domingo, 17 de julio de 2016

Todo lo que el dinero no pudo comprar


Por Nicolás Lucca
(Relato del Presente)

Tuvo que criarse con el padre laburando full time en la política y, si bien cuando nació su madre ya era diputada provincial, cuando el retoño contaba con cinco años aprendió a lidiar con el detalle de tener a la vieja a más de 2.500 kilómetros de distancia por haber ganado un escaño en el Congreso de la Nación.

La secundaria fue aún peor. Si bien tenía a sus padres con ella viviendo todos bajo el mismo techo, la tranquilidad de los pagos propios se vio reemplazada por el enorme campus del La Salle de Florida. Terminó por quedar libre en quinto año. Le echó la culpa al conflicto con el campo. Algo iba aprendiendo de los viejos.

Hubo cosas de su generación que le fueron vedadas. Todas sus compañeras tenían un perfil en Fotolog, luego Facebook, más tarde Twitter. A ella le sacaron la posibilidad de ser una adolescente flogger más por orden presidencial. Justo en la edad en la que el humano forja su personalidad adulta ante la mirada de los demás, la invisibilizaron. Cuando llegó la edad en la que la mayoría de sus compañeras de buen pasar económico aprendían a manejar, tuvo que conformarse con las calles internas de la Quinta de Olivos. Mamá la compensó, obviamente, y no tuvo mayor problema en contar con el Tango 10 de la flota aérea presidencial, a su disposición para salir a pasear con las amigas.

Más tarde venció toda resistencia al abrirse un perfil de Facebook con un nombre falso (Helena Baudelaire), pero todo terminaba por filtrarse. Decidida a disfrutar a pesar de todo, salía de joda con las amigas… y seis custodios que luego reportaban a los padres qué hizo, cuánto tomó, quién se acercó a bailar con ella. Total normalidad como para lograr que algún pibe se acerque a chamuyar.

Harta de no ser nada, se fue a probar suerte con eso de ser normal a uno de los pocos lugares en los que un marciano podría circular sin llamar la atención: Nueva York. La excusa fue ir a estudiar cine, pero todos sabemos que podemos llegar a mentir fuerte a nuestros padres con tal de generarles cierta tranquilidad que nos garantice la libertad.

La repentina muerte de su padre la hizo volver al planeta Tierra. De pronto, la misma adolescente a quien su madre le prohibía exponerse en una red social como cualquier chica de su edad, fue expuesta junto a su madre ante los medios del mundo. Horas parada al lado del féretro de su padre, exhibiendo su dolor ante las cámaras cuidadosamente dirigidas por una productora televisiva para aprovechar hasta la desgracia. Eterna concatenación de minutos que se sucedían mientras miles de extraños se despedían de su padre, varias decenas de extraños acólitos del viejo sobreactuaban su dolor y todos, absolutamente todos, le contaban cuánto les afectaba la muerte de su progenitor. Como si ella, su hija, necesitara explicaciones.

Para terminar de embarrarla, su madre, Presidente de la Nación, se la llevó a pasear el luto por el mundo, cual primera dama. Por si todo esto no alcanzara para llenar el cupo de “hijos ocupando lugares que no les corresponden”, tuvo que ser ella la que le pusiera la banda presidencial a su mamá. Porque mamá estaba peleada con el vicepresidente saliente.

Los temas irresueltos son los responsables de nuestras acciones intempestivas. La niña no volvió nunca más a Estados Unidos. Su ciudad en el mundo se convirtió en la capital del imperio, y para calmar las ganas de obtener lo que la vida le había quitado, empezó a militar. Curiosidades del kirchnerismo: en una juventud en la que había más generales que soldados, en la que todos militaban desde el poder y en la que la totalidad de su dirigencia ocupaba un carguito en el Estado, cayó la hija de la Jefa. Algo así como la Navidad del camporista.

Repitió la historia de su vieja. Se juntó con un joven militante, abandonó los estudios, no se calentó en buscar laburo, y se dedicó a traer vástagos a este mundo a 2.500 kilómetros de su casa natal. Pero el padre de su hija no era su propio padre y la relación duró lo que el poder de la jefa tardó en desvanecerse.

