Por Gustavo González |
Pero a diferencia de los relatos que representan, los
monumentos son estáticos, congelados en medio de sociedades que van cambiando
y construyen nuevas narraciones que levantan otros monumentos.
El monumento no tiene la culpa de que alguien lo haya tallado y dejado a
la intemperie en medio de la historia, de que todos tengan derecho a cambiar
menos él, que está sometido a una placa que lo define como héroe de algún hito
lejano.
En el país, la suerte de los monumentos es dispar. Están los que
representan a relatos que sobreviven, como los de la épica de la Independencia.
Los que pasaron de la gloria al escarnio, como los de Videla. Los
que cayeron y lograron resucitar, como algunos de Perón. Los
incómodos y movedizos, como el de Colón. Y los
que fueron levantados hace tan poco y ya se los piensa derribar, como los
de Néstor Kirchner
en Ecuador o en Morón.
Todos los días se construyen en el mundo nuevos monumentos que
representan la construcción de nuevos mitos y la necesidad de guardar en un
instante y en un objeto permanente, los deseos y zozobras de una sociedad.
Las esculturas de los grandes hombres son, en verdad, las esculturas de
personas que los relatos de cada época eligieron para tallar en piedra la
cultura y la corrección política de su tiempo. Con la utopía de que serían
eternas.
Pero, además, son una señal de identidad de una sociedad y una
advertencia al otro, a aquellos que tienen relatos que se contraponen. Una
lucha de monumentos que bregan por imponer su propia hegemonía: los de Stalin vs. Hitler, los de
Rosas vs. Urquiza o
los de Evita vs. Aramburu.
De fiscal a mito. El monumento de Alberto Nisman
que se inauguró esta semana en Israel también es el emergente de la angustia de
una sociedad que sufrió atentados terroristas sin que nadie pague por ellos, y
de una Justicia y un poder político que no pudieron o no quisieron avanzar
sobre la verdad. Representa a un "gran hombre" que si no
avanzó más es porque no pudo, porque fue asesinado.
Nisman fue parte de la investigación del ataque a la AMIA desde
1997 y, a partir de 2004, fue designado a cargo de una unidad especial. Cuando
hace cuatro años fue encontrado muerto en su departamento, se aprestaba a
presentar ante Diputados los argumentos de su denuncia contra Cristina Kirchner
por encubrimiento por aquel atentado.
Hasta ahí llegó.
La construcción de quien esta semana fue llamado
"héroe" por el presidente israelí, comenzó cuando
apareció su cadáver. Hasta entonces, su trabajo era cuestionado por quienes
señalaban su falta de resultados concretos, y defendido por otros que veían
como positivo el avance hacia la pista iraní.
Polémico y mediático, parecía un fiscal más que danzaba al ritmo del
poder de turno, al que supo defender.
Desde PERFIL nunca entendimos la poca seriedad con que recibió la
denuncia publicada en estas páginas por Pepe Eliaschev
el sábado 26 de marzo de 2011 con el título “Argentina negocia con Irán
dejar de lado la investigación de los atentados”.
Allí se decía: “El Gobierno estaría dispuesto a suspender de hecho la
investigación de los dos ataques terroristas en los que fueron destruidas la
Embajada de Israel y la AMIA, según revela un documento hasta ahora
secreto, entregado por el ministro de Relaciones Exteriores de Irán, Alí Akbar Salehi,
al presidente Majmud Ajmadineyad”.
Pocos días después, la respuesta de Nisman fue lapidaria: “El hecho
que plantea la nota es absurdo, descabellado y de imposible cumplimiento. Hacía
tiempo que no leía algo tan disparatado”. El canciller Timerman
también atacó a este diario y a su columnista en términos parecidos.
En una entrevista que le concedió al periodista Hernán
Dobry, Nisman explicó por qué era absurdo ese acuerdo utilizando
argumentaciones similares a las que luego expusieron los funcionarios
kirchneristas cuando el mismo fiscal los acusó por ese pacto.
Decía que Cristina lo dejaba trabajar con independencia y que ella había
hecho esfuerzos internacionales para avanzar con la causa: “Estoy convencido
de que el Gobierno no piensa nada de todo esto. Porque me consta y por todo
lo que ha hecho. Supongamos por un segundo que el Gobierno quisiera dejar de
lado la investigación, es absolutamente imposible, no alcanza una orden del
Ejecutivo para que un fiscal deje de investigar y una orden de captura se
caiga. Es absolutamente falso que el Gobierno está atrás de esto. Es de
locos”.
Después pidió disculpas, pero no dejaba de ser un indicio preocupante,
su razonabilidad para descartar un argumento con el mismo énfasis con que luego
podía defenderlo.
Veredicto popular: asesinato. Entre aquel Nisman y este héroe con
monumento ocurrieron dos cosas: su giro de 180° en ese tema y su muerte.
En enero de 2015, cuando se descubrió su cuerpo, una mayoría social no
tuvo necesidad de esperar un fallo para asumir que lo habían asesinado por
denunciar a Cristina. Y que lo mató su gobierno o alguno de sus resortes de
Inteligencia. Ella, que antes también había tenido sus propios monumentos, ya
había caído en desgracia. Incluso una gran parte de la prensa que había ayudado
a construir su mito, escribía para derribarlo. La opinión pública había
cambiado y entonces esperaba lo peor de ella.
Esta semana, la casi totalidad de la prensa dio por confirmado el
crimen al hablar sobre el nuevo aniversario de su muerte y la inauguración del
monumento. Lo mismo aseguraron los organizadores israelíes.
La teoría del asesinato político todavía no fue probada, pero no es
ilógica. Igual llama la atención que quienes no leyeron al menos una parte de
las 30 mil fojas de la causa, no necesiten esperar el fallo de la Justicia para
certificar el homicidio.
La certeza es la jactancia de los ignorantes, no de los periodistas que
deberían hacer del pensamiento crítico un filtro permanente frente a los relatos
dominantes de cada época.
La propia Cristina, que al principio jugó la hipótesis del suicidio,
cambió rápido porque entendió que si no, abonaba la idea de un asesinato
ordenado por su gobierno.
En estos cuatro años la sociedad construyó a este héroe. Un fiscal
asesinado por hacer bien su trabajo y no temerle a un gobierno capaz de todo. Y
cuando un héroe es designado como tal, no hay argumentos que lo destronen,
por lo menos hasta que viva el relato que le dio origen. Por eso no lo
afectaron las noticias póstumas sobre su vida privada, cuentas en el exterior
ni el uso de fondos públicos.
Quizás ni siquiera lo afecte si se probara su suicidio, porque una
mayoría seguiría creyendo que no lo fue.
Salvadores. Necesita héroes la sociedad que perdió la confianza en los
vecinos y en los dirigentes comunes.
La caracterización de los héroes son los superhéroes y nacieron
así, entre guerras internacionales, depresión económica y escepticismo
colectivo.
La aparición de un Nisman-héroe habla de la profundidad de la debacle
argentina y de la necesidad de crear mitos que nos hagan ver mejores, que
identifiquen al Mal lejos nuestro y que provean un futuro superior. Como
antes lo fueron las Cristina o los Messi, y ahora lo
puede ser Lavagna.
Es la recurrente necesidad de salvadores. Porque entre los comunes no
lo podemos resolver.
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