domingo, 11 de agosto de 2019

El fabuloso mundo de Cristina y Mauricio

Por Gustavo González
La vida es un relato, pero no un relato único. Las personas editan sus pasados y sus presentes y los suben a una nube que comparten con otros como ellos. No es la nube de la web, es la superestructura cultural de una tribu, de personas que no son idénticas, pero tampoco muy distintas. (Las muy distintas editan otras vidas y las suben a otras nubes.)

Sartre y Perón. Lo que surge son grandes relatos que representan a sectores sociales con voces, necesidades y ambiciones particulares. Luego, esos grandes relatos intentarán imponerse como la verdad excluyente de su época. Aunque siempre serán las expresiones de ciertos sectores que conquistaron la voz hegemónica de su tiempo. Hasta que nuevas mayorías generen nuevos relatos que se impongan sobre los anteriores.

No se trata de ficciones. No lo son para quienes las construyen como verídicas. Porque son sus historias, las que recuerdan, las que les contaron, la moral validada por otros como ellos. Son lo que hacen con lo que antes otros hicieron de ellos, como explicaba Sartre.

Pero tampoco son verdades universales y atemporales. Son apenas nuestras verdades, aunque parezca que son las de todos.

Perón decía que la única verdad es la realidad, idea aristotélica con la que hasta los antiperonistas coinciden. Quizá el problema sea que la única verdad es que no hay una única verdad.

Además de debatible, la idea de verdad absoluta es riesgosa.

Cuando las mayorías acuerdan la existencia de una verdad y una realidad única, se corre el riesgo de que quienes expresen otras verdades y realidades sean considerados peligrosos y se les haga pagar por ello.

Nuestros monstruos. La grieta argentina representa el conflicto de años entre dos relatos en pugna, ninguno de los cuales consigue imponerse por sobre el otro. Cada uno construye una verdad excluyente. Cada uno tiene sus próceres y sus monstruos, y se construyen mutuamente.

Cristina Kirchner es el monstruo que unos crearon en función de datos objetivos y subjetivos. Pudo haber sido una construcción más o menos real, más o menos irreal, pero esa mirada sobre ella y lo que en ella provocó fue alimentando a un monstruo más real. Entendiendo por monstruoso un liderazgo que es percibido como agresivo, corrupto y dañino.

Lo mismo se puede decir del monstruo que la otra parte de la grieta siempre vio en Macri (desalmado, no menos corrupto y dañino) y del efecto transformador que una mirada tan brutal de los otros puede generar sobre un sujeto, modificando su propia esencia.

Son relatos fabulosos, en el sentido de representar historias ideales y míticas que explican los pesares y justifican las esperanzas.

Esta lucha por cuál de los relatos es el predominante, se volvió tan prolongada y promiscua que deja al descubierto la naturaleza infantil de un mecanismo social identitario.

La campaña electoral resulta un terreno fértil para que esa naturaleza se exprese al extremo. En busca de votos, todo se vuelve más ficcional, como esas telenovelas sobreactuadas que igual conmueven y acaparan la atención de una audiencia que odia o ama a los actores según el papel de héroe o villano que les tocó en el guión.

En esta novela trágica en que se convirtió la campaña, unos afirman que si Macri ganara completaría un “plan de exterminio” como el de Martínez de Hoz durante la última dictadura. Otros le responden que si fueran Alberto y Cristina quienes ganaran convertían al país en “otra Venezuela”.

Unos se están refiriendo a la dictadura argentina en la que desaparecieron miles de personas. Y los otros a aquel país militarizado del que la gente escapa y faltan medicamentos y comida.

Es cierto que hay razones para ser escéptico sobre cómo serían los próximos gobiernos de unos y otros. Pero ni los ocho años de Macri en la Ciudad de Buenos Aires y estos cuatro como Presidente, ni los doce años de los Kirchner en la Casa Rosada, dan para asegurar (al menos para decirlo sin la menor duda) que esos presagios que unos ven en los otros se podrían cumplir.

Cero autocrítica. La ficción dentro de otra ficción que es esta campaña electoral, ratificó los discursos esperados de uno y otro lado de la grieta.

No hubo en Cristina ni una palabra de perdón hacia los opositores, periodistas e intelectuales que persiguió por pensar distinto. Un mea culpa por los funcionarios, socios y amigos que se enriquecieron. Un principio de explicación del rol de su marido y el suyo propio en el esquema de corrupción montado desde sus gobiernos. Ni una revisión por la recesión que comenzó en su último mandato y la hipoteca económica que le dejó a su sucesor (pobreza, inflación, estadísticas falsas, cepo y retraso cambiario, etc.). Tampoco Alberto cayó en la tentación de la autoflagelación.

Escondió cuanto pudo las fuertes críticas que le había dedicado a Cristina y cuando los periodistas se lo marcaron, los trató con la dureza con que el kirchnerismo duro esperaba que los trate. Tampoco hubo autocrítica por sus años de jefe de Gabinete de Néstor y Cristina. Ya no por tener relación directa o indirecta con aquel esquema de corrupción, sino por no haber controlado lo que sus subordinados hicieron durante seis años. Y no tuvo una palabra de disculpas hacia medios como PERFIL a los que se discriminó y maltrató durante su gestión.

Macri también hizo lo suyo. Comenzó la campaña en tono moderado y terminó los últimos días desencajado, gritando “carajo” y culpando por los resultados de su gestión a los males del pasado. No dijo que recibió lo que recibió y que en estos cuatro años empeoró la inflación, la recesión y la pobreza. Tampoco pidió disculpas por la soberbia de creer, después del triunfo de 2017, que sin consensos de fondo se podrían obtener cambios de fondo.

Ni parece dar serias muestras de autocrítica por el virus de la electoralitis permanente que lo llevó a profundizar en la grieta en lugar de construir un relato superador que convenciera a una mayoría menos circunstancial que la que se consigue en un ballottage.

Malestar electoral. En esta fábula de verdades absolutas y enfrentadas, las terceras alternativas se diluyen en un mundo solo permitido para el blanco y el negro.

Mientras tanto, las encuestas muestran el malestar de elegir entre los que se elige.

Según la consultora Aresco, un tercio de quienes votan a Macri lo hace casi exclusivamente para que no gane Cristina. Y casi un cuarto de los que la votan a ella, lo hacen para impedir que Macri sea reelecto.

Por eso, quizá el mayor interrogante de estas votaciones es el dilema de elegir entre lo malo y lo peor. Y de entender cuál es cuál.

Todo, en medio de unas PASO en las que, para acentuar más la fabulosa ficción argentina, concurrimos a votar en elecciones internas que, en la práctica, no existen.

© Perfil.com

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