domingo, 5 de agosto de 2018

Correr en auxilio de los corruptos

Por Jorge Fernández Díaz
No sorprende tanto el robo como el renovado afán de sus ilustres negadores. Un excelente actor aparece en pantalla, sugiere que vivimos bajo el totalitarismo y desdeña la investigación de Diego Cabot porque es "un periodista de derecha que trabaja en un diario de derecha". El actor protagoniza un programa central en la Televisión Pública de ese mismo régimen "totalitario" y acude radiante a este mismo diario cada vez que necesita promocionar sus obras.

Algo parecido solía hacer un enfático colega -analfabeto político de primera magnitud- en los programas difamatorios del kirchnerismo y contra su gran obsesión: El País de Madrid, presunto ariete de los "poderes concentrados", para meses después posar agradecido y glamoroso en las páginas consagratorias de su revista dominical. Un escritor que presume de periodista porque alguna vez se desempeñó en los márgenes de una redacción, pero que ignora por completo los mecanismos mínimos de una investigación profesional, desliza con sarcasmo que los cuadernos pertenecen al género ficcional y que el testigo debería presentarse a un premio literario. Intelectuales que eran mimados con subsidios, curros y viajes al exterior -Roma y París eran una fiesta en aquellos "años dorados" y las embajadas se veían en figurillas para encontrar claque local que hiciera las veces de público y justificara de alguna manera aquellas "conferencias" inventadas que servían de coartada y que no le interesaban a nadie- surgen ahora de sus prestigiosas madrigueras para acoplarse a la campaña de descrédito de las denuncias. Se les suman músicos que confraternizan con gánsteres y los blanquean, mientras acusan a los reporteros de cumplir con su función primordial. Todos ellos corren presurosos en auxilio de los corruptos, concepto fundamental que debería agregarse cuanto antes a las veinte verdades peronistas. Y a todo esto se suman ciertos periodistas: ingenuos que prestan palabra a quienes propician su ulterior y definitiva decapitación y a quienes los desprecian sordamente, o que entrevistan a Vito Corleone y recogen su experta opinión sobre la lucha contra la mafia. Otros actúan por militancia política encubierta o directamente por dinero: en momentos tan álgidos, cuando están en juego tantas cosas, corre la guita que da calambre, y ciertos aventureros del oficio la aceptan para propalar mentiras, como antes aceptaron cuestionar las pruebas y desacreditar a los investigadores de "la ruta del dinero K", o se prestaron a la infame operación de "matar al muerto", tal como ocurrió con el malogrado fiscal Nisman. Quienes cobran bajo la mesa no llaman, en realidad, la atención: la defensa de la libertad de expresión tuvo el terrible efecto colateral de unir bajo fuego a los honestos con los sucios, la única grieta que nunca debió cerrarse. Lo que más impacta, en cambio, es observar a tantos artistas y pensadores poniendo automáticamente las manos en el fuego y chamuscándose sin necesidad. Como si frente al Watergate, una cuadrilla de figuras culturales y mediáticas se hubiera precipitado a blindar a Nixon y a lanzar anatemas contra The Washington Post. Esta cofradía de cómplices, que ni siquiera se toma unas semanas para ver la evolución del escándalo y analizar los hechos fríos, constituye uno de los más asombrosos síntomas de descomposición nacional.

Los muchachos no están solos, por supuesto; los acompañan algunos sectores eclesiásticos, que asimilan el Lava Jato a la Revolución Libertadora. Los actuales esfuerzos internacionales contra la corrupción se llevan puestos a empresarios intocables, y estos resultan paradójicamente exculpados por progres y prelados, que en lugar de apoyar el combate por la transparencia y el inmediato castigo a los que le roban al pueblo, se dedican a relativizar las pesquisas y los expedientes. Es muy impactante ver al progresismo "inmaculado" y a la "Iglesia de los pobres" protegiendo conceptualmente a los multimillonarios de la política tramposa y de los negocios turbios. Esta insólita cobertura se corporiza bajo la novedosa doctrina de la "triple alianza": medios, jueces y financistas actúan supuestamente juntos para dañar a los "buenos". Pero resulta que los "buenos" forman parte del capitalismo más abyecto, y que quienes posan de eternos indignados les hacen de repugnantes guardaespaldas en su hora aciaga.

El affaire de los cuadernos Gloria resulta, en principio, muy verosímil, precisamente porque encaja como una pieza perfecta en este rompecabezas escalofriante: una Orga que bajo el pretexto de recaudar para la "revolución" no hacía más que convertir en magnates inmobiliarios a sus oscuros recaudadores. Durante los años 90, cuando varios presidentes eran destituidos por "incapacidad moral" en América Latina, estos defensores rabiosos de los venales de hoy sostenían que aquel neoliberalismo era consustancial con la corrupción. Caído el Consenso de Washington, la historia demostró que aquel razonamiento era falaz y que el fenómeno resultaba transversal a cualquier partido o ideología. También se reveló que utilizaron entonces la lucha por la decencia pública como mero desgaste del "enemigo" y que ahora no les importa que los propios se solacen en el lodo: el fin justifica los medios. Este conjunto tan particular, integrado por obispos justicialistas, psicosocialistas frívolos y pitucos, y nacionalistas de izquierda, suele escandalizarse también por la pobreza estructural, sustrayendo del análisis la única verdad irrefutable: quienes desde 1983 gobernaron 24 años este país empobrecido y desfondado fueron cuatro presidentes peronistas, el primero de los cuales fue el gran jefe político de todos los demás. Una obra maestra del fracaso.

Hay quienes creen que este hallazgo periodístico y sus inquietantes consecuencias jurídicas modifican drásticamente el panorama electoral. Pero así como es necesario tener mucha prudencia (algo que Cabot practicó con arte y abnegación) y mantener un sano escepticismo acerca de todo, y en especial, sobre la efectividad del sistema judicial argentino, también resultaría provechoso no creer que Cristina Kirchner ha naufragado definitivamente, ni que el cristinismo recargado ha perdido todas sus chances. Tampoco creer que este papelón de resonancia global borra los "aportantes truchos" de la campaña del oficialismo: la mayoría de los votantes de Cambiemos, al contrario que sus antagonistas, no niega esa amarga información; se mortifica y reclama su esclarecimiento. El proyecto de la Pasionaria del Calafate consiste en regresar radicalizada y efectuar una vendetta de amplio espectro; ese ríspido proyecto antisistema le pone una pistola en la cabeza a la democracia. Sin esa amenaza, el Gobierno tal vez tendría menos simplificado el trámite comicial (lo favorece el contraste), pero la sociedad abierta podría debatir más libremente asuntos pendientes, como el rumbo económico, los que pagan el ajuste, el mercado interno y la inversión extranjera, las centroizquierdas y las centroderechas, y otros temas asordinados por el miedo. Por lo pronto, el establishment está aterrado por la causa de Bonadio, cientos de personas se ofrecen a aportar más datos, y esta carga de profundidad amenaza con detonar más y más nombres a medida que avanza. La instalación artística de esta época (atención Malba) debería rondar los bolsos llenos de fajos y los cuadernos, con el último pero hoy resignificado verso del Himno Nacional: "O juremos con Gloria morir". Irónico presagio.

© La Nación

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