domingo, 4 de noviembre de 2018

Un Bolsonaro incuba en Argentina

Por Gustavo González
Jair Bolsonaro no eligió a sus votantes. Sus votantes lo eligieron a él. Algunos creen que la política es el arte de servirse de las personas haciéndoles creer que se les sirve a ellos. Pero son las personas las que se sirven de los políticos haciéndoles creer que es al revés.

"Personas" en tanto alianzas sociales mayoritarias, expresiones de un clima de época y de intereses determinados, que eligen representarse en líderes circunstanciales.

No se trata de una representatividad política por la que el líder recibe un mandato de sus electores. Es la representación sociológica de la que hablaba Giovanni Sartorisectores que eligen a líderes para que los reflejen como espejos de lo que ellos son. Es una representación por "eco", no por mandato.  

Nuevo mundo. En Brasil, una mayoría eligió a un hombre cuyo primer acto como presidente electo fue hacer una ceremonia evangélicacerrando sus ojos y orando al cielo. Y que antes, además de hablar de inseguridad y corrupción, se dedicó a reivindicar la violencia y la tortura, y a descalificar a negros, laicos, mujeres y homosexuales.

Bolsonaro es el reflejo de sectores sociales que decidieron cruzar la línea de corrección política hasta ahora vigente en ese país. Es una bisagra histórica de las que suelen ocurrir ante eventos que se acumulan hasta generar un cambio de era y la aparición de nuevos relatos políticamente correctos.

Esos relatos son la representación semiótica de los sectores predominantes de cada tiempo, exponentes de sus necesidades, sus miedos, su forma de ver el mundo. Tales intereses están en pleno proceso de transformación. No solo en Brasil.

Su llegada a la Presidencia representa el fin de la corrección política tal como se conocía en la región y el surgimiento de una nueva narración socialmente aceptada.

Bolsonaro ya no es una anormalidad. Los Estados Unidos tienen a TrumpEl trumpbolsonarismo expresa en América fenómenos similares que se repiten en Europa.

En este nuevo contexto, el norcoreano Kim Jong-un ya no resulta tan exótico.

Cómo mutan los relatos. En el país, durante la dictadura, la mirada políticamente correcta era la reivindicación del orden, el desprecio por los partidos y los líderes políticos y la adhesión a los valores occidentales y cristianos. Los hombres con uniformes militares eran celebrados en las calles. La música popular era el folclore. Estaba mal visto el pelo largo, la barba y el rock. En la TV eran inconcebibles las llamadas malas palabras, los gays y referencias al divorcio o, mucho menos, al aborto.

Un relato heredero de la guerra fría internacional pasada por el filtro premoderno de los militares argentinos.

Luego ese relato fue mutando. A un sector cada vez más importante de la sociedad, shockeado por las violaciones a los derechos humanos, el fracaso de Malvinas y la crisis económica, esos valores le empezaron a incomodar.

Ya en democracia, la opinión políticamente correcta asumió el repudio a las dictaduras, la degradación social de los militares y la aceptación de los políticos que no expresaran mensajes autoritarios o violentos. Los medios cambiaron el folclore por el rock y todo lo que antes estaba prohibido fue publicado y celebrado.

Era el regreso a la modernidad clásica, a la posibilidad de progreso individual y colectivo, a cierta racionalidad científica y a la fe en los partidos tradicionales.

Los cambios se siguieron sucediendo, inevitablemente. Y llegó la posmodernidad.

Un día las puteadas ya formaban parte del discurso mediático habitual, el aborto fue tema del prime time, el Presidente dejó de usar corbata, los políticos tradicionales se volvieron panelistas de talk shows y el jueves pasado un participante de ShowMatch disfrazado de obispo llamaba a participar de una marcha del orgullo gay.

Una nueva fe. Cuando un nuevo relato se instala, el viejo parece pertenecer a un pasado remoto, pero los cambios maduran de a poco y explotan rápido.

