sábado, 15 de diciembre de 2018

Evita amarilla

Por Roberto García
Procede el poder político argentino como una sociedad de socorros del siglo pasado: asiste con plata, hace beneficencia o limosnea según los casos. Aun así, la pobreza aumenta. Nadie enseña a multiplicar los peces (aunque el Señor de los católicos tampoco fue demasiado explicativo al respecto). Magario, del peronismo K bonaerense, ha sorprendido con un bono de 18 mil pesos para su personal adscripto en La Matanza, altruismo con dinero de otros que no consideran equiparar municipios vecinos.

Al menos, en esa dimensión. Pero ella quiere ser gobernadora el año próximo, requiere más clientela para su producto, jura haberse formado en una conciencia social que no solo fue violenta como le atribuyen a su padre y, por lo tanto, se empeña en graciosas concesiones que le permiten ofrecer el Paraíso a sus propios creyentes y a otros de religiones diversas. Además, para el ojo orwelliano de Cristina, le señala clínicamente que su favorito porteño, Kicillof, nunca sostendría con tanto esmero la bandera kirchnerista y que, en ese poderoso predio matancero, la ex presidenta conserva caudal y votos gracias al tradicional ejercicio del proselitismo peronista.

Del otro lado. Menos generosa en apariencia se muestra Vidal, jefa de la Provincia, con incapacidad presunta para contribuciones sociales tan elevadas como las de Magario, aunque pastora de un credo semejante de poder, el de la reelección, apelando a recursos que algunos liberales califican de “Evita amarilla”. Hasta ahora, en víspera de las festividades, anunciando un modesto regalo de 300 mil cajas navideñas como deseo de paz para las familias carenciadas a cambio de la consecuente paz que esas familias carenciadas le deberán devolver a la Administración en esas fechas. Transitorio entendimiento.

Pero esos solidarios aportes para la Nochebuena son apéndices de una distracción mayor del presupuesto nacional que enlaza la pasión cristiana de María Eugenia y el interés obvio de Macri, otro en el modo electoral del celular. Es que al “pobrísmo”, ya en la campaña, se lo nutre, favorece o anestesia con diferentes abnegaciones dinerarias, no vaya a pensar ese gentío que el origen de su parálisis y decadencia se reconoce en quienes hoy los ayudan, sean de esta administración o de la pasada.

Stanley porta el estandarte Stanley de la abnegación grandiosa, la ministra se atrevió a garantizar “vamos a tener un fin de año calmo, sin turbulencias en la calle”, como vaticinaron con menos substancia Prat-Gay los brotes verdes y Dujovne las ventajas de una loción mal envasada que hará crecer el cabello.

En el caso de la ascendente dama ministerial, se fundamenta en un aporte: ejecutó un desprendimiento de dos cuotas a repartir en una miríada de núcleos sociales, embajadores de planeros o de otros subsidiados. Una, para noviembre, de 1.200 millones de pesos y, otra, en diciembre, por la misma cantidad. Redondito el número: parece que Stanley hubiera comprado con el cheque filantrópico una quietud temporaria, estacional. A pesar de nubarrones mínimos que advierte otro meteorólogo social, Pérsico, quien reclama adicionales cuestionando el vaticinio climático de Stanley. Su voz, sin embargo, alarma menos que otras: la mayor inquietud oficial reposa en un revulsivo Polo Obrero y otras versiones de la izquierda que, en ocasiones, suele adherir más a la intransigencia que a la ideología, como si la plata les interesara menos.

Temores. Ese fantasma de baja intensidad obliga a que el sector privado, los empresarios, hasta acercaran un diezmo metafórico para bloquear insubordinaciones y calmar a los intendentes, a la gobernadora y al Presidente.

Otra historia tangencial, en el pobrismo, envuelve a la clase pasiva. El Gobierno insiste en que no habrá un bono para los jubilados, que su ortodoxia contable no lo permite. Pero el primo alcalde de Macri, en el municipio de Vicente López, decidió conceder un bono de 6 mil pesos a los jubilados que viven en ese ejido. Duda: se trata de una discrepancia familiar o la certeza de priorizar la situación de sectores castigados en lugar de continuar ciertas obras. Lo mismo que se planteó Magario con un volumen de generosidad inusitado y mayor intencionalidad política. Pero al primo Macri ni se le ocurre ser gobernador mientras Vidal persista, como ahora, en ese trámite, dispone de otras quimeras. Igual, en Gobierno, explotan dos derivaciones sobre estos temas.

El mandatario admite que en aras del federalismo y las negociaciones legislativas, Frigerio les ha entregado a las provincias (y a las intendencias) una porción de capital que le restó casi ingenuamente a su administración, facilitando autonomías superiores, contingencias como las de Magario, y el dato estadístico de que los gobernadores exhiben mayor capacidad de gestion que la Casa Rosada. En este episodio radica buena parte de la controversia interna entre el ministro del Interior, hoy en proceso devaluatorio, y el acaparador Marcos Peña. Mucho más seria esta diferencia que el conflicto publicado, en el que el ministro pretende ampliar con peronistas la base del Gobierno versus la contumacia por impedirlo del jefe de Gabinete.

Al margen de bonos, dádivas o premios, la cuestión de los jubilados tendrá este martes una vuelta de tuerca nacional, ajena a las aspiraciones de jefes municipales. Como se sabe, ese día la Corte Suprema definirá un índice a aplicar sobre ciertas remuneraciones y, también como se sabe, habrá un pronunciamiento favorable a quien demanda contra el Estado, que habrá de alterar previsiones del área económica, una suerte de pasivo contingente en miles de millones que provocará un duro impacto en los cálculos económicos. Más que discutir el resultado de 3 a 2, 4 a 1 o 5 a 0 que ahora caracteriza a las estrellas de la Corte, los cinco ministros del Tribunal discurren sobre la consecuencia del fallo. O sea, la forma para mitigar en el Estado el pago futuro y la naturaleza del medio a utilizar (pesos, bonos, papeles falsos, vaya uno a saber).

Más temprano que tarde, y aparte de las derivaciones inmediatas, el veredicto agrava hacia delante el proceso de inflación. Aunque sea justicia, tampoco esa alternativa borra la consigna: pobrismo para todos.

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