viernes, 1 de febrero de 2019

Más luz sobre la campaña electoral

Por Pablo Mendelevich
Al ser citados por la Justicia en la causa de los cuadernos, varios de los más importantes empresarios del país argumentaron de entrada que los fajos de dólares y de pesos que de ellos recogía con la puntualidad de un lechero el remise conducido por Oscar Centeno no eran coimas, sino aportes de campaña. Los empresarios con un pie en la cárcel pensaban que podrían matar cinco pájaros de un tiro: reducir la pena, evitar convertirse en arrepentidos, pedir que la causa pasase de la Justicia Federal a la Electoral (mucho más amable), justificarse moralmente ante la sociedad y, por elevación, mejorar la reputación de los coimeados, quienes así quedaban reducidos a ordinarios recaudadores del Frente para la Victoria según usos y costumbres.

Pero la coartada no se sostuvo durante mucho más de quince minutos.

A la cabeza de los coimeados se cree que estuvieron -aún no lo probó la Justicia- los Kirchner, en cuyos domicilios de Barrio Norte y de Olivos el remisero anotador hizo las entregas de buena parte de las coimas. Los Kirchner, casualmente, son autores originales del equívoco coima-aporte, los inspiradores de la máscara proselitista de la que echaron mano los empresarios acorralados. La frase "para hacer política hace falta mucho dinero", atribuida a Néstor Kirchner como justificativo público de su creciente fortuna personal, en ocasiones ha sido usada por sus seguidores para presentar la avaricia como un servicio a la patria. No hay registro alguno de que los Kirchner hubieran puesto jamás un centavo de su bolsillo en ninguna campaña. Tampoco se sabe de contribuciones en negro.

Para ser justos, el último acaudalado que de veras se gastó parte de su fortuna haciendo política y alcanzó la presidencia fue Hipólito Yrigoyen. Los políticos de primera línea de buen pasar (con excepción de Francisco de Narváez, cuyas ideas y oratoria llegaron a ser disputadas por líderes de diferentes partidos a la vez, incluido Kirchner al principio) casi nunca son autoaportantes.

Tan lejos llegó la corrupción relacionada con contratos con el Estado que el oscuro submundo de la financiación de las campañas posó de altruista. Una cosa es cierta: serán circuitos diferentes, pero los actores se repiten. Los grandes empresarios, incluidos muchos de los involucrados en la causa de los cuadernos, efectivamente son patrocinantes de la gran competencia bianual de la democracia. Hasta ahora repartían. Aportaban una suma módica en blanco y otra, diez, veinte o cien veces mayor, en dólares, en negro. A esa plata (también daban ayuda en especie) en cierto modo la purificaba el destino. Iba a manos de recaudadores oficiales reconocidos: una semilegalidad difusa, de aspecto menos pecaminoso que la coima, aunque nada exigua. Dice Hugo Alconada Mon en La raíz de todos los males que el aporte promedio de los grandes empresarios para las elecciones de 2015 fue de 2,2 millones de dólares por cabeza.

Con menos ruido que el dilema de los desdoblamientos electorales, en los rincones de la política la gran pregunta es quién va a poner plata en serio después de los cuadernos, en plena recesión, durante 2019. ¿Los empresarios que vienen de pasar en Comodoro Py -o que padecen en la cárcel- los peores días de sus vidas? ¿Los que no cayeron en la volteada, pero se anoticiaron de que una mañana cualquiera la Justicia se despierta y se atreve con quienes nunca antes se había metido? ¿Los sindicatos, a veces también financistas de campañas en negro, ahora mucho más auditados?

Los aportes del Estado a los partidos son una parcialidad. Ese dinero en blanco junto con las donaciones individuales dibujadas (también bajo la lupa judicial luego del escándalo de los aportantes bonaerenses truchos de Cambiemos) suele servirles a los partidos para blanquear los ingresos inconfesables. Hasta ahora plata no les faltaba a los principales candidatos. La conseguían. El problema era blanquearla y disimular ante el electorado los costos reales, a veces obscenos, de las campañas. Hay expertos que defienden por lo bajo ese sistema con el argumento de que el riesgo del conflicto de intereses procedente de los aportes empresarios en negro resulta insignificante al lado de la amenaza de que el narcotráfico coopte la política, algo que según ellos hoy solo sucede en situaciones marginales.

El Congreso tiene bajo estudio una nueva ley de financiamiento de campañas. Habría que avisarle que las elecciones están por empezar. Empujado por el Gobierno y por Miguel Pichetto, el proyecto es un compendio de obstáculos formales que se esmera por conocer el origen del dinero de las campañas. Se trabó en el Senado porque, entre otras cosas, exaspera a Lilita Carrió y disgusta al peronismo que se les permita ser aportantes a las empresas.

Siempre fue traumático para los políticos discutir las leyes que los tienen por sujetos. En 1994, cuando se terminó de reformar la Constitución, desapareció misteriosamente de ella un artículo, luego injertado por ley: justo era el que exigía mayorías especiales para hacerle cualquier retoque al régimen electoral.

Para buena parte de los dirigentes argentinos las reglas deben estar subordinadas a la política. Pero al menos una se cumple siempre, la de renovar reglas delante de cada elección. El problema es que esta vez la incertidumbre viene al taco. A la incertidumbre política, que en 2019 ya es mayúscula y que se retroalimenta con la incertidumbre económica, se suma la referida al proceso electoral. Todavía se desconoce quién financiará realmente las campañas, con qué normas, cuándo se vota en algunos distritos, cuántas veces, con qué instrumentos electorales y con qué padrones. También de eso se trata el desdoblamiento.

Intendentes y gobernadores conjugan el verbo desdoblar con dramatismo hamletiano. Acarician la calavera, o la urna, y se inquieren acerca del nudo existencial: ¿desdoblo o no desdoblo? Hasta las PASO aguardan su destino colgadas de este análisis de conveniencia. Desdoblar no es cosa ornamental, sino un asunto de inducciones. A los "desdoblistas" lo que los ilusiona es la posibilidad de airear el calendario para evitar un efecto repelente de los candidatos de una categoría de la boleta respecto de los de la otra. Lo cual exige saber hoy cómo va a cotizar el riesgo contagio (que cuando sube se llama arrastre) entre junio y noviembre. Ingeniería electoral de estribo. Rosendo Fraga suele advertir que en la ingeniería electoral la política se come al ingeniero.

Desde el siglo XIX la provincia de Buenos Aires nunca desdobló. "Es legal", se atajan los que hablan rápido. Legalidad argenta: si desdoblan en la provincia tienen que modificar dos leyes. En 2009 Mauricio Macri desdobló las elecciones porteñas legislativas de las nacionales. Las puso el 28 de junio. Entonces Néstor Kirchner, experto alquimista, hizo que su esposa adelantara para esa misma fecha las elecciones nacionales que por ley debían hacerse al final de octubre. Los Kirchner ordenaron una modificación exprés del Código Nacional Electoral. Resultó un fiasco. El propio Kirchner (que encabezaba la lista de Daniel Scioli, Nacha Guevara y Sergio Massa, todos los cuales renunciaron a la diputación antes de ejercerla) acabó derrotado por un novato, De Narváez. El Congreso funcionó durante medio año a toda máquina con la composición vieja mientras los legisladores que el pueblo había votado se maceraban en el banco.

© La Nación

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