sábado, 5 de noviembre de 2016

CERRAR LA GRIETA / Tire aquí su basura

Por Carlos Ares (*)
Hay varios en las estaciones de subte, cerca de los túneles de salida o de combinación con otras líneas. Son cestos de metal gris, de boca redonda, atornillados a la pared, largos como un cono de helado truncado abajo. Al pie, en el piso, se lee una pintada que ordena: “Tire aquí su basura”. Para que no queden dudas, una flecha de color señala hacia el cesto.

Debo reconocer que la primera vez que los vi tuve una impresión desagradable. ¿A quién se le ocurre? Sonaba demasiado terminante. ¿Mi basura? ¿Toda mi basura la tengo que tirar acá? Miré a un lado y a otro. Eramos pocos en el andén, a esa hora. Quizá esperaba que vinieran agentes de la Metropolitana a obligarme. Imaginé el diálogo con ellos. Yo, con los bolsillos del saco y del pantalón colgando hacia afuera, después de hacer un bollo con las servilletas de bar y los papelitos en los que apunto ideas, y ellos reclamando más. “Vamos, vamos, usted es un hombre grande ya. ¿Vivió siempre acá?”. Iba a explicarles que no, que hubo una época en la que... Pero me escuché, resignado, diciendo “sí”. No daba andar contando historias de otro siglo. “Entonces tiene que tener más basura”, dijo uno de los agentes, “vamos, revise, confiese, saque, tire”.

Cerré los ojos y quedé a oscuras. En simultáneo, como fotogramas acelerados para llegar desde mi adolescencia hasta ese andén, traté de separar los recuerdos reciclables de los inservibles que se habían degradado y podía descartar. Me volví un experto cartonero de mi propia vida. Familia, amigos, mujeres, equipos, partidos de fútbol, clubes, bailes, carnavales, veranos, compañeros de trabajo, exilios, pueblos, ciudades. Los camiones de la memoria llegaban cargados de residuos orgánicos e inorgánicos que depositaban en la cinta transportadora de la película.

Había restos de comida, migajas de palabras, puchos, cenizas, pocillos con restos de café, bollos de papel, fotos ocres, pedazos de hierros oxidados, hules, astillas, libros descolados, puertas de ropero que conservaban las páginas de diarios que se usaron para que pudieran cerrarse. Podía verlo y olerlo todo. Inclusive, el pestilente aroma del Riachuelo que envolvía el sur cuando el viento soplaba desde el norte.

De pronto, el traqueteo de la cinta me sobresaltó. Comenzó a recargarse con episodios sociales. Actos, manifestaciones, bombas de gases, disparos, reclamos, voces, gritos. “Justicia, justicia, justicia”. La descarga era imparable. Pasaban cadáveres, fantasmas. Onganía, Lanusse, Vandor, Perón, López Rega, Firmenich, Isabel, Videla, Galtieri, Herminio Iglesias, Vicco, Gostanian, Spadone, Kohan, Dromi, Kirchner. Muertos que parecían vivos todavía. De la Rúa, Aníbal Ibarra, Ruckauf, Menem, Scioli. Cuerpos corruptos, años descompuestos, esperanzas vencidas, promesas podridas.

Redoblé el esfuerzo de recordar. Me sentía enérgico, decidido a contener el asco y a barrer con todo. Casi no me daban las manos para apartar lo que podía servir de lo que ya no tenía reparación. Volcados, de cabeza, en los cestos pataleaban las piernas de Aníbal Fernández, De Vido, López, Jaime, Báez. Reaccioné cuando el agente de la Metropolitana me tocó el hombro. “El gordo ése, el último, no entra, espere que los jueces vengan a vaciar el cesto, lo deposita nuevamente y sigue con los demás”.

Abrí los ojos. El cesto estaba a medio llenar, con papeles y un par de botellas plásticas. Volví a leer: “Tire su basura aquí”. No es mala idea, pensé, al fin. Antes o después de ir a terapia. Antes o después de volver del trabajo. Antes o después de ver la tele, de leer los diarios. Un poco en los foros, un poco en las redes sociales, un poco en la calle, un poco acá, y se sentirá más liviano, de mejor humor. Habría que instalar uno al pie de cada texto –“Tire su basura aquí después de leer”–, en la puerta de cada casa –“Tire su basura aquí antes de entrar”–. Tal vez con la basura de todos podríamos rellenar la grieta, echar tierra sobre ella y ver si crece algo mejor.

(*) Periodista

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