martes, 12 de julio de 2016

El placer de andar en patas

Por Ernesto Tenembaum

En su insistente campaña a favor de la transformación de los hábitos argentinos, el presidente Mauricio Macri explicó ayer que cuando alguien anda "en patas" en su casa no contribuye a ahorrar energía y sostuvo que no hay magia en la generación de ese insumo básico en la vida de los países.

Fue la primera referencia que hizo al asunto después de una rebelión judicial contra los aumentos de tarifas de gas que avanzó desde distintas zonas del país hasta que, finalmente, la Cámara Federal de La Plata resolvió dictar la nulidad del nuevo cuadro tarifario. Así, Macri intentó encuadrar el debate no en los nuevos precios que impuso sino en la necesidad de cambiar costumbres, al igual que hace unos años lo hacía el Gobierno anterior, cuando Julio De Vido explicaba cómo se debían usar los aires acondicionados. Hay una gran diferencia entre ambos:

unos pretenden que los ciudadanos aguanten más el frío y los otros que aguantaran más el calor, unos regalaban la energía y terminaban importándola muy cara, los otros la cobran cara y, al menos por ahora, también la importan. Por fuera de cualquier ironía, quizá la situación sea mucho más compleja de lo que Macri plantea.

En los últimos tres cuartos de siglo, la cuestión energética ha marcado la historia política argentina.

El primer gobierno peronista perdió su fuerza en 1952 cuanto, literalmente, se quedó sin nafta. La Argentina perdió su soberanía energética y Perón se vio obligado a imponer un bruto ajuste. Arturo Frondizi será recordado siempre por su política de apertura a las petroleras que continuaba la que había insinuado Perón en los años previos al golpe del 55 y que contradecía la que él mismo había propuesto en campaña. Es difícil saber si en la Argentina se hubiera producido un golpe de estado en 1976 sin la crisis internacional del petróleo, de 1974, que hizo saltar por los aires el trabajoso acuerdo social que había alcanzado José Ber Gelbard. Hubo pocas medidas tan ajenas al interés nacional como la privatización de YPF durante los 90, pero los Kirchner la apoyaron. Claro, conducían una provincia petrolera. Eso les permitió fondearse y, sin ese dinero, proveniente del petróleo, probablemente nunca hubieran llegado a la Casa Rosada. El ocaso del kirchnerismo es inseparable de, otra vez, la gangrena de dólares que provocó la nueva pérdida de soberanía. Cristina, tan estudiosa de la historia, había olvidado cuál fue el talón de Alquiles de Perón en 1952 y cayó en la misma trampa de acelerar el consumo sin mirar la balanza energética. A ese complejo laberinto acaba de entrar Mauricio Macri.

En los puntos extremos del debate, se ubican la idea de que la energía sea casi gratuita, al costo de que caiga abruptamente la inversión, o que se le cobre a los usuarios su costo de generación más la ganancia en dólares que reclaman las petroleras, a costa de que tampoco tengan acceso a ella porque no la pueden pagar. El relato macrista sostiene que estamos en manos de un gobierno serio, que enfrenta los problemas -a diferencia del anterior-, cuyos técnicos son los mejores del país y que, si comete errores, es capaz de corregirlos. Mientras tanto, en cada oportunidad, el Presidente alecciona sobre la necesidad de vivir con lo puesto y que cada uno se haga cargo de sí mismo.

Sin embargo, hay otros elementos inquietantes en el proceso de ajuste tarifario. En principio, el Gobierno reconoce en público y en privado los errores de cálculo. Primero retrocedió sensiblemente en la aplicación de los aumentos en toda la Patagonia. Ahora lo hace en el resto del país. En todos los casos admite que no contempló los efectos cruzados de los aumentos de tarifas y los aumentos del consumo, o de los primeros con la eliminación de los subsidios que el gobierno anterior aplicaba a algunas regiones. Ese error técnico se suma a un error político que consiste en pensar que es posible, en una sociedad tan resistente como la Argentina, imponer una medida tan traumática de un plumazo, sin acuerdos y diálogos previos con las asociaciones de consumidores, y amparándose en cuestiones legales discutibles para no citar a audiencias públicas. A todo eso, se le debe sumar errores de sensibilidad social: es difícil entender que, en medio de semejante vendaval inflacionario, un equipo de Gobierno no perciba el daño que representa para una familia de un ingreso de $ 10 mil un gasto adicional de mil más, por poner un ejemplo conservador. Es una obviedad tan elemental, pero el Gobierno debería recordar que las planillas excel no incorporan entre sus variables la humanidad de una medida.

El Gobierno argumenta que los aumentos son inevitables porque no puede hacer magia. Sin embargo, en otros rubros utilizó la billetera para negociaciones sectoriales: cedió frente a los sectores sindical, agropecuario, minero, ante los gobernadores peronistas, cederá frente al oscuro poder del fútbol, ante las pymes, y ante los jubilados acreedores del Estado. ¿Por qué razón un consumidor de gas de clase media entendería que él debe pagar más caras las compras del supermercado, y las prepagas, y las expensas y el agua, y el gas? La sociedad argentina tiene mucho entrenamiento para moderar a los gobiernos. Así es que Macri se ve ahora forzado a negociar, por no hacerlo desde el comienzo del proceso. Es raro que su equipo, que fue tan sensible para captar el humor social de los últimos años, no perciba que la resistencia a las arbitrariedades de Cristina se activan rápidamente ante estímulos semejantes.

Por fuera de todos estos dimes y diretes aflora un debate histórico. ¿La manera de que una sociedad crezca es concentrar el poder y el dinero en quienes tienen más poder y más dinero? En el área energética, el Gobierno aplica esa máxima. No solo eleva el precio de las naftas y del gas para que las empresas capten más fondos sino que, además, paga los subsidios adeudados y mantiene los actuales. Por si fuera poco, ubica en los cargos clave a hombres de las empresas beneficiadas: es muy difícil de explicar que el titular el Enargas, que debe controlar a las gasíferas, haya sido hasta el 10 de diciembre un ejecutivo de Metrogas. Por distintos motivos, uno de ellos es esa confianza notable en que el capital privado invierte más si se le asegura rentabilidad, la inversión este año ha caído sensiblemente si se la compara con el año pasado: de 110 equipos de exploración ha caído a 85. Si uno observa esta muestra, queda claro que algunas teorías deben revisarse: no basta con la salida del kirchnerismo para que lluevan inversiones, por ejemplo.

Entre la energía casi regalada del kirchnerismo y el tarifazo macrista hay un patrón que excede a ambos: el movimiento pendular que desde hace años agobia a la sociedad argentina. A cada gobierno, le sucede otro con la receta opuesta. Hace unos años, dos economistas muy respetados resumieron esas curvas y contracurvas con una gran título de un hermoso libro de historia económica: "Los ciclos de la ilusión y el desencanto". Uno de ellos es Lucas Llach, actual vicepresidente del Banco Central. El otro, Pablo Gerchunoff.

Para entender estos tiempos, quizá sea recomendable pegarle una hojeada.

Eso sí, bien abrigados, con gorro, vincha y bufanda.

Es hora de ser responsables.

© El Cronista

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