miércoles, 7 de marzo de 2018

Secreciones

Por Manuel Vicent
Suena el himno nacional. Su música acompañada con una letra combativa dispara en el cerebro del patriota unos mecanismos nerviosos que estimulan los instintos ancestrales de supervivencia, los mismos que excitaban al guerrero en la sabana frente a los enemigos de la tribu hace miles de años. 

Se trata de una acción refleja, pero aprendida.

De hecho, si oímos el himno de Ulán Bator no sentimos nada; en cambio, al oír la Marcha real, Els segadors, el Himno de Riego, el del Real Madrid o el del Barça, vinculados a valores, ideología, tabúes y símbolos propios, el cerebro del respectivo hincha patriota segrega automáticamente dos hormonas específicas, la adrenalina y las endorfinas, que entran de inmediato en acción.

La adrenalina le aumenta el ritmo cardiaco, le dilata la pupila para agudizar la visión ante el peligro y le induce una descarga de glucosa por si el patriota se ve obligado a realizar algún esfuerzo agresivo, por ejemplo, liarse a banderazos contra el bando contrario e incluso, en casos extremos, coger el fusil. No en vano la glándula que genera la adrenalina está en la zona de los riñones.

Por su parte, las endorfinas le producen un bienestar emocional e incluso un placer físico que se asimila con una sensación de fiesta después de la victoria.

El himno nacional o deportivo suele ir acompañado con gritos de rigor, arengas y vítores que exacerban el ánimo cuando la patria o el equipo están en peligro, pero sucede que en la vida ordinaria hay otros peligros mucho más graves que no generan ninguna secreción hormonal. ¿Por qué el paro, la desigualdad, la pobreza y la corrupción no producen adrenalina ni endorfinas? Sencillamente, porque no tienen música.

Hubo un tiempo en que la tenían. Iba acompañada con una letra de combate, La internacional, A las barricadas, himnos heroicos que hoy son solo ecos de la memoria.

© El País (España)

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