jueves, 10 de noviembre de 2016

Señor Trump, olvídese del muro

Por Diego Fonseca

Excelentísimo Donald J. Trump, presidente de los Estados Unidos de América.

Señor: ok, usted ganó. Y yo tengo miedo.

Felicitaciones por convertirse en el presidente 45.0 de Estados Unidos. Ahora, a trabajar. No será esta una relación amorosa, para qué engañarnos.

Entonces, señor: olvídese del muro.

Práctica y simbólicamente, Sr. Trump, queda a su cargo la oficina principal del país que todo el planeta observa. Usted será el presidente de una nación que inspiró al mundo. Una que ha provisto al mundo con ideas, innovaciones, reivindicaciones que imitar —no quiero pensar en la cuenta oscura: enfoquemos en lo positivo—. Tendrá bajo su comando el ejército más poderoso del mundo; Wall Street estará escuchándolo a menos de tres horas de su despacho; la economía del mundo respirará sus resfríos.

Por ende, Sr. Trump, olvide los muros. Es tiempo de construir. Esta nación tiene una responsabilidad global en un mundo inestable y complicado. Una obligación moral con los abandonados por la fortuna. Su presidencia debe profundizar la recuperación económica iniciada por Barack Obama. Mejorar la situación de las familias en problemas y poner límites a esa Corporate America que precisa —de usted y de todos— control inmediato.

Sr. Trump, usted está ante las puertas de la Historia. Podrá abrirlas para hacer una gran entrada o echarlas abajo. Podrá ser un presidente de corto tiempo y comportamiento incendiario, o puede elegir acercarse a un territorio razonable y gobernar con consensos y concordia. Podrá comenzar a reparar daños o terminar por incendiar la casa. Llamar al orden o animar hordas.

Usted ganó contra los demócratas, contra el Comité Nacional Republicano, contra las élites y barones de su partido, contra la oposición de la intelectualidad y los medios, contra la percepción global. Tendrá a su favor el Senado y la Casa de Representantes. La mayor parte de los estados. Decidirá —válganos el universo— la composición determinante de la Corte Suprema de Justicia, jueces que dictarán, por décadas, la validez de numerosas reivindicaciones sociales obtenidas y deseadas. Sr. Trump: tiene usted en sus manos la llave de un poder cuasi omnímodo. Si entiende bien ese mandato, tiene ante usted una oportunidad y responsabilidad únicas. Si lo entiende mal, y no soy figurativo, será una tragedia.

A su servicio está la posibilidad de probarnos a todos que nos equivocamos —por favor, hágalo: podemos vivir con la humillación— o confirmar nuestras ideas e iniciar un camino empedrado de un liderazgo revanchista montado sobre venganzas intragables.

Déjeme decírselo de otra manera, Sr. Trump: usted tiene la obligación de reparar las heridas que usted mismo provocó. La primera magistratura no da derechos especiales sino obligaciones inexcusables. Un presidente debe convocar a los equilibrios pues su responsabilidad es el conjunto de la sociedad, no solo sus votantes. El presidente Obama corrió grandes riesgos por restaurar un diálogo que su partido procuró desmoronar. ¿Insistirá usted en esa lógica, profundizando la polarización y la brecha? ¿Hundirá usted la democracia estadounidense en un mayor retroceso?

Entre sus votantes, Sr. Trump, millones esperan que cumpla sus promesas —discúlpeme— de brujería económica. Aguardarán a que pronto florezcan los millones de puestos de trabajo que prometió como si fueran hongos de lluvia. A que el país se inunde con proyectos de empresas que regresan o traen nuevas inversiones. Que el sistema de salud cubra a todos a bajo costo. Que, según sus propias palabras, los acuerdos comerciales favorezcan a Estados Unidos antes que a las corporaciones y sus socios. Que, más aún, la veleidosa China baje la cerviz.

No sé cómo conseguirá eso y no revelaría nada nuevo si digo que casi la mitad de este país no ve demasiada razón detrás de sus planes. Pero esa misma mitad, supongo yo, está dispuesta a contribuir para resolver problemas, pues no hacerlo sería escupir hacia arriba. No se cuestionan los errores ajenos nada más para hacerlos propios por despecho.

Por supuesto, para eso es imprescindible —y parece absurdo tener que señalar esto en una nación desarrollada y en el siglo XXI, pues no es 1933— tomar distancia de la imposición de la voluntad omnipotente del ganador que toma todo. Usted debe apostar por el liderazgo inteligente, Sr. Trump. ¿Sabe?, quienes pasan a la historia por un favor social casi unánime son los estadistas, no los gobernantes menores ni los autócratas. Y esos estadistas saben que los marcos de convivencia democrática son esenciales para la gestión del Estado.

Por eso, Sr. Trump, debe sentarse a reflexionar con los socios comerciales, políticos y militares de Estados Unidos, desde México a la OTAN. Europa espera por diálogo y diplomacia, no bravuconería. América Latina espera por una mejor relación: Cuba y Venezuela, los migrantes centroamericanos, Colombia y su paz. Siria precisa de Estados Unidos. El mundo, Sr. Presidente.

Deberá restañar las heridas provocadas en la disputa interna del país por su discurso ofensivo y patotero. Usted ha insultado a las mujeres sin disculparse jamás. Ha maltratado a los padres de un héroe militar, estadounidense y musulmán, y a todos los profesantes de la fe. Ha anunciado que expulsará a millones de habitantes de este país por la mínima falta administrativa de no tener papeles migratorios apropiados en regla. Esas personas forman parte del tejido social de esta nación y, al menos en el caso particular de los latinos, serán una parte aun mayor de la musculatura de Estados Unidos en menos de dos décadas, cuando representen un tercio de su población.

El Experimento Americano, explicó Alexis de Tocqueville, basa su excepcionalismo en la idea de inclusión, no en la tiranía de las mayorías. Tiene usted la delicadísima tarea del equilibrio en la cuerda floja que usted mismo tendió sobre el vacío. Pero usted eligió ese camino.

Este es un llamado a la cordura. Sr. Presidente, usted habló de unión apenas se supo ganador. Su vida parece decir todo lo contrario, pero es bueno que le recuerde que el triunfo no da derechos. Solo los déspotas, dijo alguien por allí, prefieren la victoria a la democracia. No más muros, Sr. Trump.

No más división.

Diego Fonseca es escritor argentino que actualmente vive en Phoenix y Washington. Es autor de "Hamsters" y editor de "Sam no es mi tío" y "Crecer a golpes".


© The New York Times / Reproducido por Agensur.info con la debida autorización

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