sábado, 26 de mayo de 2018

La cara humana del ajuste

Por James Neilson
Mal que nos pese, no cabe duda alguna de que el país necesita ajustar muchas cosas. La economía es un bodrio; son demasiados los pasivos que dependen del Estado y muy pocos los activos que aportan algo. Del mundillo político sería mejor no hablar; muchos que lo habitan están más interesados en su propio bienestar y figuración que en el destino del resto de la ciudadanía, de ahí la depauperación de millones de familias y el enriquecimiento exprés de los beneficiados por su proximidad al poder.

Y para colmo, luego de una etapa de tranquilidad relativa en que parecía que el presidente Mauricio Macri tenía asegurada la reelección, acaban de surgir dudas en cuanto a su capacidad para mantener un nivel aceptable de popularidad.

El horizonte económico y político se ha cubierto de nubes oscuras. Los peronistas, tanto los racionales como los delirantes, ya no se sienten condenados a pasar un rato largo a la intemperie hasta que, por fin, un gobierno de otro signo se las haya arreglado para entregarles una economía más o menos viable. Aun cuando los más tranquilos comprendan que no les convendría que el país sufriera una nueva catástrofe “terminal”, todos se han puesto a aprovechar las oportunidades para anotarse puntos a costillas del oficialismo, hablando con altanería de “errores no forzados” que ellos mismos nunca cometerían y de lo malo que es permitir que la inflación siga su marcha demoledora.

Una vez más, pues, se ha difundido un clima de incertidumbre, lo que puede ser letal para cualquier proyecto oficial, en especial uno “gradualista” que para brindar sus frutos tendría que durar varios años, quizás décadas y que, sobre todo, necesita confianza.

Por razones conocidas, para funcionar bien la Argentina tiene que contar con un líder “fuerte” y “carismático” que sea un muy buen “comunicador”, ya que de otro modo no le será dado defenderse contra los resueltos a derribarlo. ¿Macri es uno? ¿O es que su atractivo se debe a que sea considerado un gerente eficaz al que le gusta rodearse de un “equipo” tecnocrático y que, a diferencia de su antecesora en el cargo, es llamativamente lacónico? Tal vez fuera comprensible que el electorado, después de sufrir una sobredosis de elocuencia fantasiosa y autoritarismo caprichoso, optara por probar suerte con un dirigente como Macri, pero hay señales de que habría comenzado a aburrirse.

Al votar por la eficacia burguesa y en contra del voluntarismo populista, la gente advirtió que, por un rato, juzgaría al Presidente según los resultados concretos de su gestión. Fue una forma de decirle al ganador del duelo electoral que sus intenciones, por buenas que fueran, serían lo de menos. Puesto que el éxito o fracaso de la gestión de Macri dependerán por completo de la evolución de la economía, no sorprende que en las semanas últimas su imagen haya perdido brillo.

Tampoco sorprende que quienes suponen que, dadas las circunstancias, cualquier alternativa a la continuación de Cambiemos en el poder sería peor, hayan empezado a pensar en la posibilidad de que Macri se conforme con un período en la Casa Rosada. Por fortuna, la coalición gobernante cuenta con dos figuras que no se han visto excesivamente perjudicadas por la turbulencia de las últimas semanas. Ambas han perdido algunos puntos, pero sus imágenes respectivas siguen iluminando el gris cielo político del país.

Una es Elisa Carrió, pero por varias docenas de razones pocos la creen la persona indicada para cumplir un rol administrativo; es una opositora vocacional que deshace por la noche lo que hace de día, una costumbre que haría muy emocionante una presidencia hipotética pero que también le garantizaría un fin teatral.

Otra es la gobernadora bonaerense María Eugenia Vidal. Para extrañeza de quienes la bautizaron “Heidi”, no tardó en mostrarse fuerte, carismática y capaz de comunicarse con sectores del electorado que presuntamente permanecerían inmunes a los encantos del “partido de los CEOs”. Si bien Mariú misma se niega a considerarse un rival de Macri al que ha jurado lealtad eterna, y es legítimo cuestionar los motivos de los afiliados del PRO y la UCR que desde hace meses, cuando en su programa televisivo la politicóloga Mirtha Legrand planteó la variante, la están promoviendo como una eventual alternativa para las elecciones presidenciales del año que viene, la especulación cauta en tal sentido no carece de significado.

