martes, 25 de julio de 2017

Cuándo nos fuimos a la mierda


Por Javier Calvo

“Váyase a la mierda, Grabois”, le lanzó Lanata al dirigente social antes de cortar la comunicación radial que sostenían. Comunicación es una manera de decir. Se trató en realidad de un violento diálogo de sordos donde parecía primar quién dejaba más en ridículo al otro, en torno a la presunta utilización de un menor marginal y con problemas de todo tipo ante las cámaras de TV.

Más allá del posible didactismo de Grabois y de los ya clásicos exabruptos de Lanata en ese intercambio de golpes verbales, buscado por ambos, en este caso quedan expuestos varios de nuestros dramas.

El más importante, como si fuera necesario aclararlo, es el de la constante y creciente degradación social que vive la Argentina desde hace décadas. En ese amplio ítem incluyamos salud, educación, justicia. El Observatorio Social de la UCA estima que es pobre la mitad de los chicos y chicas de hasta 17 años. No estamos en la grieta. Es el abismo.

El Estado y su distancia para atender a los más vulnerables es el principal responsable de esta situación. No el único. La insensibilidad del sector privado también hizo su aporte. Igual que el “sálvese quien pueda” de amplias capas de los que conseguimos mantenernos dentro del sistema.

Lejos de enfrentar realmente el problema, aunque se digan preocupados y ocupados en ello, muchos dirigentes políticos, empresariales y sindicales mantienen una agenda que no atiende ni entiende semejante desastre. No sorprende: otro sería el cantar con líderes serios, responsables, honestos y capaces. Sería otra Argentina, no ésta.

Así es que el principal entretenimiento de estas elites, acompañadas por sus cautivos seguidores, no es el de debatir y acordar el inicio de caminos inclusivos y de progreso. No. El deporte favorito es alimentar lo que cada uno cree y el que piensa distinto es enemigo.

Por eso es imposible que Lanata y Grabois dialoguen. No quieren hacerlo. Expresan su deseo, y el de sus audiencias, de desnudar al otro. No importa la razón o la verdad. Sólo el escarnio. No importa si lo que dijo el menor es cierto o no. No importa si se lo protegió en su testimonio. No importa si sirve de algo visibilizar su estado. No importa que los números oficiales expresen cifras ínfimas de menores asesinos. No importa el chico, siquiera. Apenas parece una excusa. Otra, para seguir combatiendo.

Para completar el patetismo de lo que somos, lo expuesto en TV y su continuidad radial reanimó a las hordas de salvajismo militante de estos bandos. Descalifican en busca de llevar agua para su molino, reafirmar su fe. Y sus prejuicios. Seguimos peleando en la cubierta del Titanic.

El drama no hará más que agravarse si seguimos actuando tal como lo hemos venido haciendo hasta ahora. No excluyo de ello, ni mucho menos, al periodismo. Pero hay otros poderes que deberían tomarse las cosas más en serio. Si es que pretendemos salir, alguna vez, de este abismo de mierda en el que estamos metidos.

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