martes, 13 de septiembre de 2016

¿Qué gusto tiene la sal?


Por  Ernesto Tenembaum

La atractiva animadora Panam ya había hecho bailar a los nenes con sus mamás, cuando apareció en el escenario el octogenario y mítico Carlitos Balá.

-¿Qué gusto tiene la sal?-gritó.

Desde la primera fila, Sergio Massa se divertía con la multitud.

-Saladaaaaaa.

La jornada parecía celestial, para las aspiraciones del líder renovador. Una multitud lo acompañaba en los festejos del Día del Niño. Sin embargo, detrás de la algarabía hay una historia que contar que puede ser clave en su futuro político, y en el del Gobierno.

Los cuadros medios de los grandes sindicatos no son habitualmente conocidos por la mayoría de la prensa, salvo que ocurran hechos que en el mundo normal son excepcionales pero no así en la Unión Obrera de la Construcción. Hace algunos años, se hizo famoso el ‘Pata’ Medina, capo de la filial de la UOCRA de La Plata, cuando Hugo Moyano intentó trasladar los restos de Juan Domingo Perón a San Vicente y la gente de Medina los recibió de tan malas formas que todo terminó en un inverosímil tiroteo donde se pudo ver disparar un revólver a Madonna Quiroz, uno de los ‘choferes’ del camionero. Otro de los hombres destinados a ganar celebridad en este rubro se llama Juan Olmedo y le dicen ‘el Lagarto’. Se trata de un ex presidiario y pastor evangélico que hoy es el hombre fuerte de la UOCRA en Quilmes, Florencio Varela y Lomas de Zamora. El Lagarto logró su hegemonía con métodos no muy distintos a los que usó el ‘pata’ Medina aquella vez. Múltiples crónicas registran su pasión, y la de su gente, por las armas de fuego, que se expresó durante varios enfrentamientos que mantuvo con el sector de Walter Leguizamón, un viejo colaborador que se transformó en su archienemigo. De esos enfrentamientos quedaron heridos, locales calcinados y algún que otro muerto, aunque la Justicia nunca culpó al Lagarto.

Sergio Massa es uno de los políticos más hábiles, rápidos y formados del país. Justo por eso, es sorprendente que cometa dos veces un error tan similar. En el 2013, cuando apenas terminaba de derrotar al kirchnerismo en las elecciones y parecía a un paso de llegar a la Casa Rosada, decidió abrazar a Raúl Othacehé, el violento caudillo de Merlo. Lo poco que, gracias a ese gesto, ganó de aparato no compensó el enorme rechazo que generó en una población refractaria hacia los sectores más turbios del peronismo del conurbano.

Ahora, el futuro para Massa vuelve a brillar.

Los sondeos lo ubican como el favorito para las elecciones del año que viene en Buenos Aires. El se mueve con astucia: tan cerca de Macri para dar la imagen de oposición constructiva, pero tan lejos como para capitalizar su desgaste, en el exacto punto donde se supone que caerán los desencantados del Gobierno.

Sin embargo, hace dos domingos, Massa realizó su primer acto multitudinario en la provincia de Buenos Aires. Fue en un predio de Florencio Varela. Allí se lo vio contento, rodeado de personas disfrazadas de Lagartos que animaban a miles de familias reunidas por el Día del Niño. Se divirtió con Panam y Carlitos Balá. Se sacó fotos con todo el mundo. Pero todo eso fue matizado por su discurso, el de Gerardo Martínez, y el de, justamente, Juan “el Lagarto” Olmedo, el anfitrión de la jornada.

Fue la primera demostración de que una parte del aparato sindical se empieza a alinear con Massa. La presencia de Olmedo cerca de Massa no generó costo aun porque su historia no es tan conocida como la de Othacehé. Pero tal vez, el personaje sea aún más oscuro y Massa, por supuesto, no lo ignora.

He allí una gran disyuntiva para el líder del Frente Renovador: ¿cuántos Olmedos tolera una campaña para que, finalmente, esos personajes compensen el meticuloso armado de imagen que intenta, rodeándose de Roberto Lavagna y Margarita Stolbizer? ¿Cuántos harán falta para que, al menos, esta última empiece a dudar sobre si ese es “el lugar donde debo estar”?

