sábado, 9 de diciembre de 2017

TERREMOTO BONADIO / Astilla del mismo palo

El detrás de escena del fallo judicial de mayor impacto de los últimos tiempos. El rol papal y de la Cancillería.

Por Roberto García
Sólo otro peronista podía generar una batahola política dentro del peronismo como la que explotó hace 48 horas con el pedido de desafuero y detención posterior de Cristina de Kirchner. Incluyendo en esa orden carcelaria a parte de la compañía teatral, primeras figuras, subalternos y espontáneos, villanos y héroes de la escena. El autor de la vorágine, astilla del mismo palo: un confeso seguidor del general Perón, el juez Claudio Bonadio.

Nunca, tal vez, un hombre de otra extracción partidaria hubiera sido capaz de fulminar con tanto esmero a la viuda del Sur, enfurecida y atemorizada, o viceversa, por los dictámenes de este anacoreta de la Justicia, quien ya le provocaba sarna cuando Ella reinaba en la tierra como la duquesa de Alba. O sea, sin límites.

Así, no es de ahora el desacuerdo: se odian con la encendida pasión que siempre manifestaron las fracciones justicialistas, para asesinarse inclusive, la dama hoy procesada en una formación especial que resucitó su finado Néstor y el magistrado convertido en un vestigio viviente de la llamada Guardia de Hierro, especie en extinción que despertó nostalgias desde que Jorge Bergoglio se volvió papa, cercano en su momento a esa curiosidad del peronismo (que le sirvió, en tiempos lejanos, para proceder a una limpieza en la Universidad del Salvador, de la cual nunca fue perdonado por sus excluidos rivales).

Conviene señalar que Bonadio ha pasado varias veces por el Vaticano, debe ser el juez de mayor intimidad con el Sumo Pontífice y con menos fotografías, secretos de viaje que en algunos casos ha intermediado un especialista en cebar mate, sea a la autoridad religiosa o al ex gobernador Daniel Scioli. Dato para desmentir a quienes lo señalan como macrista.

Es público que Bonadio accedió al fuero federal luego de acompañar en el Ministerio del Interior menemista a Carlos Corach, con quien más tarde habría de distanciarse gracias a los entuertos que en la Justicia genera el Grupo Clarín. En su gremio lo consideran un caprichoso ermitaño, vehemente, pero al revés de más de un colega, no le endosaron en su larga carrera –ya pidió la jubilación– episodios de dinero mal habido, corruptelas, imprescindibles denuncias para que, antes con el cristinismo y ahora con el macrismo, se discipline a los magistrados en ciertas causas. Ha sido prudente Bonadio, por lo menos se viste con el traje de la primera comunión y vive en la misma casa desde hace más de treinta años.

Resulta graciosa la imputación de Cristina de que es el director de la orquesta persecutoria de Macri, ya que a éste ni lo debe haber votado, salvo que se haya tapado la nariz para no inclinarse por los subordinados de ella. Más fingida candidez quinceañera revela la mención de la ex mandataria de que su gobierno no se dedicaba a las escuchas ni que se servía de ellas para utilizarlas en expedientes fabricados para apartar críticos u opositores. Como si nunca hubiera estado en la escena del crimen cuando hay abundantes ejemplos de esta tarea en su administración, y su marido, un obsesivo de la información, la ropa sucia y el pescado podrido, no sólo leía las desgrabaciones de los organismos de inteligencia y de otros servicios, sino que además exigía las escuchas originales para compararlas y analizar el tono y las inflexiones de voz de quienes mandaba espiar.

Lógicas. Aunque uno dispone de la impunidad periodística para asegurar que el fallo de Bonadio es idóneo, se ajusta a derecho o, por el contrario, es un esperpento jurídico, fundado en un libro del siglo pasado, insostenible como la denuncia del muerto en extrañas circunstancias Alberto Nisman, quizás resulta más atendible y humilde sumergirse en cuestiones menos específicas. Como las superficialidades sobre la razón que en aquellos tiempos alimentaba el gobierno de Cristina para emprender un pacto con el gobierno de Teherán. Básico: Castro en sus postrimerías y Chávez en el apogeo aventuraban hacia el futuro la declinación inevitable del poder de Estados Unidos, el crecimiento de los Brics, el avance arrollador de China y la vigencia consolidada de países productores de petróleo como Irán. Ese caviar ideológico se consumía en exceso en la Casa Rosada de entonces, varios nombres aparecen en la lista de Bonadio.

Si esto es una aproximación a la teoría que justifica al juez, otros datos complementarios interesan: en la reciente visita de septiembre al país, el primer ministro israelí Benjamin Netanyahu acordó con Macri más de un entendimiento de Inteligencia, también acercó archivos hasta ahora clasificados sobre episodios de la década cristinista. Seguramente no deben favorecer a la viuda acusada de traición a la patria, aunque tampoco se sabe si constituyen elementos de prueba para condenarla. Se supone que ese material se ha incorporado a las investigaciones.

Será interesante esta provisión de política internacional, ya que la decisión judicial complica –como no hay antecedentes– a personal jerárquico de la Cancillería, una docena de personas que juran no haber escrito el memorándum, como si éste no hubiera existido. Aunque participaron de su tráfico, de su traducción (del farsi al inglés, del inglés al castellano), de las reuniones secretas, fueron correos y transmisores. Del propio Timerman, de su segundo Zuain (al que Macri premió con la embajada en Paraguay), de la ex canciller de Alfonsín, Susana Ruiz Cerruti, quien defendió en el Congreso el memorándum por ineptitud de su jefe, del influyente D’Alotto, y varios no mencionados que cercaban al ministro y luego ganaron embajadas o consulados. De Trombetta a Poffo, de Tanto Clement a la presunta dadora de ideas de Timerman, Paula Verónica Ferraris, hoy en una intendencia bonaerense, responsable del área de salud. No son Zannini, D’Elía, Parrilli, Cristina, Abbona, Larroque, Mena o Bogado.

Son otros a los que les cuesta recuperar la memoria según la fiscalía, que ni siquiera recuerdan haber sido testigos: la mejor forma para pasar la vida y permanecer como funcionarios públicos. Inadvertidamente.

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