sábado, 26 de enero de 2019

Efecto Venezuela

La crisis bolivariana se metió en la campaña y abre grietas. Ayuda y dolor de cabeza sorpresa.

Por Roberto García
Ni a Duran Barba, tan adicto a construir escenarios electorales, se le debe haber ocurrido que la crisis en Venezuela podía intervenir en la interna electoral argentina. Tampoco imaginó un resultado favorable para sus contratantes. 

Pero el inesperado obsequio del cielo llovió sobre la sedienta tierra oficial para engordar dos aspiraciones máximas:

1. Agigantar la inacabada grieta entre macristas y cristinistas, un negocio próspero para el Presidente, según los encuestadores.

2. Descubrir que la estela caribeña del conflicto ha galvanizado la división del frente opositor peronista, fulminó un proyecto de unidad que había muerto antes de nacer y que algún dilettante propiciaba para provocarle un dolor de cabeza al ingeniero en las elecciones de octubre. Carambola doble de Macri, entonces, sin siquiera haber empuñado el taco que impulsó la bola benefactora, seguro de vencer en las elecciones, padeciendo una rodilla rebelde –se advirtió su dolor cuando vio a Bolsonaro– y señalando observaciones del libro que le recomendó su asesor ecuatoriano (21 lecciones para el siglo XXI), una última publicación del divulgador israelí Harari convertida en moda entre los políticos. Vale el dato: por lo menos, hay lectura entre los dirigentes, ejercicio que parecía perdido en la actividad.

Hipótesis PRO. Proviene el optimismo de Marcos Peña en la convicción científica, según él, de que hasta pueden ganar en primera vuelta si se mantiene la estabilidad macroeconómica, no se altera el dólar y el monstruo peronista de dos cabezas mantiene la bicefalía. Como se sabe, un acontecimiento más común en la política que en el mundo animal.

Y nadie lo discute al jefe de Gabinete, es un infalible Dios pagano por su versación sobre audiencias, comunicación y, sobre todo, resultados electorales. En ese marco, aterrizó en la Casa Rosada el pleito venezolano, internacional, suma y sigue como acontecimiento y bendición a un mandatario que hasta ahora invertía en fugaces apuestas de taquilla asegurada, tipo la edad imputable a los menores que cometen delitos o el controversial decreto para rescatar millones de la corrupción por la extinción del dominio, meras argucias transitorias de atención pública que ocultan otras desatenciones, materiales obvios de campaña que la terapia ocupacional del periodismo veraniego consagra como novedades imprescindibles, preguntándose al estilo candoroso del legendario Capitán Piluso u otros héroes infantiles: ¿cómo no me di cuenta antes? Evitar la respuesta.

Para Cristina, es al revés. El borbollón venezolano fue un shock imprevisto e indeseado para ella, justo cuando dejaba de ser mudita y enviaba mensajes telefónicos sobre el horror de la economía oficialista y, contrita, le transmitía señales al círculo rojo de que se preocupara por evitar un eventual default sin declarar el default en el caso de que volviera al poder.

De repente, sin embargo, le toca aparecer de nuevo en el casillero de los militares bolivarianos, en la hambruna y éxodo de un pueblo, lejos de EE.UU. y Wall Street, de Europa y gran parte de Occidente, pegada a los cubanos, rusos y chinos, suponiendo que los intereses de estos países sean diferentes a los que encarna Trump. Como deseaba en su gobierno, tal vez, y casi en un revival de los 60, hablando de guerrillas, intervenciones armadas, regionales, interpretada su voz por D’Elía y Bonafini, también por otros de talla pigmea, en esa bizantina discusión del subdesarrollo sobre golpe de Estado, instituciones y democracia.

Encerrona. Por inercia, simplemente, debe competir con Macri en este tema, partir más nítidamente al electorado en una experiencia que le gusta, pero no sabe si le conviene. Tanto que evitó las opiniones furibundas, o el “Patria sí, colonia no”.

Se encuentra sin salida, como su hermano de leche Maduro, traicionados por el pasado: ella y él han sido personajes secundarios aunque herederos de la frustrada revolución bolivariana de Chávez y Néstor, los insolentes protagonistas que prometían una moneda propia, un mercado propio, un FMI propio, hasta un gasoducto propio y galáctico entre Caracas-Buenos Aires. Aficionados o entusiastas que han culminado con sinos paralelos: tanto los Kirchner como Chávez empezaron destapando corruptelas del pasado para terminar, desde hace tiempo, denunciados por corruptelas y latrocinios superiores. Lo que puede la caída del precio del petróleo. En el sorteo, a Macri parece beneficiarlo –en su pugna con Cristina– pertenecer a una liga menos desprestigiada que la de Maduro. Por el momento, una ventaja en el orden nacional y, de rebote, una ganancia adicional por la convulsión interna del peronismo, una gran parte odiosa con el régimen chavista (Pichetto, Urtubey, Massa, siguen las firmas) y otra inclinada al largo mandato bolivariano que encierra a la viuda de Kirchner. Nunca estuvo tan explícita la división, menos la oportunidad: Cristina, a disgusto, por un lado en honor a viejas amistades, adhiere a Maduro, pero se servirá del discurso papal invitando al diálogo; los otros peronistas, a su vez, confrontan reivindicando actitudes y relaciones (Massa, por ejemplo, albergó varias veces en su casa a la esposa de uno de los principales opositores al régimen de Venezuela), quizás se amparen en ese mismo diálogo ilusorio o en un desencuentro castrense, pero entiendan que el mandatario venezolano se hunde por putrefacción, la agitación callejera diaria y una inédita presión externa.

Habrá que esperar el desenlace: la Guerra Fría del siglo pasado se reinventó en Venezuela

Habrá que esperar el desenlace: la Guerra Fría del siglo pasado se reinventó en Venezuela. Y, si bien era difícil suponerlo, ciertos protagonistas parecen forzados a pronunciarse. Por ejemplo, el peronismo, representado por Gioja y teledirigido por Cristina (cuando ella en rigor encabeza otra agrupación, Unidad Ciudadana) también entra en crisis apenas se exprese y quizás obligue a una definición judicial. Una incógnita.

Otra se origina en Lavagna, el ex ministro que le aportó una alegría a Macri con su versión disidente. Pero, como postulante a la Presidencia todavía no se expidió sobre la crisis violenta en Venezuela. Ha optado por el disimulo, la espera, como el lanzamiento de su candidatura. Todos o muchos aguardan a marzo, quizás a abril, para definirse localmente. Pero entonces, aun por contingencias repentinas como la venezolana, tal vez el asado ya se haya pasado de punto. Y, como diría Peña, Macri ya se consumió el aperitivo. Solo.

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