jueves, 8 de diciembre de 2016

36 AÑOS SIN JOHN LENNON

Por David Bustos (*)

Los últimos días de John Lennon fueron de un ritmo frenético, atrás habían quedado los momentos en que se dedicaba la mayor parte del tiempo a su hijo Sean y casi no salía de su departamento.

El 14 de noviembre de 1980 rompió el silencio y salió al mercado “Double Fantasy”, junto a Yoko Ono, un disco eminentemente de estudio que debe su nombre a una flor que encontró en una visita a un jardín botánico en las Bermudas y que significa que “dos personas tienen la misma imagen en el mismo momento”. El disco inicia con el tema “(Just Like) Starting Over”, canción que alcanzó el número uno en los ranking, tras su muerte. Y que tiene al menos tres temas más que valen su peso: “Losing You”, “Beautiful Boy” y “Woman”.

Como sea, fueron alrededor de cinco años los que Lennon estuvo retirado de las pistas. En una entrevista a la revista Playboy le preguntaron acerca de esa época y dijo: “He estado cociendo pan y cuidando del bebé”, relatando con ironía cómo recibía a Yoko por las noches: “¿Has tenido un día duro en la oficina, querida? ¿Quieres que te prepare un trago?”. John estaba llegando a los cuarenta y quería enmendar en algo su ausencia paternal previa, especialmente con Julian.

Todo pasó de manera veloz. Hace poco había rechazado la idea de guardaespaldas comentándole una noche al guitarrista Jess Ed Davis que acababa de despedir al suyo porque “si vienen por ti, no cabe duda de que al final te pescan. Primero matan al guardaespaldas”. Para John la idea de que moriría era algo que le rondaba hace años (recordemos la canción póstuma “Borrowed Time”); de hecho, cuando grabó Double Fantasy ordenó que instalaran una grabadora en el estudio para capturar sus conversaciones en la sesiones de manera continua, era su manera de sacar todo lo que tenía adentro tras años sin salir de su departamento, improvisando una especie de autobiografía oral que se complementaba con un diario que autorizó y que llevaba Fred Seaman.

Lennon estaba totalmente convencido que su vida terminaría y por eso hizo el esfuerzo de poner su historia por escrito.

En paralelo, Mark David Chapman se había obsesionado con asesinar a su ídolo. Pero ¿quién era Mark David Chapman?

Se sabe muchas cosas del asesino de Lennon, que era un tipo con antecedentes siquiátricos, que incluso había intentado suicidarse en 1977 por asfixia de monóxido de carbono pero, por desgracia para muchos, había fallado.

En 1978, Chapman había viajado por el mundo visitando Tokio, Seúl, Singapur, Beirut y Londres, entre otros países. También trabajó varios años en la Asociación de Jóvenes Cristianos (YMCA), sus antiguos compañeros de trabajo lo recordaban como un “devoto guardián de la juventud y ferviente cristiano”. Había renunciado a su vida hippy, incluido el consumo de anfetaminas, marihuana y LSD, y se había transformado en un joven cristiano modelo, vestido con pantalón negro, camisa blanca, corbata y una cruz de madera colgándole del cuello. En la iglesia tocaba la guitarra, pero pronto reemplazó la música con misiones que lo alejaron de su hogar.

Una cuestión que marcó a fuego a Chapman fue su identificación con el personaje Holden Caulfield del Guardián entre el Centeno, de J.D Salinger. De hecho, llevaba el libro la noche en que le disparó a Lennon a la entrada del Dakota.

Dentro de ese marco de coincidencias y extraños paralelismos, Chapman también estaba casado con una japonesa, al igual que su ídolo. Se trata de Gloria Abe, con quien vivía en Hawai. Una pareja peculiar: él era cuatro años más joven que ella, Abe era hija de un próspero banquero japonés además de budista, aficionada al tarot, la astrología y el ocultismo.

Durante ese período Chapman leyó un artículo sobre Lennon en el  Esquire, y después fue a la biblioteca y retiró un ejemplar de John Lennon: One Day at  Time, de Anthony Fawcett. Al leerlo se puso furioso, afirmando a su esposa que el ex Beatle se había vuelto un farsante, mostrándose como alguien que predicaba la paz y el amor, pero vivía como millonario. Fue en ese lapso de tiempo que comenzó a grabar cintas de discos de los Beatles, alterando la velocidad. Su esposa cuenta que lograba escuchar a través de la puerta unas voces fantasmales, como sacadas de alguna película de terror. Lo veía desnudo en el dormitorio en posición de loto, escuchando esas voces espectrales y cuando terminaba esas sesiones gritaba: ¡Voy a matarte, John Lennon! ¡Bastardo farsante!

Decidido, Chapman compró un arma en el centro de Honolulú, el dependiente que lo atendió en la armería se llamaba Ono. Eran señales que Chapman recolectaba y llenaba de sentido, le reafirmaban que el camino trazado era el correcto. El arma en cuestión fue una Charter Arms calibre 38 especial, un arma de cañón corto y cinco disparos.

Los viajes de Chapman a NY en su misión de asesinar a Lennon fueron en total dos. El primero fue más bien extraño, se paseó por las afueras del Hotel Dakota y por los alrededores de Central Park, de hecho hasta conoció una chica con la que salió una noche a ver El Hombre Elefante de Bernard Pomerance, obra teatral que por entonces protagonizaba David Bowie en Broadway. El verdadero problema que se le presentó entonces era que no tenía balas para su arma y aunque trató de comprar, no tenía el permiso y se le hizo imposible conseguir uno. Fue así como viajó a Atlanta y se puso en contacto con un viejo amigo, Dana Reeves, que trabajaba como ayudante del sheriff. Chapman le contó que NY era un sitio muy peligroso y necesitaba balas que “fueran capaces de hacer pedazos a un hombre”.

