martes, 26 de septiembre de 2017

Las trampas del reduccionismo ideológico

Por Pablo Mendelevich
La cuestión, al final, siempre es la de los medios y los fines. Dicho en forma más precisa, el punto en el que los medios, cualesquiera fuesen, se justifican en la medida en que hay un objetivo superior, tan elevado que hasta desarrolla estatura de divinidad. Si se trata de la liberación, por ejemplo -véase la aureola épica del vocablo-, todo o casi todo es válido para lograrla. La liberación no puede esperar.

Estamos hablando de la liberación del pueblo, obvio, no de la de una calle cortada ni de la de un preso que ganará lastimosa fama al reincidir con los mismos crímenes. Tampoco de la liberación de la economía, que por extraña razón corresponde a un pensamiento situado en la vereda de enfrente de la de los devotos de la liberación a secas. Acá es liberarse del yugo imperialista, digamos, de la sinarquía internacional, los cipayos, los buitres, en fin, ya se sabe, todos los que impiden que nos desarrollemos de una buena vez.

Se dirá que hablar de liberación en clave peronista es un viejazo. Que lo de liberación o dependencia ya no corre más, mucho menos la otra versión, la trágica, liberación o muerte. Sin embargo la palabra liberación, abrazada cual destino de ensueño, resonaba hasta ayer nomás en los patios de la Casa Rosada entonada por las juventudes cristinistas delante de su líder, entonces la presidenta de la Nación, a quien semejante ofrenda congratulaba.

¿Pasó de moda ese estilo vintage K? Porque no era la primera vez que la promesa de liberación reverberaba en los oídos marmóreos aunque estropeados del busto de la República, que por culpa de su privilegiada ubicación en el Salón Blanco perdió de muy joven la capacidad de sorprenderse. Cuatro décadas atrás el Tío Héctor Cámpora había celebrado el eco de cánticos similares, si bien compuestos sobre un programa de acción política bastante más agitado y severo, dramático, que no consistía en denunciar enemigos sino en eliminarlos.

Igual que esas bandas y trovadores que salen de gira y archivan viejos éxitos para no fatigar a sus fans ni a ellos mismos, el cristinismo guardó la partitura "Cristina corazón, acá tenés los pibes para la liberación". Ella hasta pudo olvidarse del tema, como olvidó -la neurología es sabia- la explicación que le dio al país su jefe de Gabinete Aníbal Fernández acerca de que en Alemania había más pobres que la Argentina kirchnerista. El repertorio se renovó merced al hit "Macri basura, vos sos la dictadura", con cuya letra la ex presidenta dice ahora no estar de acuerdo, aunque se descuenta que sí con la música, ya que nunca le molestó que sus pibes lo entonasen en los actos con sostenido entusiasmo a pocos metros de donde ella entrega sus verdades. Salvo que sus oídos estén tan atrofiados como los del busto de la República.

Sobresale entre aquellas verdades la de que en la Argentina pasa lo mismo que en Venezuela, no hay estado de derecho. Una incomodidad, no sólo para quien tiene que estar yendo a tribunales a atajar imputaciones y procesamientos sino para el encargado de componer una estrofa con tan refinado diagnóstico: dictadura no padecemos, lo que falta es estado de derecho. Con basura, por lo menos, no rima.

Parece ser que la liberación quedó trunca porque la interrumpió Macri. Según el revisionismo histórico tercera temporada, elaborado por el kirchnerismo en situación de calle, Macri conduce el primer gobierno de derecha que accede al poder a través del voto.

He aquí una falacia (otra) que merece ser desmenuzada. No es del caso discutir si el gobierno de Cambiemos es de derecha, de centroderecha o si es un gobierno de coalición que integran dirigentes más despartidizados del mundo empresario con sectores de pensamiento conservador, radicales, radicales disidentes y peronistas desencantados con el peronismo tradicional, junto a progresistas distanciados de las izquierdas orgánicas. En la simplificación del revisionismo escrito con K, Macri es un neoliberal que restaura el autoritarismo de la última dictadura, el primer representante de la oligarquía que consigue llegar al poder por medio de los votos. Pero si se aceptara que Macri es lo que le endilgan, no sería el primero. Sólo sería el primero no peronista.

Lo que se conoce habitualmente como neoliberalismo fue aplicado por primera vez por el gobierno de Isabel Perón, claro que de manera calamitosa. El mentor fue en aquella época (1975) Ricardo Zinn, materia gris del Rodrigazo, que fue la quintaesencia del ajuste contra los sectores populares. Zinn era entonces el segundo del ministro de Economía Celestino Rodrigo y al año siguiente, golpe de estado mediante, se convirtió en asesor de José Alfredo Martínez de Hoz. Para recordar el segundo antecedente no hace falta peinar canas, basta con no borrar del calendario la década menemista, que incluyó el concubinato de la familia Alsogaray (algo que acaba de ser recordado por estas horas a raíz del fallecimiento de María Julia) con el grueso del peronismo, por entonces bajo el influjo de un pequeño restyling en la parafernalia de la liberación: había que liberarse de la vetusta telefonía estatal y, de paso, de YPF, Aerolíneas, la industria argentina, etc. Tiempo de achicamiento del Estado, privatizaciones, relaciones carnales con Estados Unidos. Algunos peronistas pataleaban por parcialidades, pero cada dos años se reencontraban en la camaradería de las boletas electorales.

En cuanto a la vocación represiva que el kirchnerismo y la izquierda le atribuyen hoy a Macri definiéndolo como un precursor, por su condición de electo, también hay que volver al gobierno peronista que produjo el Rodrigazo y que poco antes instauró el terrorismo de Estado. Lo hizo a las órdenes de José López Rega desde el Ministerio de Bienestar Social, aunque cada vez hay más autores que sostienen que detrás de la creación de la banda terrorista estatal Triple A había estado el propio Perón.

Cristina Kirchner negó siempre a Isabel Perón. La borró. Jamás habló de ella ni de su gobierno, salvo una vez que mencionó que había votado a la fórmula Perón-Perón "desde la izquierda", es decir, con la boleta del FIP que había acordado Jorge Abelardo Ramos con el líder para que la JP digiriera mejor ese voto "derechista". Hasta el día de hoy Cristina Kirchner se dice la primera presidenta mujer que llegó al poder por el voto popular, una mentira. Isabel Perón sacó el 61,85 por ciento de los votos, tantos como su esposo. Por eso a la muerte del general fue ungida presidenta. Es lo mismo que sucedió con Pellegrini, José Evaristo Uriburu, Figueroa Alcorta, Victorino de la Plaza y Ramón Castillo, los vice presidentes que gobernaron el país al morir quienes habían encabezado las fórmulas. A nadie se le ocurrió hasta ahora borrarlos de la historia por no haber accedido de entrada como presidentes. Pero lo de Isabel, desde la óptica cristinista, no tiene una razón sino tres: fue en ese tercer gobierno peronista cuando se fundaron, entrelazados, el terrorismo de Estado y el neoliberalismo salvaje. Y ella sí fue la primera mujer que gobernó la Argentina, lo que no habría contribuido a asociar género con mérito.

© La Nación

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