sábado, 5 de noviembre de 2016

DE MACRI A CFK / Desconcierto en el poder

Tanto el Presidente como la ex parecen navegar erráticos y sufren la falta de realismo. Pasos económicos en falso.

Por Roberto García
Dicen que el poder produce distorsiones ópticas, espejismos. Y aquellos que lo disfrutan, aunque juran que lo padecen –para no entrar en la sabrosa anécdota de Giulio Andreotti,  “el poder desgasta… al que no lo tiene”–, viven un universo propio, se alimentan de su entorno, lo externo es un mundo por descubrir. Hasta cándidamente creen en lo que venden. 

Le pasó a Cristina de Kirchner, quien ahora  conserva la misma cultura egocéntrica del pasado esplendor: sólo así se entiende su afirmación de que no es amiga ni socia de Lázaro Báez –como si la definición de amistad fuera tan precisa como la de un triángulo o el sistema solar–, mientras circulan fotos, videos, transacciones, recibos y testimonios de su inocultable vínculo.

Ese desconcierto frente a la opinión general también se extiende a la Casa Rosada, hoy convencida de que no ajusta la economía  (al contrario, aumenta el gasto de su antecesora), de que se consagra cristianamente a  pobres y desocupados, que destina fondos sólo para los vulnerables. En la otra órbita de la calle, paradójicamente, se cree en la simpleza de un aficionado kirchnerista (Guillermo Moreno): Mauricio Macri gobierna para los ricos, les saca de la boca la comida a los pobres, los crueles CEO que lo acompañan sólo aspiran a liquidar desvalidos y obreros. Se justifica en que el ingeniero favoreció por conveniencia a una parte del agro (para que siembre más) y sin razones conocidas al sector minero (a propósito, en algún momento se advertirá un entuerto gigantesco y millonario que compromete a la Barrick, ya complicada con otras anomalías o delitos con el cianuro cuando afirmaban que no utilizaban ese químico).

Se sorprende Macri por el éxito del mensaje opositor: no aceptan que se endeuda para gastos corrientes, para asistir gobernadores, intendentes, sindicatos, grupos sociales del Papa, facciones peronistas del Papa, visitantes del Papa o cuanto mendicante recurra al Ministerio de Desarrollo Social con la promesa de no alborotar el Fin de Año. Lamenta el Presidente su propio desencuentro con la realidad y la singularidad de no poder imponer una verdad sobre la mentira cristinista. Al revés, curiosamente, del relato que caracterizaba a su anterior administración.

Fiasco. No se pregunta, en cambio, por el fracaso de sus profesionales creativos, de los difusores de su mandato, a los que consideraba clave en su llegada al poder, pero que hoy son inútiles para imitar la proeza ficcional de su predecesora y, lo peor, escasamente servibles para transparentar las preocupaciones y los desvelos del mandatario por los pobres. Ni un eslogan han inventado. Y pensar, al menos él lo repetía, que la conciencia colectiva se iba a modificar con un aparato cuantioso de redes sociales, innominado y apartado de los medios tradicionales. Gracioso: terminó junto a esos medios de los que prometía prescindir. Muchos asimilan lo que vociferan los K: Macri es un hijo de Clarín y La Nación. Torpezas al margen, no piensa cambiar en ese rubro ni en otros, confía –como ha dicho el jefe de Gabinete, Marcos Peña, defendiéndose a sí mismo– que los equipos tardan en constituirse, afianzarse, como los DT en el fútbol. Por lo tanto, diez meses no es nada. Total, en el Estado no hay descenso.

Siempre un jefe de Estado se compara con el anterior, es una costumbre. Lo único que no cambia es el espejo, en ocasiones encarnado en el periodismo. Y si Macri se rebela debido al éxito comunicacional de Cristina en su momento, en confrontación con la opacidad propia, por lo que Ella no hizo y usufructuó –en contra de lo que él hace y en apariencia no se le reconoce–, hay otros episodios que se le escapan. Por ejemplo, poca atención le brindó a la causa del dólar futuro que afecta a la viuda de Kirchner, casi un antecedente.

Más de uno señala sinonimias con los resultados financieros de estos meses pasados y venideros, al menos hasta las elecciones de octubre de 2017, ganancias comparables para unos cuantos que se beneficiaron con la política anterior y seguramente lo hacen ahora con el mismo BCRA como pagador. La garantía de las altas tasas para reducir la inflación y su relación con el tipo de cambio genera efectos semejantes y costosos a la del trío Kicillof, Vanoli, Cristina, cuya permanencia –más allá del freno  que impuso a la actividad económica– también supone interpretaciones peligrosas: cuando sea necesario renovar los títulos y la situación general siga precaria, el rinde de las hoy multiplicadas Lebacs será determinado por los tenedores cercanos a los bancos, no por la autoridad monetaria. Caso contrario: preguntar por José Luis Machinea. Ya ocurrió, hubo catástrofe, aunque a nadie se le ocurrió formalizar un juicio pertinente como el del dólar futuro.

La cuestión económica (sobre todo luego del generoso presupuesto aprobado por el sistema político esta semana) enturbia más algunos planes oficiales para el año próximo, sea en crecimiento o inflación. Ninguno de los postulados estadísticos para esos ítems se va a cumplir, entre otras materias a cursar. Tarde o temprano habrá un forzado sinceramiento en el semestre que, en forma desatinada, se había dicho que empezaba el despegue con esa propensión verbal al optimismo del ministro Prat-Gay.

Aunque difieren en sus visiones, Federico Sturzenegger también había pecado cuando dijo que ya nadie querría dólares en la Argentina. No lo repite más, otro apresurado, tan en disidencia con su colega ministro que uno aboga por prender la calefacción mientras el titular del Banco Central prefiere encender el aire acondicionado. Una ejemplificación acertada que hizo el economista Miguel Angel Broda sobre la incongruencia de que un funcionario ejecuta la expansión fiscal, un mayor gasto, mientras el otro acentúa la restricción monetaria. Esquema de dudosa duración, de esterilidad obvia, una improvisación teórica que no figura en los libros. Tampoco Macri quiere cambios en este dream team.

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