En la Argentina por lo menos, lo normal es que todo presidente procure brindar la impresión de creerse imprescindible y por lo tanto irreemplazable, pero Macri nunca ha hablado como si se supusiera un hombre providencial. Aunque tal actitud sería considerada elogiable en un país parlamentario, en uno tan presidencialista como la Argentina los hay que la toman mal. Les parece insultante; gobernar la Argentina no puede ser un pasatiempo como el golf. Por lo demás, la sensación de que, siempre y cuando lograra hacerlo de manera digna después de completar el mandato previsto, abandonaría la Casa Rosada sin sentirse traicionado por el destino, sólo puede alentar a los deseosos de encontrar un sustituto.

A partir del 10 de diciembre de 2015, el gobierno de Macri se ha deslizado desde la “centroderecha” en que lo habían ubicado quienes ven la política a través de cristales ideológicos hacia un lugar más cercano a la “centroizquierda” europea. Lo han impulsado las circunstancias. Puede que dos años y medio atrás, el ingeniero Macri hubiera preferido gobernar como un “neoliberal” nato, pero no ignoraba que intentarlo le sería suicida. Estarían en lo cierto los halcones ortodoxos si la Argentina fuera un modelo computarizado como los usados por científicos, pero es un país poblado por seres de carne y hueso con temores, esperanzas y, quisieran hacer creer, derechos inalienables.

Asimismo, Macri no mentía cuando dijo que le sería prioritario procurar reducir drásticamente el nivel de pobreza. No habrá sido por sensiblería que se comprometió a hacerlo sino porque, lo mismo que aquellos CEOs, sabía que la Argentina nunca podría erigirse nuevamente en un país líder con la tercera parte de la población hundida en la miseria. Para alcanzar las metas ambiciosas que el Gobierno se ha fijado, necesitaría los aportes de muchos millones de personas que, de esforzarse, podrían desempeñar un papel valioso en la vida nacional, como hacen sus equivalentes en Corea del Sur. Es que hoy en día el status de los distintos países en la comunidad internacional, se ve determinado no sólo por las hazañas de miembros de la elite sino también por la capacidad de la población en su conjunto, es decir, de su “capital humano”.

Así las cosas, concentrarse en mejorar las condiciones en que viven los rezagados no es privativo de izquierdistas o populistas; antes bien, desde el punto de vista de Macri y otros que nunca se han destacado por su voluntad de llamar la atención a sus tiernos sentimientos solidarios, es una cuestión de sentido común. Puede que sólo quieran disponer de una fuerza laboral mejor capacitada para aquellos “empleos de calidad” que prometen crear, pero si alcanzan sus objetivos los beneficios serían mil veces mayores que los propuestos por quienes quisieron que el país se dejara dominar por militantes rencorosos que se dedicarían a organizar protestas multitudinarias.

De todos modos, para que el proyecto actualmente liderado por Macri de revertir la decadencia casi secular de la Argentina comience a cobrar forma, el país tendría que someterse a una serie prolongada de cambios grandes y chicos. Lo saben muy bien tanto los encargados del Gobierno como los jefes más lúcidos y más honestos de la oposición peronista que, si no fuera por los instintos competitivos que son propios del sistema democrático, estarían colaborando con Cambiemos. Según algunos, estarían más que dispuestos a ayudar pero Macri no los deja. ¿Es así? En parte, ya que a pesar de la convicción aparente de quien estuviera al mando de Boca Juniors de que el Gobierno tiene que actuar como un equipo, es evidente que no le gusta compartir el poder, razón por la que con tanta frecuencia habla pestes de la noción de que lo que la economía requiere es un “superministro”.

Los partidarios de un Plan B por si no se recuperara la imagen del Presidente bien antes de octubre del año venidero, lo que haría casi inevitable el balotaje en que tendría los vientos a favor un opositor, sea un peronista moderado, un kirchnerista furibundo o un personaje aún desconocido que, como Donald Trump, consiga humillar a toda la clase política tradicional, insinúan que sería mejor que María Eugenia guiara el país a través del desierto del ajuste que, más tarde que temprano, tendría que cruzar para llegar a la tierra de promisión de la “normalidad”, porque a su juicio, Macri carece de las cualidades personales precisas.

El Presidente les parece demasiado frío, demasiado razonable, demasiado reacio a considerarse protagonista de una gesta épica. No es que la gobernadora sea una versión menos disparatada de Cristina que pensaba tanto en la epopeya de la que era la estrella máxima que terminó en un universo paralelo bolivariano, sino que en opinión de sus admiradores ha resultado ser dueña de un toque humano que, para alarma de los consustanciados con el viejo orden, le permitiría movilizar millones de voluntades.

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