lunes, 16 de mayo de 2016

Marcos no comunica mal, comunica distinto

El macrismo “terceriza” la comunicación en los grandes grupos. Anatomía de un modelo concentrador.

Marcos Peña, jefe de Gabinete del Gobierno nacional.
Por Martín Rodríguez

La llegada al poder del kirchnerismo fue prácticamente simultánea con el estreno de la película “Memoria del Saqueo”, de Pino Solanas. Aquel documental que Pino filmó en los años de la crisis coronó la narración de la izquierda social sobre los años 90, a decir: el mal empezó en 1976, se profundizó en 1989 con “inexplicable” aval social y se quebró en 2001 con el estallido. 

¿Qué decía, qué relataba el Estado de aquellos años, en los sucesivos gobiernos de Alfonsín, Menem, De la Rúa o Duhalde? Alfonsín habló de democracia hasta que no pudo ocultar la economía, Menem habló de economía y ajuste al calor de un consenso mundial (Menem “relataba” su ajuste) hasta que se hizo evidente el costo social, De la Rúa habló de corrupción hasta que su vicepresidente lo acusó de coimero. Mientras tanto, la sociedad narraba sus miserias, y, lo que es más fácil de detectar, los “artistas populares” (de Maradona a León Gieco, de Los Redondos a Pino) construían el artefacto narrativo de lo que “pasaba” en una sociedad que sufría el retiro del estado de bienestar y el ingreso a una economía de mercado con ganadores y cada vez más perdedores. “La pelota no se mancha.”

A partir de 2003, y luego de la necesaria, difícil y breve gestión de Duhalde, con Kirchner el Estado se convirtió en el mayor narrador, un narrador voluptuoso de la sociedad, el más vigoroso desde 1983, y, diríamos con cierta injusticia poética, Pino Solanas terminó probando suerte como político porteño y militante de la anti minería andina. La voz del Estado menguó “las voces de la sociedad” no por represión sino por absorción discursiva: la voz grave en off de Pino se desgranó porque el Estado kirchnerista se reapropió de la misma versión de la historia. ¿Y qué pasó con esos narradores? Maradona pasa sus días en Dubai (se despidió del fútbol en 2001), León Gieco perdió impacto porque el Estado fue el contador de “Memorias”, la lírica del Indio Solari profundizó su hermetismo y mantuvo intacta la masividad de su misa (Los Redondos se separaron también en 2001), y Pino, el gran cronista de las actualizaciones doctrinarias, pasó de la “macro” a la “micro-política”. De la memoria del saqueo de un país a la minería a cielo abierto, de Plaza de Mayo a Jáchal. 

La “vuelta del Estado” se constituyó entonces en ese vozarrón de hechura progresista y tronco peronista. El “arte” fue más intimista y el Estado la voz protagónica de una Argentina narrada, en tal caso, con un elenco cultural desparejo de actores, cantantes, filósofos, etc., como retaguardia discursiva de una vanguardia estatal. ¿Quién contó los años kirchneristas? El Estado. Se acabaron los discos o las películas de época. Sí, la banda ancha, spotify, las series, facebook, twitter, pero el Estado kirchnerista produjo algo inédito (contra Clarín y las corporaciones): una contracultura oficial y progresista que fue el centro de gravedad de los debates nacionales. Néstor, Cristina y Magnetto fueron los nombres. Magnetto, así lo describió Martín Sivak en su biografía de Clarín, se sintió abandonado por el empresariado argentino en su lucha. El CEO comprobó en carne propia que no había “solidaridad de clase”. Pero, como dijo el gran poeta argentino Alejandro Rubio, “Magnetto no es el jefe de la burguesía, Magnetto es un duelista”. Pues bien, ese gobierno terminó. Y la guerra (el duelo) entre el Estado y Clarín (aunque no entre el kirchnerismo y Clarín) terminó y agotó a los dos. Volvamos al presente.

Dicen todos

“El PRO comunica mal” dicen todos, en un diagnóstico que no distingue comunicación y relato. Diríamos: el PRO comunica menos. El PRO comunica distinto. Se empeña en utilizar más las redes sociales porque ahí está su “sociedad”, pero los sucesivos cuestionamientos (por derecha e izquierda) a la comunicación oficial no aceptan con resignación que el PRO no quiere ser el gobierno de un Estado que -como dirían ellos mismos- “monopoliza un relato”, sino el gobierno de un Estado que devuelve voces a su supuesto “cauce natural”, es decir, a la prensa opositora al kichnerismo, a las tecnocracias, a la justicia federal, a las empresas, etc. 

