martes, 9 de mayo de 2017

Tres jueces contra un país

Por Ernesto Tenembaum

En los últimos años, Magdalena Ruiz Guiñazú, Hebe de Bonafini, Sergio Massa, Ricardo Gil Lavedra, Estela de Carlotto, Marcos Peña, Horacio Verbitsky, Adolfo Pérez Esquivel, Federico Pinedo, Máximo Kirchner, María Eugenia Vidal, Luis Moreno Ocampo, Ricardo Lorenzetti protagonizaron discusiones muy terribles, ubicados, depende la persona de la cual se trate, de un lado y otro de la así llamada grieta.

Probablemente, dada la dinámica de los hechos ocurridos desde 2003, muchos de ellos jamás volverán a conversar o siquiera a dirigirse la palabra. Sin embargo, en los últimos días, por un breve lapso, esa grieta se cerró y todos coincidieron en algo. El milagro lo lograron tres jueces de la Corte Suprema de Justicia, cuyos nombres empiezan a transformarse en adjetivos calificativos: Guillermo Rosenkrantz, Elena Highton de Nolasco y Horacio Rosatti. El sorprendente acuerdo entre personas tan distintas partió de una idea muy básica y elemental: el rechazo a que torturadores, secuestradores de niños y asesinos recuperen la libertad antes de cumplir sus condenas.

Ese acuerdo que alcanza a personas tan distintas se expresará en las calles en los próximos días, durante manifestaciones importantes que trascenderán en significado y en calidad a las que, de una u otra manera, representaron en los últimos meses a la cultura kirchnerista. Es lógico que así sea y solo jueces que desconocen lo que ha ocurrido en este país durante las últimas décadas podrían ignorarlo. El fallo de los tres supremos es un desafío muy fuerte a un consenso social que se alcanzó en la Argentina luego de un gran esfuerzo que duró varias décadas.

Como Jourdan, aquel personaje de Moliere que no registraba que hablaba en prosa, los argentinos damos por sentadas, afortunadamente, algunas ideas que, al regreso de la democracia, no eran tan naturales. La inmensa mayoría del país cree que la represión ilegal fue un espanto y no la respuesta lógica del estado a un desafío proveniente de la subversión; cree que los niños secuestrados deben ser restituidos y sus apropiadores castigados, y no -como muchos sostenían en los 80-que no se los debía molestar ni cuestionar a las familias que los habían criado ‘con amor’; cree que la Justicia debe definir el destino de los acusados; y que la dictadura no debe volver nunca más. Gracias a ese consenso, la Argentina es un caso único en el mundo donde los represores terminaron juzgados en democracia, y eso se logró en paz, sin disparar un solo tiro.

Solo la ceguera puede ignorar lo sensible que resulta ese territorio para varias generaciones que sienten esos logros como esenciales en su recorrido vital.

Dado que existe ese consenso, es probable que el camino para que el fallo de la Corte derive en la liberación anticipada de cientos de represores sea muy escarpado. Los temas que deberán debatir los jueces son múltiples. ¿Ese fallo se aplica solo a los represores con condena firme o también a los procesados? ¿La ley del dos por uno es constitucional o vulnera tratados internacionales a los que adhirió la Argentina? ¿Cada caso es equivalente al de Luis Muiño o en todos hay diferencias mínimas o sustanciales que permiten arribar a conclusiones diferentes? Y, finalmente, dado que el fallo no es vinculante, ¿a qué normas puede aplicarsele el principio de la ley más benigna y cuales deberías estar exceptuadas? En cada juzgado se discutirán estos y otros elementos. Dada la presión y la observación social que existe, puede ocurrir que se produzca una rebelión de los jueces contra el fallo de la Corte.