La nueva mirada reemplaza a la anterior y la que ayer parecía obvia y razonable pasa a ser obsoleta y decadente.

La costumbre de fumar en lugares cerrados o la ahora naturalizada prohibición de hacerlo, es uno de los ejemplos más claros.

Un malestar acumulado por años que se cambia y se resuelve en poco tiempo.

Es posible que, como en Brasil, una parte de la sociedad argentina también esté incubando un cambio de relato, en el que Macri sea solo un paso intermedio.

Hay algunas señales de eso y de lo rápido que pueden darse los cambios.

Se vio con el debate sobre el aborto. Previo a su tratamiento en Diputados, fueron las posturas en favor de su despenalización las que ganaron la pelea pública de la mano de celebridades, medios y dirigentes progresistas.

La mirada contraria a la despenalización, que apenas una década atrás representaba la única voz en los mismos medios, ahora sonaba retrógrada y parecía minoritaria.

Eso fue hasta junio, cuando se aprobó su media sanción.

Apenas un mes después, en medio del tratamiento en el Senado, las voces antiabortistas comenzaron a ganar terreno y las marchas en todo el país se volvieron multitudinarias. Así como antes los diputados habían sentido la presión proabortista, luego fueron los senadores los que recibieron el mensaje contrario de sectores importantes de la sociedad y funcionaron como un espejo de ellos.

Fueron las iglesias católicas y evangélicas las que motorizaron esas manifestaciones, con un recobrado nivel de influencia y organización. El regreso de las religiones, con un valor como la fe que había entrado en crisis, habla del malestar con la posmodernidad.

Macri y los macristas. Desde esos mismos sectores ahora empiezan a animarse a criticar los valores que se reflejan en la TV y los demás medios.

Por ejemplo, frente a la avanzada social que volvió correctos los mensajes en contra de la cosificación de la mujer y la violencia de género, una fuerza en sentido contrario comenzó a cuestionar la vulgaridad del lenguaje, la obscenidad y el protagonismo gay. También critica lo que considera una educación sexual pública guiada por una “ideología de género”: “Con mis hijos no te metas”, advierten.

Las ideas de Bolsonaro germinan en cierta sociedad argentina para la cual Macri es un tibio.

Verbalizan lo que antes les resultaba vergonzoso decir.

El combate por la imposición de un nuevo relato de época está en pleno desarrollo.

El mismo Macri representa a una alianza social en la que conviven el liberalismo cultural y new age con el conservadurismo social y religioso. Una convivencia que había resultado exitosa para cuestionar el relato "nacional y popular" del kirchnerismo.

Hoy, sin embargo, detrás de la decepción de una parte de sus votantes con la economía, se esconde, además, el repudio a la concepción liberal y light de Macri sobre temas como el aborto, el matrimonio igualitario, el consumo de drogas, los subsidios a la pobreza o el derecho de los delincuentes.

Para ellos Macri resultó un tibio.

El mundo de Obama y Lula hoy es el de Trump y Bolsonaro. Son la expresión de una mayoría que reivindica el nacionalismo, cuestiona el nuevo lugar de la mujer en la sociedad, le teme a la inmigración y al diferente (negros, homosexuales) y cree que su economía está afectada por los corruptos (en Brasil) o los países que con sus importaciones le quitan el trabajo a los locales (en Estados Unidos).

Quizás el macrismo represente aquí el primer paso de una ruptura más grande con un discurso políticamente correcto que evolucionó desde el regreso democrático. Puede que el trumpbolsonarismo encuentre en la Argentina una expresión por la cual lo que hasta ayer era indecible mañana se convierta en el relato aceptado de una nueva mayoría capaz de instalar a un presidente. Un Bolsonaro que sea su espejo.

El futuro es una construcción impredecible, pero son los aciertos y errores de las sociedades los que determinan en qué sentido construirlo.

© Perfil.com

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