sábado, 2 de junio de 2018

‘REVIVAL’ PERONISTA / Macri lo hizo

Por Roberto García
Pareció la frase de un lunático: “Hay 2019’’. Provenía, además, de Alberto Rodríguez Saá, un gobernador de la oposición al que se le reconocen ciertas excentricidades.

Esa ocurrencia del puntano fue hace pocos meses, sin ninguna consistencia en números de encuestas, un desvarío de la vejez según algunos. 

Macri, para colmo, engolosinado con el doble premio de la fortuna –el vacío opositor y su cómoda flotación en la superficie política–, se permitía adorarse en el espejo con la reelección propia y la de sus principales émulos, Vidal y Rodríguez Larreta: era el Cielo en la Tierra, solo él distinguía entre buenos y malos, determinaba preferidos y descensos. Pero aquel fantasioso vaticinio de Rodríguez Saá de improviso se volvió vigente a pesar de que su autor no pueda pasar por la boletería para reclamar el cobro: ni su hermano lo acompaña como aspirante presidencial el año próximo. Uno menos.

Esta extravagancia del hospicio político argentino tampoco es nueva: al día siguiente del triunfo enceguecedor de Raúl Alfonsín, en las paredes porteñas aparecieron carteles anticipando en seis años la candidatura presidencial de Carlos Menem, una anécdota visual que arrancaba piadosas sonrisas y aviesas burlas. Ni vale recordar que luego el riojano llegó a la Casa Rosada incluso antes de que el radical finalizara su mandato.

Delicias de la ciencia. Nadie sabe aún si la última refriega en el Senado por las tarifas, ganada por un peronismo atado con hilo de coser, determinará cambios sustanciales para los comicios del año próximo. Sí obliga a precipitar liderazgos, encabezar una campaña interna, tarea que ninguno deseaba asumir por la evidencia aritmética de que Macri era invencible aun si su capital político se reducía a un cheque sin fondos. Si hasta su padre Franco, consciente de los actuales traspiés de su hijo en la Presidencia, hace cuatro días en una cena con empresarios quejosos les advirtió: “No protesten tanto. A ver si se lo tienen que fumar cuatro años más”. Oráculos y previsiones familiares aparte, lo cierto es que el peronismo se lavó el rostro esta semana, incorporó esteroides a su derrengado cuerpo y, si ninguno deseaba asomar antes del Mundial de Fútbol, ahora son varios los que revisan esa estrategia: de Cristina de Kirchner a José Manuel de la Sota, de Sergio Massa a Juan Manuel Urtubey, de Miguel Pichetto a Felipe Solá. No mucho más queda en la cacerola. Son, claro, un ejemplo de supervivencia extrema, la maravillosa creación de vida que impone la Casa Rosada, un pulmotor con la leyenda “Macri lo hizo”. El encumbrado Pichetto les debe la ley a dos veteranos del Senado: Carlos Menem, al que guardaron en una pieza para desempolvarlo a la hora del quórum mínimo, como tiro de gracia, y a Guillermo Pereyra, sindicalista del petróleo tan viejo como el fósil, al que le imputan traición porque un par de días antes le había prometido el voto al mismo Presidente y procedió al revés en el momento de la verdad. Típico, vedado para aprendices.

A la cola. Pero la contribución mayor para la norma provino de la Casa Rosada: no pudo cambiar ningún voto (los cuatro o cinco inservibles que se pasaron, como Reutemann, lo hicieron por gestión de ajenos), tampoco le sirvió la zanahoria, menos el látigo, y otorgó al tratamiento de la ley una repercusión inaudita cuando ya todos sabían que se iba a vetar. Hasta el veto provocó escándalo, como si nunca hubieran existido en el país. De paso, ofendieron a Pichetto diciendo que era un colaboracionista, quien sin territorio propio y en apariencia sin posibilidades ciertas se lanzó como candidato presidencial peronista con un discurso apañado en aquella lógica dialoguista de Balbín en el velorio de Perón, “vengo a despedir a un amigo, no a un adversario”. Claro, ya estaba muerto.

Le ganó Pichetto en oratoria a Cristina, dama con notoria falta de entrenamiento en el atril, desordenada, y copiando al Duhalde que siempre habla del pasado y de lo exitoso que fue su gobierno. Ambos ya en la largada, sobre todo ella, quien ha recibido intendentes bonaerenses en cinco o seis oportunidades, prometiéndoles la entrega de su 30% en las encuestas para que renueven en sus distritos, respaldando a Felipe Solá como contendiente a la Gobernación más que a la Presidencia: ahora ella se ha reservado para esa instancia, promete estar en segunda vuelta, aunque nada predice sobre el resultado de esa alternativa posterior. Para los intendentes, y también para gobernadores, lo que importa es la primera: apoyarán al que mejor les rinda.

Por supuesto, tanto Massa como De la Sota –ambos a la sombra por distintas motivaciones, como si los dominara el miedo escénico– empiezan a rever sus existencias silenciosas: observan que otros, con menos cartel o averiada fama, pueden más que ellos. También, en la epopeya que se tornaba imposible se anotó el gobernador Urtubey, quien se quedará como Pichetto, sin territorio, el año próximo. Entonces, salta o salta. De la provincia, obvio.

Macri se enorgullece de este revival peronista que su producción artística ha creado. Una artificialidad deliberada. Supone, como siempre, que al final esos rivales peronistas se presentarán divididos y que esa escisión le garantizará a Cambiemos otro triunfo en 2019.

Esa escena no ocurrió esta semana en el Senado, cargada de simbologías. Y además, si bien es cierto que los peronistas son menos que el resto en la población –teoría del ballottage que introdujo Arturo Mor Roig–, las conductas del electorado varían de acuerdo con las condicionalidades económicas o sociales. Ya hubo experiencias arrasadoras de Perón, Menem o Cristina, lecturas que deberían ser obligadas en la craneoteca de Macri. Allí, mientras, dicen que nadie de la oposición ofrece un perfil nítido, apreciado, para competir con el Presidente o Vidal, consideran a los aspirantes rezagos, disminuidos, o como que no dan la talla suficiente.

Solo la esposa creía y conocía al Macron de Francia seis meses antes de las elecciones. Ni hablar de Néstor Kirchner, que era un perro muerto con 5% de votos –como lo retrató el intendente Curto en la previa– antes de los comicios. Y ni hablar del propio Macri, que juntaba tantas opiniones en contra para jefe de Gobierno porteño, según los sondeos, que Kirchner y asesores levantaban apuestas para sostener que nunca sería alcalde de la Capital. También él se equivocó.

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