No sería la primera vez que los jueces se rebelan contra un intento extravagante de imponer impunidad por la ventana. Exactamente eso ocurrió en 1987, cuando se aprobó la Ley de Punto Final, que establecía un límite de 120 días, luego de los cuales solo se podría juzgar a los militares procesados por delitos vinculados a la represión. En esas semanas, los juzgados trabajaron a destajo y produjeron nada menos que cuatrocientos procesamientos. Ese aluvión fue el que gatilló la célebre rebelión de Semana Santa y luego el gobierno, amenazado por los militares, logró que el Parlamento aprobará la Ley de Obediencia Debida, en uno de los días más tristes en 33 años de democracia. ¿Por qué no habría de producirse ahora un proceso similar?

Entre las organizaciones que nuclean a las víctimas de la dictadura hay una justificada suspicacia respecto de cual fue la responsabilidad del Gobierno en el fallo de la Corte. La sospecha se apoya en que dos de los tres del dos por uno fueron designados por Cambiemos y una tercera le debe su continuidad en el cargo. Pero además, los organismos llevan contabilizados un sinnúmero de gestos agresivos en su contra: desde la discusión de símbolos como el número de 30.000 desaparecidos, hasta la falta de colaboración para que su mensaje llegue a las escuelas, pasando por declaraciones presidenciales sobre "el curro de los derechos humanos" o el célebre "no tengo idea de cuántos fueron", el manoseo del feriado del 24 de marzo, la permanencia en su cargo de un funcionario que negó la existencia de un plan criminal o el desmontaje de reparticiones que colaboraban con la búsqueda de la verdad. Esos gestos del gobierno nacional no fueron reproducidos por las administraciones de Cambiemos en la provincia de Buenos Aires y en la capital del país.

Contra esa perspectiva, el Gobierno cuestionó el fallo, con mayor dureza a medida que pasaban las horas: tibiamente el mismo jueves el secretario de Derechos Humanos, Claudio Avruj, y la vicepresidenta Gabriela Michetti, mucho más duros el fin de semana, el jefe de Gabinete, Marcos Peña, y el presidente provisional del Senado, Federico Pinedo, al exigir una aplicación restrictiva del fallo y anunciar el envío de una ley para que se aplique solo a los represores que hayan estado detenidos durante la vigencia del dos por uno, o sea, a ninguno de ellos. Muy contundente ayer la gobernadora María Eugenia Vidal. Mauricio Macri se mantiene en silencio ¿Son sinceros esos rechazos o se trata de meros gestos de oportunismo? Hay diferentes opiniones al respecto pero, aun si no fueran sinceros, eso reflejaría una vez más que un amplio sector social empuja en contra de la impunidad. Néstor Kirchner había ignorado el reclamo de Justicia hasta que llegó al poder: si lo respeta, Macri no sería el primero en actuar contra su propia historia de insensibilidad. Si se quiere despegar del escándalo, que será creciente aunque él no lo vea, debe establecer una política coherente, creativa e inteligente contra el fallo de la Corte: no parece que German Garavano y Claudio Avruj estén seriamente comprometidos en llevarla a cabo.

La memoria histórica sobre lo ocurrido en los 70 ha sido escenario de una dolorosa batalla en los últimos años. El intento del gobierno anterior por utilizarla como una herramienta para saldar batallas actuales y menores generó una cruel división entre quienes, incluso desde los mismos años de la dictadura, comenzaron el largo peregri naje para que los crímenes tuvieran su castigo. Era lógico, y esperable, que el cambio político aquietara las aguas, y encarnara una visión un tanto más moderada e inclusiva sobre lo ocurrido en un período que empieza a quedar realmente lejos en el tiempo. Tal vez algunas personas vieron en esa circunstancia la oportunidad de ir más allá, o sea, de utilizar el rechazo a algunos de los métodos del gobierno anterior para lograr que se liberen a los genocidas. A juzgar por la contundente respuesta que se produjo, parece que, afortunadamente, y más allá de las diferencias, la sociedad no quiere que se quiebren ciertos límites. Es una advertencia a los jueces de la Corte pero también a un Gobierno cuyo jefe no entiende cabalmente de qué trata la memoria histórica y que muchas veces, ha echado innecesariamente sal en heridas ajenas.

© El Cronista

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