Es el poder político devolviendo poder al poder económico, y eso es también su comunicación. Tal vez en estos cinco meses no podemos medir tanto el achicamiento del Estado como el achicamiento de esta política oficial: el Estado dice menos, no usa cadenas nacionales, no hay discursos largos, ni semiología televisada. El muñeco de Zamba pinchado sirve como metáfora, no de la crueldad simbólica contra la herencia recibida, sino sobre la pinchadura de la lengua estatal: se achica, se deshace, ya no existe. El PRO le baja el volumen al Estado. Practica rutinas zonzas de pluralidad, menores.

De manera que, digamos, el síntoma de la crítica extendida a la comunicación del PRO tiene algo de “horror al vacío” frente al acostumbramiento de tener un Estado híper narrativo que organizaba el sentido, el tiempo, las imágenes y nuestra emoción colectiva. Los que critican la comunicación del PRO “desde adentro”, le están pidiendo la misma intensidad hegemónica que tuvo el kirchnerismo. Rosendo Fraga dice que al gobierno le falta, más que comunicar, “explicar”. La realidad es que el gobierno busca hegemonía, pero por otros medios. Podríamos decir que terceriza la disputa incluso en las voces de aquellos que enjuician la nueva comunicación. Así como el kirchnerismo se fundaba en la “vuelta de la política” (que nunca se había ido, estrictamente), el PRO se funda en la “vuelta del capitalismo” (que tampoco se había ido, pero que se sentía demasiado empatado con el Estado). Y los resultados del mercado serán siempre una escena del crimen adonde el Estado “no está”. La violencia del Estado, se sabe, a veces hay que buscarla en sus ausencias.

La confianza como violencia

¿Y entonces? El PRO divulga la fe de que la sociedad “se cuenta sola”, cree en una sociedad de mercado, un mundo exclusivamente dividido entre lo público y lo privado, en el que la forma de comunicación del Estado, en tal caso, se parecerá a las formas modernas de la comunicación social bajo el convenio de ser “una más”. Su violencia se sublima en la confianza: cree que en la sociedad libre ganan los más fuertes, en definitiva, que los medios llamados “hegemónicos” (anteriormente opositores a los gobiernos kirchneristas) son y serán más fuertes que los “medios k” (creados con empresarios igual de horrendos y socios de mil macanas pero más chicos y golondrinas). No hay Estado para los vencidos, sino mercado para los vencedores. 

Incluso pierden de vista, al menos diríamos eso, la existencia de otros medios intermedios entre el kirchnerismo y Clarín. Si hoy la distribución de pauta se blinda sobre “inexcusables criterios de éxito”, se están, por lo menos, auto-engañando. ¿C5N no supera en muchas franjas a TN? ¿Radio Del Plata no escaló hasta una segunda posición? ¿La pluralidad del PRO implica sólo fomentar que Clarín y otros medios restablezcan un poder dominante, si es que acaso algo así fuera posible? ¿Esa es toda la idea que tienen de “sociedad”? ¿La vuelta a una suerte de sociedad pre kirchnerista, con medios “independientes” pero independientes en relación a un gobierno que ya no existe?

Está en juego un “nuevo relato”, hay una disputa por el sentido de la política, el Estado, la economía, etc., y eso se percibe leyendo la revista Criterio, los editoriales de Morales Solá o los almuerzos de Mirtha Legrand. Porque se trata de buscar las versiones del relato “amarillo” afuera. También en la amplificada “Cruzada” de la justicia federal llevada adelante por jueces vikingos dedicados repentinamente al fracking sobre los restos del gobierno anterior. Y, más delicadamente, en las previsibles declaraciones de Vargas Llosa o en las publicidades alegóricas de Chevrolet y UBER, que se viralizaron como mensajes sociales sobre mérito, transparencia y tecnología. Es cierto, UBER resultó una contradicción macrista que ubicó de un lado a sus liberales libertarios, libélulas amarillas de las redes que veían en el fin del “tachero” el crimen perfecto contra el peronismo, y del otro, Macri priorizando compromisos corporativos. Chau UBER. Pero en definitiva, a las dudas sobre el PRO, la comunicación, el relato ausente y el fin del “Estado yoico”, la respuesta es escueta: para ellos, la comunicación es el otro. Y cuando Fraga pida que el gobierno “explique”, ellos le podrán decir: explícalo tú mismo.

© LPO

0 comments :

Publicar un comentario