macri le permite acercarse a quienes están hartos del sonido y furia de los iracundos de siempre, le convendría mantenerse a la defensiva para aprovechar, como un buen judoca, las arremetidas violentas de sus adversarios. Necesita que Alberto Fernández y Axel Kicillof sigan asustando a la buena gente con propuestas económicas peligrosas y que personajes como el aspirante a concejal municipal Aníbal Fernández y otros integrantes del elenco estable K, además de la mismísima Cristina, parezcan individuos poco serios que están dispuestos a soltar cualquier barbaridad que les sirva para llamar la atención.

En este rubro tan importante para políticos en campaña que quieren figurar en los noticieros todos los días, ya que a partir de Hipólito Yrigoyen ningún peso pesado del oficio ha hecho del silencio un arma proselitista, Cristina es una maestra consumada. Al mofarse de las hipotéticas marcas Pindonga y Cuchuflito consiguió muchas horas de publicidad gratis, si bien más tarde tuvo que enfrentar la indignación de representantes de las esforzadas PYMEs nacionales a los que no les gustaba ver puestos en ridículo los productos que venden a precios accesibles.

Tal reacción, parecida a la de los docentes y estudiantes de la Universidad de La Matanza cuando, desde el atril que le proporcionaba Harvard, Cristina tomó dicha casa de estudios por un ejemplo de mediocridad, puede comprenderse, pero mal que les pese se trataba de lo que hasta ahora ha sido por lejos el aporte más memorable a la campaña electoral.

Menos feliz que el comentario de la expresidenta sobre las segundas y terceras marcas fue su intento de equiparar los problemas de “la comida” en la Argentina con la hambruna trágica que están sufriendo millones de venezolanos a causa de la apenas creíble ineptitud de sus gobernantes. Hasta Alberto Fernández se sintió constreñido a disentir con su jefa; admitió que la situación provocada por los chavistas en la utopía bolivariana “es mucho más grave que la nuestra”. También calificó de “autoritario” el régimen del “hijo de Hugo Chávez”, Nicolás Maduro, lo que a buen seguro no cayó bien entre aquellos compañeros kirchneristas que insisten en que el colectivero reciclado en comandante revolucionario es víctima heroica de una feroz ofensiva estadounidense ordenada por Donald Trump.

Ya antes de iniciarse el mandato de Macri, los estrategas K entendían que sería de su interés que el sucesor de Cristina, aun cuando se tratara de Daniel Scioli, heredara una economía programada para estallar, de ahí lo que algunos bautizaron el “plan bomba” que dicen, fue obra de Kicillof. Desde el punto de vista de quienes subordinan todo a su ideología particular y por lo tanto se creían los únicos con derecho a gobernar el país, era perfectamente lógico condenar al grueso de los habitantes de la Argentina a años de miseria por no haber reformado la Constitución a tiempo para permitirles eternizarse en el poder. Por las mismas razones, también lo sería que Alberto apostara a que, al sembrar más miseria, una corrida cambiaria oportuna pusiera en apuros a su contrincante, ya que no es ningún secreto que Macri ha sido beneficiado por la calma que impera en los mercados.

Para satisfacción del Gobierno, las palabras del candidato acerca del valor real del dólar – es decir, del peso, puesto que la fortaleza de la divisa norteamericana no depende del Banco Central argentino–, y la conveniencia de no pagar los intereses de ciertos títulos de deuda, no tuvieron el impacto inmediato que habría previsto. Claro, si Alberto gana en octubre o noviembre, su presunta voluntad de contar con un dólar carísimo y de encontrar formas de eludir las obligaciones financieras del país, harían aún más azarosos sus primeros días en la Casa Rosada. Está armando su propio plan bomba.

¿Se equivoca Alberto cuando dice que aquí el dólar debería valer mucho más? Es difícil saberlo. Son tantos los factores en juego que hasta los expertos en la materia suelen discrepar, sobre todo en tiempos electorales en que la cotización del peso desempeña un papel que podría resultar decisivo. De todas maneras, por ser la Argentina el país más inflacionario de la Tierra, el que durante más décadas que ningún otro ha convivido con el fenómeno, los resueltos a deprimir el valor de la moneda nacional han tenido muchas oportunidades para probar suerte devaluándola, pero siempre han sido malos los resultados concretos de sus experimentos en tal sentido.

Por su parte, los macristas no pueden sino entender muy bien que la estabilidad cambiaria complica la vida de muchos empresarios, en especial los del sector Pindonga y Cuchuflito, pero han llegado a la conclusión de que no conduce a ninguna parte el facilismo insinuado por los persuadidos de que un dólar altísimo ayudaría a galvanizar la producción.

También influye el que hayan hecho de la disciplina fiscal una de sus señas de identidad, lo que significa que flaquear a esta altura los privaría de la imagen de seriedad, una que acaso sea antipática pero que así y todo merece respeto, por la que optó luego de obligarlo a abandonar el gradualismo la crisis cambiaria de abril del año pasado. En aquella ocasión, Macri y sus acompañantes decidieron que no había más alternativa que la de privilegiar la macroeconomía, o sea, el mediano y largo plazo, ya que de lo contrario el país continuaría sufriendo convulsiones esporádicas que lo depauperarían cada vez más; hay motivos para creer que una proporción sustancial de la ciudadanía sospecha que está en lo cierto, razón por la que, a pesar del estado penoso de la economía, la reelección dista de ser una fantasía.

En opinión de casi todos salvo los militantes y quienes procuran auscultar la misteriosa mente colectiva nacional, hasta ahora la campaña electoral ha sido extraordinariamente chata al limitarse demasiados candidatos a insultar a sus adversarios o a criticarlos por decir cosas inaceptables. Podría argüirse que los debates en torno al lenguaje que deberían emplear los políticos son muy importantes porque de la cortesía, o de la falta de ella, depende la convivencia democrática, pero es notable que, con la excepción reciente de Alberto al plantear el tema de la tasa de cambio, pocos se han animado a debatir acerca del “modelo” económico que al país le más convendría elegir, tal vez porque, algunos ideólogos irremediables aparte, todos saben que tendría que ser una variante del capitalismo avanzado.

Si hay diferencias fundamentales entre los contendientes principales, están relacionadas con el grado de responsabilidad por la situación actual. Aunque la mayoría entiende que esta debacle, como todas las anteriores, se debe al fracaso histórico de la clase política en su conjunto, los kirchneristas y muchos otros quieren hacer pensar que Macri es culpable de todo lo malo, mientras que para quienes respaldan al Gobierno, cuando el Presidente asumió se vio ante una tarea imposible y, si bien habrá cometido una importante cuota de errores por subestimar groseramente las dificultades que le aguardaban, aprendió de ellos y, con la ayuda de la comunidad internacional, está trabajando duro para superar problemas que son más estructurales que coyunturales y que ningún otro gobierno de los últimos cien años ha tenido la voluntad de enfrentar.

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