Esta parte de la historia es crucial, según creo, porque el tipo de bala podría haber hecho la diferencia. Si Lennon hubiera sido baleado con municiones normales para este tipo de armas, había una chance de haberlo salvado. Sé que fueron cuatro tiros los que recibió a las afueras del Dakota, cuatro de cinco, porque el quinto no dio en el blanco. Pero quiero creer que hay una gran diferencia entre balas normales para ese tipo de armas y balas expansivas. Porque Reeves eso fue lo que le entregó: balas de ojiva hueca que explotan por impacto, destrozando por completo el objetivo.

Por su parte, John continuaba con la grabadora entregando sus ideas y experiencias, y fue en una de esas sesiones que le dijo a Jack Douglas (su productor musical): “No le digas a Yoko lo que voy a contarte”, y le relató algo similar a lo que le había dicho a Davis: que sus días estaban contados y que estaba viviendo de prestado, incluso se refirió a la leyenda después de su muerte, fantaseando que sería más famoso que Elvis. La sensación de eminente tragedia ante las palabras de Lennon le hizo creer a Douglas seriamente esa posibilidad, pero digamos que nadie hizo algo, como por ejemplo contratar nuevamente a un guardaespaldas.

Fueron días a toda velocidad. Aparte de las entrevistas, debido al nuevo álbum y eminente ascenso en los ranking de Estados Unidos y estreno en Inglaterra, John ayudaba a Yoko con  Walking on Thin Ice, una canción de aproximadamente seis minutos que quería convertir en un éxito.

El día

El 8 de diciembre de 1980 Chapman se despertó más temprano que de costumbre, observó por la ventana, el clima estaba frío y los transeúntes pasaban envueltos en abrigos y gorros. Se puso calzoncillos largos, una camisa, un chaleco y después una chaqueta, junto con una bufada y un gorro de piel sintética. Estaba más decidido que nunca, sin duda sería el día que acabaría de una vez y para siempre con John Lennon. Era el segundo viaje que hacía a NY y ahora lograría, efectivamente, su objetivo.

Antes de salir a la calle ordenó sus cosas más íntimas en una disposición que parecía un altar. La foto de Dorothy del Mago de Oz y un ejemplar del nuevo testamento en el que había escrito de puño y letra el nombre del protagonista del Guardian en el Centeno, además del nombre de su obsesión y pesadilla, John Lennon, en el Evangelio de Juan. Puso también su pasaporte y algunas fotos de él mismo. Todo fríamente calculado, montó en su habitación un altar que dibujaba con precisión su aura narcisista.

Chapman salió a la calle con el disco Double Fantasy bajo el brazo y en el bolsillo la mencionada novela de Salinger. Llegó hasta el Hotel Dakota, preguntó al portero por el ex Beatle y después invitó a almorzar a Jude Stein, una fans que era habitual en el lugar. Al volver, entabló una conversación con el fotógrafo Paul Gorech, e incluso cuando bajó la niñera con Sean, el asesino le dedicó unas tiernas palabras al hijo de la pareja.

Cerca de la una de la tarde, Lennon dio su última entrevista, y fue ahí cuando volvió al Dakota. Chapman, al verlo bajar de la limusina, le entrega el álbum, sin decir palabra, y Lennon se lo firma. Gorech les saca una foto, parece increíble que haya registro de ese encuentro, pero lo hay. Lennon firma el disco a su asesino horas antes de que este lo mate.

Cerca de las diez cuarenta y cinco de la noche, llegó la pareja nuevamente al hotel Dakota, y la primera en bajarse de la limosina fue Yoko, luego bajó John con una grabadora y varios casetes bajo el brazo. Lennon ve al mismo hombre que le había firmado el disco horas antes, le dedica una mirada dura y sigue decidido hacia la entrada.

Los dos primeros disparos que alcanzaron a Lennon en la espalda le hicieron girar,  luego dos de los tres se incrustaron en su hombro. John alcanzó a caminar unos pasos más e incluso traspasó la mampara del edificio y cayó, como si se tratara de un western donde él había sido el “jovencito de la película” acosado por un karma demasiado mortal para sobrevivirlo.

¿Qué hizo Mark David Chapman? Nada, se quedó ahí parado, dejó caer su arma y esperó a que llegara la policía. Mientras aguardaba paciente su destino, sacó nuevamente el libro de Salinger y comenzó a leer, como si fuera la biblia.

Al ver el cuerpo de Lennon los policías no dudaron en llevarlo ellos mismos al hospital más cercano. Había que actuar lo más rápido posible. Al tomarlo de los brazos y piernas pudieron incluso escuchar sus huesos rechinando, no sabían en ese instante que se trataba de John Lennon; incluso le preguntaron su nombre durante el trayecto, mientras se desangraba éste respondió agónico: The Beatles.

Al llegar al hospital estaba casi sin pulso, las dos balas que le habían impactado en la espalda le habían perforado el pulmón (de ahí la hemorragia por la boca) y el pecho. El tercer proyectil le había destruido el hombro izquierdo, saliendo e incrustándose en la muralla. El cuarto -y el más letal, según creo- también dio en el hombro, pero logró cercenarle la aorta y la tráquea.

Las malditas balas expansivas vendidas por Reeves habían actuado de manera increíblemente destructiva sobre el cuerpo de uno de los genios musicales del siglo pasado. Pese a los intentos de reanimación en el hospital, John, a los cuarenta años, dejaba de existir para instalarse en el parnaso de las estrellas, esas que brillan en la noche y que siempre iluminan un trozo de nuestra memoria musical.

(*) Poeta y guionista

© El Desconcierto / Agensur.info

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