lunes, 30 de octubre de 2017

Una historia muy pero muy extraña

Por Guillermo Piro

Hubo un tiempo en que John Irving daba clases de Escritura Creativa en la Universidad de Viena. En alguna entrevista recuerda esos años y un consejo: Irving solía decirles a sus alumnos que un buen modo de capitalizar narrativamente las experiencias vividas consistía en dar cuenta de ellas, pero de un modo desfasado, o, si se quiere, lateral.

Por ejemplo, si sufriste un accidente en auto, capitalizarás las experiencias si narrás no un accidente en auto, sino un accidente, para poner un ejemplo, en avión. De ese modo evitarás el error tan común que consiste en saltarte los detalles. Cuando rememoramos cosas vividas, volvemos a verlas, pero eso no es garantía de que consigamos hacer que los demás también las vean. Más bien lo contrario. Lo mejor es vertir la experiencia en la narración de un accidente de otra índole, de modo que estemos obligados a ver por primera vez y por lo tanto a prestar atención a los detalles.

En el diario británico The Guardian hay una sección llamada “Experience”. Consiste en la descripción de algo muy extraño que le sucedió a alguien, y esa narración está hecha en primera persona. Pero lo que se cuenta suelen ser cosas muy, pero muy extrañas. Por ejemplo, un tipo que sin haberlo planeado se encuentra criando en su departamento junto a su pareja un cerdo gigante (escribieron un libro contando su historia: Esther, una cerdita maravillosa); una chica que desde hace diez años se alimenta solamente de papas fritas; un campesino escocés a quien en un momento de distracción su perro le roba el tractor; un camionero que por una buena razón provoca un accidente en la autopista de Norwich; un tipo que es un Jedi, pero que nunca vio Star Wars. Todas son sorprendentes, pero ninguna como la de Paul Templer, un organizador de excursiones en kayak por el río Zambeze, en Zimbabue, a quien se lo tragó un hipopótamo. Una tarde, volviendo de una de esas excursiones con algunos turistas y tres asistentes, una de las canoas fue levantada en el aire por un hipopótamo. Templer les indicó a los otros a dónde dirigirse para ponerse a salvo y luego trató de alcanzar con su kayak a Evans, uno de los guías que también había terminado en el agua. Lo que sigue es su relato: “Me acerqué para aferrarlo del brazo, pero cuando estaba a punto de tocarle los dedos fui rodeado por una oscuridad total. No hubo transición. Ninguna sensación de peligro. Era como si de pronto me hubiera vuelto sordo y ciego. Entendía que mis piernas estaban en el agua, pero mi torso estaba casi seco. Era como si estuviera atrapado en algo viscoso. Había un terrible olor sulfuroso, como a huevos podridos, y sentía una fuerte presión en el pecho. Tenía los brazos atrapados, pero conseguí liberarlos y con la palma de la mano toqué los pelos de la trompa del hipopótamo. Recién entonces comprendí que estaba debajo del agua atrapado hasta la cintura en la boca de un hipopótamo”.

Templer cuenta que consiguió liberarse y trató de alcanzar la canoa, pero que el hipopótamo siguió atacándolo. Nuevamente fue mordido y arrastrado bajo el agua. Templer sintió cómo su cuerpo era masticado por el hipopótamo, pero lo único que consiguió hacer fue contener la respiración y esperar a que el animal aflojara la mordida. En un momento, el hipopótamo tuvo que subir a la superficie para respirar, y allí Templer fue recuperado por otro guía y llevado a la orilla. Tenía profundas heridas en todo el cuerpo y un agujero en la espalda por donde se podía ver un pulmón. En el hospital le dijeron que probablemente iban a tener que amputarle los dos brazos y una pierna, pero al final sólo perdió el brazo izquierdo. Sigue organizando excursiones en el río. Yo le preguntaría a Irving qué cosa cree que Templer podría utilizar para narrar su historia.

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