domingo, 27 de marzo de 2016

ERA MIGUEL…

A 74 años de la muerte de uno de 
los mayores poetas españoles

Por Nelson Francisco Muloni

Leerlo es recibir, de pronto, todo el dolor de la belleza, como un golpe letal en el centro del pecho, dejando el corazón “ya terciopelo ajado”. Pero también es boca viva, la que reduce la muerte “a besos”. Y entre la tragedia de la muerte surge el andar esperanzado de la sangre, que es vida. Vida por seguir, aunque la muerte aceche.

Era Miguel…Es Miguel…Miguel Hernández dicen que era. Miguel Hernández digo que es. Como la conmovedora despedida que le dejó Vicente Aleixandre: “Tú, el nunca muerto…”. Ese era el poeta que entregó jirones de su cuerpo pero que nunca rindió el verbo. “Pintada está mi casa / del color de las grandes / pasiones y desgracias…” le saltaba la euforia antes de su último respiro que le dejó con los ojos abiertos para siempre, enterrado así, con la mirada al cielo: “Tú, el nunca muerto…”

Fue un 28 de marzo de 1942 cuando, en la cárcel del franquismo, el guardia le vio cuando la vida se le escapaba a Miguel. Tembloroso, el hombre, no pudo cerrarle los ojos. Nadie se los cerraría jamás. Porque la vida seguía en ellos, con sus sombras y con sus luces, sus batallas y sus remansos, su Josefina y sus distancias. Seguramente habrán pasado por su mirada, los amigos de siempre: Aleixandre, Neruda, Altolaguirre, Alberti y aquel, “con quién tanto quería”, Ramón Sijé.

Miguel Hernández es pura poesía. Es el vientre libertario del poema porque la libertad es su dogma: “Para la libertad / sangro, lucho, pervivo…” y el amor, su rumbo: “Yo no quiero más luz que tu cuerpo ante el mío, / claridad absoluta, transparencia redonda…”

La República tuvo en él la voz incansable de las trincheras. Y siempre, con el sostén del amor alejando las metrallas y la muerte en un vuelo hacia el lecho de su amada: “Sólo quien ama vuela. Pero, ¿quién ama tanto / que sea como el pájaro más leve y fugitivo?”

Infatigable hacedor de los adverbios y de los tiempos, Miguel es el hombre amoroso que, encarcelado, llora por su hijo que no tiene para comer “más que pan y cebolla”, como le comunica su Josefina a través de las rejas de la prisión: “En la cuna del hambre / mi niño estaba. / Con sangre de cebolla / se amamantaba…”, dice, y se derrumba imaginando al hijo con apenas el soplo del pan y la cebolla.

La muerte lo abatió, entre dolores agudos y hemorragias imparables, a los 31 años de edad. La poesía le debe a Miguel, toda su esencia. Sin él, seguramente no existirían las auroras…

Tengo estos huesos hechos a las penas
(Soneto de Miguel Hernández)

Tengo estos huesos hechos a las penas
y a las cavilaciones estas sienes:
pena que vas, cavilación que vienes
como el mar de la playa a las arenas.

Como el mar de la playa a las arenas,
voy en este naufragio de vaivenes,
por una noche oscura de sartenes
redondas, pobres, tristes y morenas.

Nadie me salvará de este naufragio
si no es tu amor, la tabla que procuro,
si no es tu voz, el norte que pretendo.

Eludiendo por eso el mal presagio
de que ni en ti siquiera habré seguro,
voy entre pena y pena sonriendo.

El condenado
(A Miguel Hernández, poeta)

Por Nelson Francisco Muloni

Tan despiadadamente cruza el viento
de la oración, que cruje por sus manos;
al seco corazón, al vientre insano
le extirparon su inútil alimento.

La urdimbre del telar teje su aliento
y la trama del miedo, por el vano
silencio de sus ojos, ya lejanos,
sube, azarosamente, a paso lento.

¡Cuánta canción perdida sin el beso!
¡Cuánta estropeada carne sin ternuras!
¡Cuánto verbo parido en el fracaso

del verdugo que surge, por su peso,
a destrozar la piel de sus hechuras
y su mirada abierta, sin ocasos!

© Agensur.info

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