domingo, 2 de octubre de 2016

El héroe moral, los patoteros y un pacto patriótico

Por Jorge Fernández Díaz
"Cuidate -decía la voz en el teléfono-, sabemos dónde vivís." Los llamados anónimos se producían cada vez que Agustín Salvia daba a conocer las conclusiones del Observatorio de la Deuda Social y contradecía con números el relato paradisíaco de la inclusión kirchnerista. Esas amenazas se combinaban con otras agresiones infames: descalificaciones públicas desde el gabinete nacional, ataques coordinados por pirañas en medios y redes sociales y presión directa a las compañías que aportaban fondos a la UCA. 

Temerosos de las represalias anunciadas, varios de esos empresarios pidieron no figurar más como patrocinadores; esa misma praxis obligó a que muchos centros de investigación fueran cerrando en la Argentina durante esa década del miedo y la farsa.

Salvia debió acudir a distintos despachos oficiales a dar explicaciones y a someterse a despectivos interrogatorios: le decían que su metodología era errada y luego llamaban a la universidad para frenar o posponer los informes. Un ministro le dijo en la cara que conocía su carrera profesional en el Conicet y también el financiamiento público que necesitaban sus proyectos: "Le recomiendo que lo piense con la almohada", le sugirió sin pestañear. De hecho lograron, con toda esa batería de aprietes y hostilidades, que se fuera creando una corriente académica adversa; algunos de sus colegas comenzaban a decir: "¿Qué le pasa a Salvia que se equivoca tanto? ¿Por qué trabaja para la derecha?". Aunque algunos profesores kirchneristas lo apoyaban por lo bajo, el sociólogo tenía todo el tiempo que defenderse de una sospecha instalada.

Las cosas se complicaron para los cristinistas cuando debieron virar y abrazarse a la sotana del papa Francisco (Bergoglio respaldó siempre el trabajo de Salvia), y más tarde, cuando Mauricio Macri ganó las elecciones y el vilipendiado informe de la Deuda Social fue tomado como palabra santa por el kirchnerismo, eso sí: recortando y omitiendo cuidadosamente la parte de la pobreza que les tocaba en suerte. Que era casi toda. El veredicto del Indec renovado, que calca los resultados del Observatorio, le dio finalmente la razón a Salvia, que es el héroe moral de toda esta historia. La destrucción de las cifras no sólo confirma la culpabilidad del gobierno anterior en su desesperado intento por ocultar su fracaso, sino que recuerda el nivel de delirio autoritario que alcanzó ese régimen. Las indignantes presiones y amenazas que recibió Salvia agregan otro ingrediente: la lógica del matonismo que naturalizó este grupo patológico de la política argentina.

Esa misma lógica patotera anida todavía en los múltiples pliegues de la burocracia. Un ministro bonaerense de Cambiemos narra lo que descubrió al llegar: el área contaba con una flota de ochenta vehículos. Los militantes habían destruido las ochenta llaves de contacto. De esas pequeñas maldades insolentes hay una enciclopedia entera. Pero una vez más: no se trata de un asunto superado; funciona en distintos niveles un Estado dentro del Estado, formado por una verdadera Orga que juega a la resistencia peronista después de haber jugado a una revolución inexistente. No se trata de empleados con filiaciones antagónicas que permanecen en la planta y siguen trabajando de manera leal, como hubo siempre. Se trata de militantes y funcionarios de rango que mezclan el despecho y la soberbia con operaciones sediciosas: desconocen la legitimidad de las urnas, sueñan con el helicóptero, se creen una vez más la vanguardia esclarecida y tienen la orden de pensar día y noche en cómo sabotear la gestión. Es, por supuesto, una militancia confortable, puesto que los contribuyentes les pagamos sus salarios, sus cotizaciones partidarias y sus actos y operaciones obstruccionistas. Permanecen en las líneas medias de distintos organismos, direcciones, secretarías y ministerios de los gobiernos nacional, provincial y municipal. Allí espían, fotocopian, conspiran, presionan y obligan a las nuevas autoridades a montar estructuras paranoicas: debe ser difícil administrar cuando no sabés quién está a tu lado, y cuando tenés la impresión de que la principal tarea de tu compañero consiste en boicotear tus ideas. Esta militancia destructiva y antidemocrática se sirve del pluralismo de Cambiemos para horadarlo desde adentro, sabiendo que una caza de brujas sería repudiada por todos nosotros y que es inadmisible comerse al caníbal cuando el mandato de la ciudadanía consiste justamente en terminar con la antropofagia. Con un presidente peronista no la tendrían tan fácil.

La Orga actúa coordinadamente, a órdenes de referentes externos, y tiene arietes fundamentales en la Justicia (después de repudiar las cautelares hoy se han vuelto adictos a ellas), en las organizaciones sociales (con la plata que les entrega el Gobierno le producen cortes y manifestaciones violentas), en las universidades tercerizadas por De Vido (donde se aferran a las rectorías mientras pierden una y otra vez los centros de estudiantes) y en distintos gremios estatales, donde carneros de antes son gurkas ahora, y donde dirigentes feroces marchan con camisetas chavistas. Este conjunto, que vive en una burbuja y que hoy constituye un ejemplo resentido de la antipolítica, copia cada vez más la cultura de una fuerza de izquierda: cuanto más pequeña es, más radicalizada se pone. Dicen encarnar los "intereses populares", pero se ha demostrado que las grandes mayorías tienen otro temperamento y están en otro lado.

La contracara de esta Orga son los peronismos "renovador", "renovado" y territorial; los socialdemócratas, la Iglesia y hasta los principales caciques de las centrales obreras. Todos estos sectores, sin renunciar a sus críticas y tensiones naturales, participan del diálogo permanente y no trabajan para una crisis económica, ni para la ingobernabilidad. Oficialismo y oposición tantean, acaso sin saberlo, la creación de un nuevo sistema de partidos políticos. Es curioso porque por primera vez en la historia moderna habría una razón más allá de las razones usuales para el siempre frustrado Pacto de la Moncloa. Se trata de Vaca Muerta, un tema que en estos precisos momentos se discute discretamente en los despachos más encumbrados. El yacimiento, después de tantas vueltas, tiene la capacidad suficiente como para convertir a la Argentina en una de las grandes potencias energéticas del planeta y resulta por lo tanto muy atractivo, según lo confirmó recientemente Goldman Sachs. Requiere, para ello, de una inversión de alrededor de 15.000 millones de dólares por año durante más de una década, suma imposible de conseguir sin el concurso de capitales extranjeros. Hasta la Casa Blanca está interesada en que este emprendimiento se realice, pero no por cuestiones económicas sino geopolíticas: entre los Estados Unidos y la Argentina licuarían un poco el monopolio de Medio Oriente. El problema es que los inversores necesitan certezas a veinte años. Sólo un gran acuerdo de fondo entre todos los partidos democráticos para respetar las reglas institucionales y darle certeza y continuidad a esta política de Estado podría convencer a quienes deben tomar la crucial decisión. Que exige un consenso estable de largo plazo más allá de quien gobierne, un aislamiento de quienes plantean rupturas del sistema y un pacto patriótico para que la oportunidad histórica no se pierda y logremos pulverizar por fin esa escandalosa pobreza que Agustín Salvia denunció durante años a costa de presiones y amenazas.

© La Nación

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