martes, 5 de marzo de 2019

Un clic clac y ya

Por Isabel Coixet
Anochece y me doy cuenta de que nunca resolveré este enigma. Podría atribuir mi incapacidad a muchas cosas, pero lo cierto es que, en ningún momento de mi vida, he sido capaz de hacer lo que he intentado hacer desde esta mañana, ni aun tomándome todos los intervalos del mundo, ni haciendo respiraciones, ni dando paseos energéticos ni siquiera empezando una y otra vez con la mejor de las disposiciones: jamás conseguiré interpretar las instrucciones para montar la mesa de café, que ingenuamente compré desmontada, tras escuchar al vendedor cabrón que me persuadió con un «señora, es facilísimo, hasta un niño podría montar esta mesa, esto es un clic clac y ya».

Pues no, oiga. Para empezar, no encuentro las letras del plano que se supone corresponden a las incontables tuercas que tengo delante. Soy incapaz de identificar ni la A, ni la B, ni la C ni nada por mucho que agite el plano en todas las direcciones, como si esperara que mágicamente, al conjuro de las letras del abecedario, los tornillos fueran a encontrar su camino hacia las roscas. Me siento fracasada, agotada, con la moral por los suelos, tras cada nuevo intento de interpretar las instrucciones. Ni siquiera he conseguido averiguar dónde van las patas de la mesa que cruzaban en diagonal las dos superficies de esta y que tan inofensivas parecían con la mesa montada en la tienda, que por cierto no era Ikea ni ninguna otra gran cadena. Envidio profundamente a los manitas. Y a los que tienen un manitas a mano.

Mi fracaso montando la mesa, inevitablemente, dado mi carácter pesimista, me lleva a otros fracasos. Me pongo a repasar varios de ellos, antiguos y recientes. Nunca he conseguido aparcar decentemente marcha atrás. Jamás me he puesto de pie en una tabla de surf. Soy incapaz de superar el miedo a los vestuarios de los gimnasios. Me he equivocado escogiendo socios y parejas (aquí he mejorado, gracias a Dios, lo admito). No sé respirar bien ni hacer croquetas. Mis habilidades domésticas dejan mucho que desear. La economía no es mi fuerte. Tengo una engorrosa habilidad por granjearme las antipatías de cualquiera que teóricamente pueda beneficiarme en algo. Hablo más de la cuenta en situaciones comprometidas por pura fobia social. En público, cuanto más me esfuerzo por expresarme con claridad, más me embrollo. Siempre escojo la cola más larga, el camino más difícil, la ruta menos transitada (¡que por algo será!), la manera más enrevesada y ardua de llegar de A a Z.

Probablemente es demasiado tarde para cambiar el signo de esta larga lista de fracasos, pero de una cosa sí estoy segura: nunca volveré a creer a nadie que me diga que esto es un «clic clac y ya», y en adelante no se me va a ocurrir comprar un mueble desmontado. Si necesitan una mesa de café, todavía en el embalaje original sin estrenar, son ochenta euros en Wallapop.

© XLSemanal

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