Tal vez el encuentro entre Massa y Olmedo sea una pequeña anécdota, un tropezón, un hecho menor. Pero disyuntivas así complican mucho el complejo proceso de reconstrucción del peronismo. No es que Cambiemos no tenga cosas que explicar. Ahí están, sin ir más lejos, los vínculos del intendente de Lanús, Néstor Grindetti, con las barras bravas locales y su protagonismo en los Panamá papers, o la trayectoria bastante similar del primo presidencial, Jorge, en Vicente López. Pero la verdad es que, por ahora, el halo de María Eugenia Vidal transforma todo lo que toca en oro, y nada augura que ese efecto vaya a diluirse de aquí al año que viene. En el peronismo se esperanzan en que la pelea sea contra el ajuste de Macri pero, como en el 2015, deberán enfrentar antes al escudo Vidal, cuyo efecto sorprende incluso a los intendentes más kirchneristas cada vez que aparece en sus distritos. Además, Cambiemos está en el poder. Quien debe esmerarse más, es el que aspire a remplazarlos.

El peronismo está dividido, a priori, en tres sectores. Por un lado, el que rodea a Cristina Fernández, integrado por los minúsculos restos del kirchnerismo: La Cámpora, el sabatellismo, Luis D’Elía con sus compañeros Fernando Esteche y Amado Boudou, Guillermo Moreno, y un sector del bloque de diputados del Frente para la Victoria. Cristina está jugada y no pretende simular lo que no es. Desde hace muchos años apuesta a que su carisma podrá contra todo y disciplinará al resto del mundo. En los últimos tiempos, las cosas no parecen haber ocurrido de esa manera. Pero es su método.

El segundo sector lo constituyen los dirigentes con poder territorial que hasta el 10 de diciembre pertenecían al Frente para la Victoria y ahora insinúan una tibia renovación. Tienen impulsos en tantas direcciones que sus fuerzas se anulan entre sí, tanto que los inmoviliza. No están con Cristina ni están contra ella. No están con Massa ni están contra él. Entre los renovadores figuran gobernadores que están en sus sillas desde hace 21 años e intendentes que ocupan las suyas desde hace 24, la ex mano derecha de Boudou, Juan Zabaleta; el ex jefe de Gabinete de Cristina, Juan Abal Medina; el candidato de CFK en 2013 Marín Insaurralde, la intendente de La Matanza que le dio albergue a muchos ex miembros del gabinete de Cristina. Por alguna razón, ellos creen que basta con ignorar a quien hace dos años fue su jefa para que la sociedad crea que cambiaron. Parece un tanto ingenuo.

Y el tercer sector es el de Sergio Massa, el que tiene un líder con posibilidades reales de ganar. Los disidentes del kirchnerismo están hoy más cerca suyo que de Cristina. De hecho, impidieron a Daniel Scioli subir al escenario de la puesta realizada la semana pasada, pero permitieron que lo haga Felipe Solá, quien se definió como un emisario de Massa. Lo que no quieren es entregarse sin hacer antes una demostración de fuerza. Es el ida y vuelta habitual de la política.

El dilema es para Massa ¿aceptará a Insfrán? ¿y a Abal Medina? ¿y a Hugo Moyano? ¿y a la ex mano derecha de Boudou? ¿y al aparato, en general, que era kirchnerista hasta el 10 de diciembre? ¿Existe la fórmula perfecta que le permita conservar el voto peronista, o el kirchnerista, sin quedar manchado ante el enorme sector social que lo mira con simpatía pero pretende dejar atrás ese período? En el Gobierno contemplan con entusiasmo esa complejidad. Si no incorpora al aparato, le surgirá a Massa otro sector peronista con quien deberá competir. Pero si lo incorpora, le marcarán una y otra vez que nunca rompió con el kirchnerismo. Cada mancha contrastará con la transparencia de la gobernadora.

Massa confía en su olfato, en que su recorrido irregular pase desapercibido, en que la sociedad le perdone todo, con tal de olvidar el pasado y castigar el presente.

Por eso, la pregunta para su olfato sería: ¿Cuántos lagartos está dispuesto a tolerarle la sociedad sin huir despavorida de esos reflejos tan inútiles y autodestructivos?

© El Cronista

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