Pudiendo vivir como cualquier otro con un poder adquisitivo similar, decidió instalarse en un departamento a cuadras de la plaza más peligrosa de la capital federal, donde los laburantes y la marginalidad se mezclan más que en un discurso de mamá Cristina. La plata parece dolerle.

Sus intervenciones mediáticas tienen dos vías: un micro que se emite en una radio del barrio de Constitución y cartitas que su madre le atribuye a ella. La primera vez fue cuando La Nación dijo que Florencia había vivido en Nueva York en un departamento de lujo. Lo desmintió a medias, golpeó bajo metiendo que una vez tuvo que volver porque falleció su papá y, de paso cañazo, le pegó a la prensa entera con una metodología que ya teníamos vista de algún lado: “Tampoco tuve ni tengo ningún auto Mini Cooper, ni de ninguna otra marca. ¿Saben por qué? Por una razón muy sencilla: no sé manejar. Ya sé, mañana titulan ¿Vieron? Florencia K no sabe manejar”.

Con la marcha aniversario de #NiUnaMenos, mamá Cristina publicó un texto de Florkey en el que el retoño criticaba al “patriarcado” que, entre otras cosas, “es la mano derecha del capitalismo más salvaje”. Sí, dijo eso. Posta. Luego de criticar a quienes buscan utilizar la consigna “Ni una menos” con fines políticos, afirmó que Milagro Sala está presa por ser mujer. Y uno que pensaba que estaba porque no le quedó delito por cometer.

No sería la última vez que Cristina mostrara los dibujitos de la hija y, un par de semanas después, publicó otra carta en la cual Florencia escribió como Cristina, se quejó a lo Cristina, y compartió “letras de molde” a lo Cristina. Lo que es la genética: junto a un titular de Infobae en el que daba cuenta de las reformas que Macri realizó en la Quinta de Olivos, escribió que “casualmente esta nota sale un día después de la sesión sobre la ley antidespidos, y digo casualmente porque intento no pensar mal de nadie”. ¿Le suena?

Esta semana también le atribuyeron a Florencia la autoría de un escrito en el que se hace la cocorita pidiendo a la Justicia que “acabe con el show mediático y abra sus cajas de seguridad”. No sé qué habrá pensado la defensa de la familia, pero por lo visto no la calcularon bien: el juez federal le dio el gusto, que parece que no fue tan gusto, y la defensa se negó a facilitar la llave para abrir la caja de seguridad que habían pedido que se abra. [Nota personal: Si tiene que volver a leer estas líneas para entenderlo, imagine lo que fue pasarlo en limpio].

Lo cierto es que, mientras el cerrajero laburaba, un aroma particular empezó a invadir las fosas nasales de los presentes; ese perfume que te recuerda que hay una vida mucho mejor que la que tenés, sólo que no vas a poder pagarla nunca en tu vida. Y ahí, señores, para el estupor del pobre cerrajero que cuenta las monedas para cargar la SUBE pero al que el kirchnerismo le devolvió la dignidad, aparecieron 4 millones 664 mil dólares repartidos en fajos, algunos con el gancho del Banco Galicia, y unos cuantos termosellados, envasados en su lugar de origen para conservar todos sus nutrientes. Cómo no van a calificar de amarrete al jubilado marplatense que quería comprar diez dólares para regalarle al nieto.

Muchos supusieron –con cierta lógica– que Cristina tenía razón, ya que había declarado ante la Justicia que, entre sus ahorros, existía esa suma de dinero en una caja a nombre de Florencia. Asimismo, la expresi aseguró que ese dinero fue recientemente convertido a dólares “para cuidarse de la economía”. Una pena: los números de serie del empaquetado datan de 2009. Otra pena: si la guita era de su hija, por qué la convirtió. Tercera pena: si la guita es la herencia de su hija, para qué la declaró como propia.

