martes, 11 de julio de 2017

La gobernabilidad, de Arturo Frondizi a Mauricio Macri

Por Pablo Mendelevich
Si uno lo piensa en términos históricos parece increíble que el ministro del Interior del presidente Macri se llame Rogelio Frigerio y que una de sus principales funciones sea la de asegurar la gobernabilidad. Todos los días el ministro del Interior negocia con los gobernadores, la mayoría de los cuales no admira al presidente por sus ideas ni por su estilo ni se identifica con los postulados de la alianza laica Cambiemos. Dos de cada tres gobernadores son peronistas.

Por motivos diversos ellos dejaron de aparecer en los diarios como gestores samaritanos de los votos parlamentarios que al oficialismo le faltaban para sacarle leyes al Ejecutivo, pero tampoco es que se dediquen ahora a hacer olas (aparte de reclamarle plata al gobierno central con bravura oscilante, como corresponde en un país sin ley de coparticipación). Tienen matices, no se comportan como una liga rebelde. Menos aún participan de la agitación antimacrista que promueve el kirchnerismo en situación de calle, estrafalario mestizaje peronista-trotskista sobre el que buena parte del peronismo guarda prudente silencio o bien opina con cautela (esta situación, se cree, durará por lo menos hasta la gran encuesta nacional del 13 de agosto).

El Rogelio Frigerio original, abuelo del ministro, negoció en Venezuela con Perón, en 1957, los votos peronistas para que Arturo Frondizi pudiera llegar al poder. Quiere decir que de algún modo fue quien inauguró el escarpado camino de la estabilidad institucional para los presidentes no peronistas. No hace falta recordar que en ese camino lleno de piedras -nunca mejor dicho- todavía nadie consiguió dar una vuelta completa, llegar hasta el final. La mitad de los cuatro presidentes no peronistas inconclusos son de la época en la que el peronismo estaba proscripto por las Fuerzas Armadas. La otra mitad pertenece a la nueva democracia. Rara, la constante.

A Frondizi, que había ganado casi con la mitad de los votos, tenía todas las gobernaciones, todo el Senado y 133 diputados, lo desbarrancaron a los cuatro años (debía cumplir seis) después de aguantar 29 planteos militares e infinitas huelgas y sabotajes organizados por la llamada Resistencia peronista (si la palabra resistencia les suena a los lectores jóvenes es porque ahora suelen usarla Hebe de Bonafini y Máximo Kirchner precisamente para equiparar a la democracia actual con el tutelaje militar de los sesenta). Frondizi, cabría decir, sucumbió atenazado y acabó preso en Martín García. Illia duró un año menos. Pero a él no lo sacaron los militares en un avión de guerra. Lo desalojó una compañía de agentes de la Policía Federal con gases lacrimógenos a las órdenes de un puñado de militares compadritos y, entre apretujones, se tuvo que ir de la Casa Rosada en taxi. Hoy muchos peronistas no sabrían muy bien explicar por qué (encima el derrocamiento de Illia fue el que produjo más golpistas arrepentidos). Pero pueden ilustrarse con lo que pensaba entonces un patrocinador, ni más ni menos que Perón. Horas después del golpe, el general declaró en Madrid: "Para mí, éste es un movimiento simpático porque se acortó una situación que ya no podía continuar. Cada argentino sentía eso. Onganía puso término a una etapa de verdadera corrupción. Illia había detenido al país queriendo imponerle estructuras del año mil ochocientos, cuando nace el demoliberalismo burgués, atomizando a los partidos políticos. Si el nuevo gobierno procede bien, triunfará" (Perón entrevistado por Tomás Eloy Martínez, revista Primera Plana del 30 de junio de 1966).

Alfonsín tuvo que renunciar seis meses antes de completar el sexenio por culpa de la hiperinflación que le estalló en las manos, pero además hubo una transición muy mal pensada (se pretendía que la Argentina tuviera dos presidentes durante más de medio año) y el peronismo metió la cola, no sólo sobre el final sino desde el vamos. Suele resumirse ese comportamiento con la mención de los trece paros nacionales que organizó la CGT de Saúl Ubaldini. De postre, Menem empujó a Alfonsín a la renuncia (recuérdese el dólar recontraalto que prometió Guido Di Tella, un modelo de desestabilización), y buscó conformarlo con el hito de la alternancia en sí misma, acontecimiento histórico inédito en la era moderna.

Lo de De la Rúa está más fresco. Hasta Cristina Kirchner llegó a decir en una de sus agotadoras cadenas que entre las motivaciones de la caída de De la Rua había estado la conspiración de sectores peronistas. Lástima que no lo dijo antes y que no dio nombres (sólo los insinuó).

Lo mejor de todo es que en la Argentina se puso de moda hace ya varios años moquear por Frondizi cuando se pregunta quién fue un gran presidente, uno con visión estratégica, uno bien inteligente. Es que entre los devotos del creador del desarrollismo ahora abundan los peronistas (por ejemplo, los dos Kirchner). Nadie jamás se hace cargo del papel histórico que le tocó en el desgaste, en la ostensible funcionalidad al acecho castrense. Resulta que Frondizi era un estadista irrepetible, "qué pena que no lo dejaron".

Todo esto viene a cuento para recordar algo que se sabe, pero a menudo se olvida: si Macri le entrega el poder al sucesor el 10 de diciembre de 2019 (o si es reelegido) se convertirá en el primer presidente no peronista de la historia desde que existe el peronismo (1945) que completa un mandato. Antes de que se malinterprete, no se está diciendo que Macri sea igual a Frondizi o tenga la honestidad proverbial del viejo Illia. Sólo se trata de exponer que se finge una democracia no traumática, ordenada, difícil de hallar en los libros de historia.

Las elecciones de este año, eso salta a la vista, están vinculadas con el pronóstico. Si Macri gana, Verdad de Perogrullo, se fortalece. Y si Macri pierde no habrá manera de no pensar que la gobernabilidad quedó amenazada. Es decir, que los sectores interesados en que no termine el mandato se sentirán tonificados. Podrá criticarse a la polarización política como estrategia demasiado dramática, pero la accidentada serie presidencial ayuda poco a sentirse apoltronado en una democracia rutinaria. Novedad 2017: la representación política de los sectores que pocas semanas atrás meneaban un helicóptero como ícono de mandato abortado también van a las urnas y se pretenden victoriosos. Abuenado para la campaña, el grupo más destacado lleva una marca imperfecta: Unidad Ciudadana.

© La Nación

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