lunes, 16 de enero de 2017

El gran escritor del que nunca oyeron hablar

Por Guillermo Piro
Breece Pancake nació el 29 de junio de 1952 en Milton, en la Virginia occidental. Se pegó un tiro el 8 de abril de 1979 en Charlottesville, la capital del estado. Tenía 26 años. Fue una noche en que ocurrió algo que no se entiende. Pancake, como de costumbre, estaba borracho. Entró en la casa de unos vecinos que habían salido y se sentó en la oscuridad. Cuando sus vecinos volvieron a casa vieron a Pancake moverse en la oscuridad y escapar corriendo. Corrió hacia su casa, pero de pronto se detuvo. Y entonces, por alguna razón inexplicable, se pegó un tiro.

Es considerado uno de los mejores escritores estadounidenses de la segunda mitad del siglo XX. Joyce Carol Oates lo compara con Hemingway; para Kurt Vonnegut es “el más grande escritor que haya leído”; también es el autor preferido de Tom Waits.
  
Pancake era hijo de un empleado de la Union Carbide –una de las empresas más antiguas de productos químicos de los Estados Unidos– que tenía problemas con el alcohol y que murió en 1975. Breece tenía dos hermanas mayores que él. Nunca tuvo una cuantiosa experiencia viajera. Uno de los pocos viajes que hizo fue justamente para visitar a una de sus hermanas, que se había mudado a Santa Fe. Era alto y rubio. Le gustaba pescar, cazar, y como a todos los que les gusta pescar y cazar amaba las armas. Todas sus posesiones consistían en un viejo Volkswagen desvencijado con el que de vez en cuando iba a visitar a su hermana.

Quienes lo conocieron lo describen como un tipo un poco raro. Un día de 1976 se presentó delante de su profesor, James Alan McPherson –quien prologó la primera edición estadounidense del único libro de Pancake publicado: Trilobites–, para invitarlo a tomar una cerveza y contarle que tenía planeado trabajar con él. Cuando McPherson le dijo que estaba de acuerdo, Breece se puso a correr por los pasillos de la universidad gritando “I’m Jimmy Carter and I’m running for President!”, imitando la voz del futuro presidente de los Estados Unidos. Cuentan que tenía un hábito curioso: llenaba de regalos a todo el mundo. Regalaba lo que había pescado y regalaba los trilobites que había encontrado. Dice McPherson que era un modo gentil de mantener a los demás lejos de sus secretos. Se habla también de extrañas llamadas en medio de la noche y de trifulcas en el bar. Dicen que decía que lo único que contaba era la experiencia. Y que sufría mucho la diferencia social que lo separaba de los muchachos de la universidad de Charlottesville.

Pocos meses después de la muerte de su padre se convirtió al catolicismo. Era un católico recalcitrante, aunque en los doce relatos de Trilobites –lo único que dejó– la palabra Dios aparece solamente una vez en boca de un campesino viejo y rencoroso. Le daba sus relatos a cualquiera que fuera capaz de apreciarlos. Naturalmente eran apreciados. En 1976, la revista Atlantic Monthly publicó “Trilobites”. A causa de un banal error de tipeo, la inicial del segundo nombre, Dexter, se volvió DJ. Cuando Breece tuvo en sus manos las pruebas de galera decidió dejarlo así. El libro apareció póstumamente en 1983, y desde entonces no hizo más que alimentar un culto secreto. Me dicen que el libro apareció en España en 2012, publicado por Alpha Decay, pero yo acabo de leer la edición italiana, porque, como decía Michaux, “ya no habito esos lugares”.

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