Unas horas después de la joda loca, Cristina publicó otra carta a nombre de Florencia en la cual la hermana de Máximo afirma que “desde hace meses se intensificó la persecución a su familia con una saña nunca antes vista”, y mezcló todo al decir que ellos “no son los únicos”, dado que también está en riesgo la libertad de expresión. Esta preocupación duró hasta el punto seguido y cargó contra “la tele que te dice que estás contento”. Luego de recordar que la policía “bajó a un hombre del tren Mitre por llevar un cartel contra Mauricio Macri”, la Cristina Blue preguntó: “¿Se imaginan la cantidad de policías que el anterior gobierno hubiera tenido que usar el 8N con tanto cartel que decía Yegua? Igual, no se preocupen que aquel día de 2012 la policía estuvo cumpliendo las funciones que debía y los opositores pudieron caminar tranquilos por las calles con sus irrespetuosos carteles”.

Son tan parecidas las formas de expresarse por escrito de Cristina y de Florencia que ya no sé qué sugerirle: si cambiar de psiquiatra o de community manager. La Cristina Blue dijo que la prensa no defiende los intereses del pueblo al manejar la información respecto de las novedades judiciales de su familia, que los medios tapan la investigación de los Panamá Papers –denunciado por los medios–, no hablan de las cuentas offshore –denunciadas por los medios–, ni de los aumentos de tarifas –que es practicamente de lo único que se habla en los medios–, ni del cacerolazo que, tras un excepcional acto de coherencia histórica, rebautizaron como “ruidazo”. Y que  también fue cubierto por todos los medios. Yendo a lo concreto, recordó que le duele hablar de los millones de dólares que le dejó el padre.

Florencia, que no es Cristina, demostró todo lo que aprendió de Cristina, que no es Florencia: “Podrán querer dañar mi persona y a todos los miembros de mi familia. Pero el que no la debe no la teme [NdelA: una frase muy de moda entre los jóvenes… de 1930]. ¿Cuando ya no queden lugares qué van a hacer? ¿Inventar una bóveda bajo la cuna de Helena? ¿Entrar a allanar a mi casa a las tres de la mañana por una denuncia anónima? ¿Los 70? ¿El 55?”.

Reformulo. Que se note que tiene plata le duele. Vivirla, no. Y una investigación por choreo es golpismo y prescripción. Aunque no estén en el Gobierno. Aunque Florencia nunca haya ocupado ningún cargo. Aunque se hayan ido tras perder elecciones.

Pobre Florencia. Tanta guita y pobre Florencia. Porque una cosa es pasarla bomba con la plata de los viejos, total, así te criaron. Pero qué triste papel que tu vieja te use para defenderse.

Hay cosas que nunca dejarán de sorprenderme. Una es que, ante la presencia de tanta guita injustificable, todos recuerden lo feos que son los hijos de Cristina. Como si ninguno de nosotros tuviera un muerto en el placard al que ni siquiera le pedimos el saldo de cuenta. Como si ninguno de nosotros haya sido alguna vez el dueño de ese teléfono que suena recién a las cinco de la mañana.

Tampoco dejará de sorprenderme jamás cómo estos ñatos han naturalizado el choreo al punto de transmitirles a sus hijos que todo es normal, que se lo merecen porque sí, porque así lo quiso Dios, por haber sido tan altruistas con el pueblo, cuando sólo estaban satisfaciendo sus propias carencias emocionales. Como todos, sólo que en vez de ahogarse en un kilo de helado berreta comido del pote de pie al lado de la heladera, lloran abrazados a sus montañas de dólares. Porque, si bien es cierto que Florkey tenía doce añitos al momento de convertirse en la hija del Presidente y a los 25 es multimillonaria sin haber hecho otra cosa que respirar, también es cierto que los padres le cagaron la vida desde antes de nacer. Tan cierto como que todos hemos pasado cosas peores, pero cagados de hambre.

Nosotros no tenemos tiempo para preocuparnos por cambios de paradigmas, ni para analizar la nueva coyuntura social internacional, o lo que sea de lo que se trate el delirio de moda. Básicamente, porque estamos demasiado ocupados en producir para comer. No hay forma de que analicemos el rol de los medios o si Florencia es una prueba de que Cristina predicaba con el ejemplo a la hora de redistribuir la riqueza ajena en favor de los que tienen menos recursos para sobrevivir.

Porque si hay algo que sí queda claro en todo este embrollo es que, sin la plata que amasijaron los viejos, Florencia es tan sólo una madre soltera de 25 años, desempleada y sin estudios.

Domingo. Pobre Florencia. Pobres nosotros.

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