domingo, 13 de noviembre de 2016

SUCESOS / Nos habíamos odiado tanto

Por Carlos Ares
Macri habrá muerto, también Cristina, y con ellos todos los que ahora te hierven la sangre, incluido Lanata, Víctor Hugo Morales y, si te cabe, quien esto escribe. Sin contar, claro, amigos, parientes, vecinos. Pero no pensemos en ésos, los cercanos, no tiene sentido concederle a la muerte un anticipo del dolor. El juego de proyectar el tiempo conlleva los nombres de la época, aquellos que hoy te provocan, te descontrolan, te “sacan” y revelan un instinto feroz, animal, que desconocías o, peor, te “ponen”, te encierran, fanático, ciego, negando hasta lo evidente.

 Si somos capaces de ver más allá, a la velocidad de la luz y de la sombra que corren los días, en no muchos años más todos, los más amados o insultados ahora, no serán más que nombres que veremos resaltar en verdes o rojos luminosos, según se acierte o no, al tocar la pantalla de una aplicación como ejercicio complementario de las pastillas para demorar el Alzheimer. Un mal muy conocido que ahora mismo no recuerdo de qué se trata.

Imagino a jóvenes curiosos, Mateo o Thiago Messi, o viejitos bien conservados como Kicillof o Martín Lousteau, colocándose sus anteojos de realidad virtual para ver cómo era la vida que les tocó a sus padres o cómo recrea el cine la que los tuvo de protagonistas. Unos, los pibes, entenderán entonces por qué al viejo se le apagaba la risa cuando volvía de jugar para la selección de su país. Un desafecto especial convertirá los balones de oro de la imagen en bolas de plomo. Los otros, los ex ministros, tal vez coincidan luego en alguna plaza donde disputan un ajedrez en el que las piezas se mueven a golpe de vista o de bastón. Será una tarde, entre toses y reproches mutuos, pero nada de hacerse cargo de decisiones y errores propios o de los gobiernos que integraron. Si algo tiene la vida, que los viejos al fin aprenden, es que no tiene retorno. Todo lo que ha sido hecho y dicho, dicho y hecho está.

Pero si bien se mira esa serie que podría filmarse dentro de no más de treinta o cuarenta años, como hace no más de treinta –en 1983– se compaginó el documental La república perdida, sobre el período 1930-1976, que pueden buscar y ver en YouTube, cuando acabe al fin el último episodio de la primera temporada con la muerte de Macri, o de Cristina, o de ambos, ponele, lo que habrá que constatar en la vida cotidiana es si algo cambió desde entonces, estamos hablando de los primeros años del siglo, cuando ya pasamos la mitad y andamos por 2050 o 2060. Y ahí, al encenderse las luces y sacarnos las anteojeras, veremos.

  ¿Veremos qué? Si acaso el director y los guionistas deciden situar el comienzo de Nos habíamos odiado tanto cuando termina aquella República perdida, luego del recuento de los sucesivos golpes de Estado, de la guerra civil encubierta entre peronistas y antiperonistas, de los Montoneros, la Triple A y la dictadura, quizá se pueda desentrañar que fue de nosotros, de aquella ilusión democrática en la que todo parecía posible: la convivencia política, la alternancia en el poder, la renovación pacífica de los Parlamentos y de las jefaturas en las organizaciones sindicales, la mejora lenta pero progresiva de las condiciones de vida para todos.

¿Sabremos qué? Si algo puede saberse ahora, es que la banda de sonido será atronadora y habrá que ver los capítulos con el volumen reducido al mínimo. Actos, multitudes, gritos, Tinelli, discursos coléricos, audios escandalosos, peleas, acusaciones, Intratables, cadenas nacionales, marchas, himnos, crímenes atroces, reclamos repetidos, “justicia, justicia, justicia”. Con los protagonistas muertos ya, o internados, o retirados, o convalecientes, o desmemoriados, entonces quizá se sepa también que el fracaso y el embrutecimiento de la vida no fue magia, no, que tampoco fueron sólo Alfonsín, Menem, Duhalde, De la Rúa, Néstor, Cristina, Macri, ni los que los acompañaron antes, ni los que vinieron después.

Que algo tuvimos todos que ver. Y no vimos. 

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