sábado, 3 de noviembre de 2018

Una peste de bipolaridad colectiva nos aflige

Por Tomás Abraham (*)
No creo en la inocencia de quienes se escandalizan por la violencia de los otros. Hay un goce compartido en producir y difundir imágenes apocalípticas en el futbol. Cuando dirigentes y periodistas, y técnicos dicen que no hay que olvidar que se trata de una fiesta, por lo bajo se frotan las manos pensando que cuánto más se hable de guerra más interés suscita un encuentro como el de Boca y River.

La palabra "pasión" nada tiene que ver con esto. En los años en que las canchas se llenaban, década 40 y 50 del siglo pasado, no circulaba este tipo de patología.

Voy a tratar de ser simple. El gran problema de nuestro futbol tiene que ver con que somos pésimos perdedores. No tenemos la dignidad del buen perdedor. Desconocemos el coraje del que pierde y le da la mano al adversario. A nadie le gusta perder en una competencia, se juega para ganar, pero si se pierde se lo puede hace de dos maneras: como un cobarde que arma un escándalo para exhibirse como víctima inmerecida de una confabulación; o como valiente, como el que dio todo y sigue entero.

En esta final, hay varios que quieren capturar la atención y tienen el síndrome de ocupar la vidriera: el técnico de River y su incontrolable amor por su equipo que lo enceguece hasta el punto de recibir sanciones personales o institucionales; miembros poderosos de una comunidad religiosa que piden cambiar la fecha para no pecar; el presidente de la nación que quiere mostrar que hay garantías para la presencia visitante y así dar pruebas del éxito de su política de seguridad.

Pasión no, negocio sí, y una peste de bipolaridad colectiva sin la cual parece que no podemos vivir.

(*) Filósofo. Su último libro es "El deseo de revolución" (Tusquets).

© Infobae

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