miércoles, 20 de marzo de 2019

Entretelones del poder detrás de la Constitución peronista de 1949

Por Pablo Mendelevich
Siempre hay un líder que rehúsa la tibieza. Como el presidente Perón aquel 1° de mayo de 1948, cuando en su mensaje anual al Congreso destrozó el rumor de que pretendía modificar el artículo de la Constitución nacional referido a la reelección: "Sería un enorme peligro para el futuro político de la República y una amenaza de graves males que tratamos de eliminar desde que actuamos en la función pública". Y siguió con pareja severidad.

Hasta asoció la reelección con fraude y violencia. Eso se llama ser rotundo. Cuatro meses después hizo reescribir la Constitución nacional con ampulosidad doctrinaria, gesta que incluyó la habilitación para su reelección indefinida. En 1951 se convirtió en el primer reelecto.

La Constitución peronista, que según los opositores no buscaba otra cosa que asegurar la perpetuación de Perón y según el peronismo marcaba la cima del constitucionalismo social, fue promulgada hace ahora 70 años, el 16 de marzo de 1949, tras siete semanas de confección. Fervorosa, cesarista, prometía desde el Preámbulo "una Nación socialmente justa, económicamente libre y políticamente soberana", contraseña partidaria de los autores (de las "Veinte verdades peronistas", la 18».). Lo que sí impactó en la posteridad, si bien con intermitencias, fue la reelección consecutiva introducida entonces, ahora mismo un asunto central de la vida política argentina. La elección directa -sin electores- y la elección popular de los senadores nacionales también fueron estrenadas en 1949. Ambas normas, curiosamente, serían repuestas de forma transitoria por el gobierno militar que epilogó los 17 años de proscripción peronista: las dos presidenciales de 1973 fueron directas debido a la Enmienda Lanusse, precursora a la vez del acortamiento de los mandatos a cuatro años y del ballottage, cambios adoptados hasta hoy (el ballottage fue tuneado) en 1994.

A la Constitución peronista la fulminó la Revolución Libertadora, cosa que no sorprende como que el hecho de que el peronismo, pese a venerarla siempre en su liturgia, nunca hizo nada en serio por reponerla. Ni siquiera cuando tuvo el control de la segunda reforma constitucional del siglo, la del 94. Que fue la contracara de la del 49 (felices los amantes de la numerología) en cuanto a consensos -se pasó de una Constitución facciosa a una plural-, no así en materia de reelección. Otro presidente peronista que también decía al principio no estar interesado en la reelección organizó con esmero una reforma entallada para su sisa. Pactó con Alfonsín las modificaciones institucionales y se benefició en forma personal con la permanencia en el poder.

La reelección, pues, nació peronista setenta años atrás y así quedó... por lo menos hasta 2019. Hablamos de reelección inmediata, otra cosa son los discontinuos Roca e Yrigoyen, la vuelta de Perón y los intentos de Mitre, Sarmiento, Alvear y del mismo Menem en 2003. Los tres reelectos que tuvimos, Perón, Menem y Cristina Kirchner, gobernaron en conjunto 28 de estos 70 años. Hoy Macri se perfila como el primer presidente no peronista que aspira a la reelección debido a que camina más o menos firme (no sin una crisis económica de grandes dimensiones, sino a pesar de ella) a convertirse en el primero que cumple con el requisito sine qua non: para aspirar a un segundo mandato se debe terminar el primero. Parece sencillo, pero el último ajeno al peronismo que terminó el mandato fue Agustín P. Justo, otro ingeniero, en 1938. No había peronismo ni reelección.

Claro, después de aspirar falta ganar. Y la mítica ventaja de ser presidente no garantiza éxito. En Estados Unidos hubo cuatro derrotados al cabo del primer mandato: Herbert Hoover, Gerald Ford, Jimmy Carter y George Bush padre. De los cuatro presidentes peronistas que completaron mandato en estos setenta años todos buscaron la reelección... menos uno. Caso especial, Néstor Kirchner abdicó, podría decirse, en favor de su esposa, a quien esperaba suceder. Fue el único expresidente de la historia que (hasta que lo sorprendió la muerte) seguía viviendo en la residencia presidencial y ejerciendo poder. Esa no la imaginaron los diseñadores de mecanismos sucesorios.

Los constituyentes presididos por Eduardo Menem lograron consenso para instituir una sola reelección inmediata a los cuatro años con posibilidad de volver después de un período, a diferencia de los de 1949, quienes le habían ofrendado a Perón la reelección ad infinitum con mandatos de seis años. Fue este ítem el detonante de la ruptura de la convención constituyente que tenía al nacionalista católico Arturo Sampay como materia gris y que presidía el gobernador Domingo Mercante secundado por Héctor Cámpora. Es bien conocida la controversia que hubo con la ley de la necesidad de la reforma cuando el peronismo entendió que bastaba con dos tercios de los presentes y no de los existentes. En 1948 Perón estaba muy fuerte y Evita vivía la plenitud de su poder. Venían de nacionalizar los ferrocarriles, los miembros de la Corte Suprema habían sido despedidos mediante juicio político, se acababa de inaugurar el Aeropuerto de Ezeiza. Los radicales discutían cómo oponerse, entre el boicot y la participación crítica. Al final fueron por el medio. Se presentaron a las elecciones constituyentes y sobre el final de la convención (eran 48 convencionales, contra 108 del peronismo) dieron un sonoro portazo.

Tras comparar a Perón con Mussolini, Moisés Lebensohn había recogido el ejemplo de Franklin D. Roosevelt, reelegido en 1936, 1940 y 1944 debido a la circunstancia de que se desarrollaba la Segunda Guerra. El líder radical quiso subrayar que después de esa excepción, Estados Unidos había suprimido la reelección indefinida. Pero Sampay asimiló a Perón con Roosevelt y dijo que tal vez para el sucesor del general iba a ser necesario volver a prohibir la reelección. "A confesión de parte, relevo de prueba", exclamó Lebensohn. Un convencional oficialista gritó: "Perón es el San Martín de esta época". La oposición entendió que era el momento de romper y dejar solo al oficialismo. Los 48 radicales abandonaron las bancas para siempre.

Como Perón seguía fingiendo desinterés reeleccionista fue Evita quien llevó la instrucción de cómo modificar el artículo 77. Los crédulos pensaban que ella estaba contradiciendo a su esposo. Mercante, que había brillado en la campaña electoral constituyente y a quien se mencionaba como sucesor de Perón, quedó en el medio de los malentendidos. Poco después acabaría su carrera política perseguido por el propio peronismo. Varios historiadores aseguran que los días de la convención sellaron la suerte de quien la piloteó.

Junto al nacionalismo económico y el tono estatizante, la enumeración de los derechos de los trabajadores (artículo 37°, tomada de un discurso de Perón de 1947) suele ser la mayor fuente de nostalgia de quienes homenajean la Carta Magna que devino pieza de museo. Sin embargo, el texto obrerista no incluía el derecho a huelga, que recién entró a la Constitución en el artículo 14 bis, uno de los dos agregados que se hicieron en 1957. Vaivenes de la historia: los derechos sociales hoy vigentes, en parte basados en la Constitución peronista, quedaron consagrados en el 14 bis gracias a la constituyente convocada por la Revolución Libertadora, previa exclusión del peronismo.

© La Nación

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