martes, 12 de julio de 2016

Cuando Macri dice "tuve que hacerlo"

Por Pablo Mendelevich
Una de las cosas que más reiteró Macri en los últimos tiempos, tanto en el país como en el exterior, tiene tono de lamentación. Macri asegura que se vio obligado a adoptar medidas "duras y difíciles", se entiende que en alusión a la cuestión tarifaria. Sin mencionar al gas, el sábado repitió el concepto en Tucumán durante el discurso del Bicentenario: "Si hubiese habido una alternativa para no tomarlas, la hubiese tomado (se refiere a la alternativa; la construcción gramatical del presidente no fue en esta ocasión demasiado exquisita), pero no existía".

Lo de los gobernantes que piden esfuerzos extraordinarios al pueblo, o como en el caso de Macri justifican la imposición de medidas duras, es tan antiguo como las calamidades; también podría decirse tan antiguo como la propia existencia de los gobernantes (y desde luego gana énfasis cuando el gobernante superado ha sido él mismo una calamidad). Sin duda, Winston Churchill alcanzó la cumbre del género en 1940, a poco de haber comenzado la Segunda Guerra Mundial, cuando les pidió a los británicos sangre, esfuerzos, lágrimas y sudor, lista que sufrió pequeñas variaciones en sucesivos enunciados. Tiempo después de que Churchill titulase la primera recopilación de sus discursos "Blood, sweat and tears" le dejaron de cuestionar la originalidad con citas de Henry James, Lord Byron y Theodore Roosevelt y la expresión se volvió un modelo universal de sacrificio y confianza asociado al estadista y Premio Nobel de Literatura británico. Sangre, sudor y lágrimas hasta sirvió para nombrar a una banda de rock.

Está claro que acá no se trata de la batalla de Francia, de superar varias derrotas contra la Alemania nazi ni del sacrificio del pueblo inglés en semejantes circunstancias y a nadie se le ocurriría confundir por ahora a Macri con Churchill. Pero lo más seguro de todo es que ninguna futura banda de rock va a inspirarse en la lamentación de Macri para darse un nombre. No es sólo porque la luz y el gas, convertidos en facturas, tienen bajo contenido épico sino porque Macri no consiguió poner su lamento en términos empáticos ni condensar la idea de que no hubo otra alternativa más que subir brutalmente las tarifas para reparar el desaguisado energético que dejó el kirchnerismo.

 "Macri no consiguió condensar la idea de que no hubo otra alternativa más que subir brutalmente las tarifas para reparar el desaguisado energético que dejó el kirchnerismo"

Quizás no se trate de un deficit comunicacional, como a veces se dice para reducir las fallas a aspectos ornamentales, sino de un problema conceptual que involucra tanto la manera en que se hizo la suba tarifaria como la indisoluble forma en la que le fue trasmitida la novedad a la población. En el mismo discurso del sábado el Presidente dijo una vez más que él va a manejarse con la verdad, lo cual ya se sabe que constituye un giro copernicano respecto de lo que había. La sola intención de decir la verdad marca un contraste incandescente. El kirchnerismo viene de ofrendarle a Macri uno de los íconos más acabados de la mentira que se puedan imaginar, el intento de retiro a la vida monástica, digamos, de José López. Bueno, imaginar... Morgan Robertson previó en una novela publicada en 1898 el choque de un transatlántico con un iceberg 14 años antes de lo del Titanic, casi con las mismas características. Hubo por cierto autores que describieron el suceso de aviones estrellados a propósito contra los rascacielos de Nueva York antes de 2001. Pero a nadie se le ocurrió nunca nada parecido a la burda escena cinematográfica del secretario de Obras Públicas de los Kirchner en el monasterio de General Rodríguez, escena de una eficacia inigualable para resignificar el adjetivo del slogan la década ganada. A esa genialidad del destino para graficar la corrupción -tan rotunda que hasta rindió a los fanáticos del kirchnerismo- el gobierno de Cambiemos no le encontró ni de lejos un equivalente en el terreno de las tarifas mensuales de energía sostenidas durante años por razones demagógicas a la altura del precio de un café con dos medialunas.

Macri, afortunadamente, se apega a la idea de hablar con la verdad. "Yo me comprometo a decirles la verdad", repite. ¿Pero qué verdad? ¿Dicha cómo? La prueba de que el tema no es blanco o negro la dio el propio Macri al acudir a la metáfora del truco. Dijo que el truco, juego que le gusta mucho, no se aplica a la vida porque "uno no puede andar día a día cantando falta envido sin nada, no puede hacer señales falsas; al revés, necesitamos señales claras". En realidad, en el truco la mentira forma parte de las reglas. Quizás el Presidente no quiso hacer la alegoría completa porque estaba en el día del Bicentenario. El problema con el kirchnerismo es que jugando al truco no se limitó a mentir sino que escondió algunas cartas y marcó otras, imprimió un mazo paralelo, acusó a los demás jugadores de hacer trampa y en el momento en que iba perdiendo agarró a patadas la mesa, entre gritos, mientras alguien que estaba de acompañante se guardaba todos los porotos. Quebraba invariablemente las reglas bajo el supuesto de que los fines justifican los medios -rémora setentista-, porque luchaba contra corporaciones muy poderosas, hazaña encomiable que el señor López contribuyó como nadie a poner en duda.

"Necesitamos señales claras", dice bien Macri refiriéndose a lo que debe suministrar su propio gobierno, quien asocia esa entrega con la verdad. Pero la verdad como meta genérica no alcanza. Hacer coincidir las afirmaciones con los hechos, tener honestidad, buena fe y hasta sacar bien las cuentas respecto de lo que de verdad nos cuesta conseguir la energía para luego dividir el costo entre los consumidores incluso puede desembocar en una no verdad: la de que será posible cobrar sumas impagables. Verdades mal mostradas y cálculos desalmados apenas mitigados con una tarifa social, con una formalidad legal descuidada, seguramente producirán un zafarrancho formidable. Es lo que está sucediendo con el gas. Aunque el Gobierno haya partido de la reverenciada verdad.

© La Nación

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