Por Martín Rodríguez
Los prejuicios ideológicos se repiten por dos razones:
porque creemos que decimos del otro lo que el otro no sabe de sí, o porque
creemos que decimos del otro lo que el otro no quiere que se sepa. Cuando leés
el diario de campaña de Hernán Iglesias Illa (el libro “Cambiamos”, sobre la
llegada de MM a la presidencia) leés que muchos de los prejuicios sobre el PRO
(la convicción de que es posible separar gestión de ideología, por ejemplo) son
certezas conscientes: efectivamente creen que gestión e ideología corren por
cuerdas separadas.
Frente a esto cabe la pregunta: ¿son o se hacen? Cabe la
respuesta: son y se hacen. Ellos creen eso porque quieren hacer creer eso y
actúan para lo que Durán Barba llama el “nuevo elector”, que en boca del
ecuatoriano equivale a un virtual 80% de personas que votan lo que se les
canta. No hay territorios, dicen, hay voluntarios.
El libro (el diario de un asesor) se mofa de todas las caras
del “círculo rojo” que les dan consejos acerca de cómo ganar: dirigentes,
académicos, periodistas y analistas políticos, veteranos del territorio o
punteros, son las víctimas de un libro que se presenta como “la venganza de los
nerds apolíticos” contra los pasados de rosca. Diría más, en el libro de Illa
los argumentos anti-ajuste parten de la boca de Durán Barba. El ecuatoriano
convence en reunión de campaña al equipo económico del impacto irremontable de
la aplicación de un ajuste puro y duro. Un problema de marketing. Si para el
kirchnerismo la política conducía a la economía, la reivindicación del ala
sensible macrista es una continuidad con cambios: la comunicación política
conduce a la economía. Por ahora, a dos meses, todo indica que ese gradualismo
militante ya no convence tanto en reuniones de gobierno al equipo económico.
Sigamos.
El PRO no querría (sólo) achicar el Estado, sino cambiarlo.
La Secretaría de Comercio, por ejemplo, la que ocupó Guillermo Moreno, no será
la terminal de lucha contra la inflación. Pretenden, en tal caso, revivir la
Comisión para la Defensa de la Competencia. “¿Alguien recuerda a los
secretarios de comercio hasta Moreno?”, provocan en Diagonal Sur. ¿Y quién se
encarga de la inflación? Hacen sencilla la respuesta: las paritarias y las
metas de inflación que fije el Central.
Una oposición eficaz
La pregunta frente a este nuevo oficialismo es: ¿cómo se le
hace una oposición eficaz? De Massa (como de los peronistas friendly, tipo
Urtubey) se puede decir de todo, pero su primera solución no es original. Menem
en 1984 era el peronista más alfonsinista, y más acá, Ruckauf en 2000, en la
breve primavera de De la Rúa, se mostraba como el más aliancista de los
peronistas. ¿Cuál es esa “estrategia”? Beber del aura ganadora del winner no
peronista para mantenerse en el candelero radiactivo y desde esa proximidad
ofrecerse cuando las papas quemen como alternativa. A Menem le salió. Del otro
lado, el kirchnerismo viene cómodo en el discurso de férreo opositor, en parte
porque en sus últimos años hacer oficialismo fue más hacer “oposición de la
oposición” que sostener una agenda positiva de gobierno. Se supone reviviendo
su antepasado ideológico (“la resistencia de los 90”), un mito que no explica
ni el fracaso neoliberal ni el menemismo. (El brillante sociólogo Ricardo Sidicaro
puso de moda en las aulas de la facultad porteña de Ciencias Sociales la
pregunta sobre los años 90: “¿Por qué los excluidos votaban por los
excluidores?”)
En el PRO intentan idear un nuevo lenguaje de gestores, como
dice el tuitero Coronel Gonorrea, “atrapados por una religión soft”, pero sus
señas no ocultan que su apuesta es intensa. Y para tener intensidad se
necesitan intensos. Su intensidad es el anti kirchnerismo. ¿De qué se trata?
Vemos el ejemplo de los billetes: no es una disputa de signos opuestos, no es
sustituir a Mitre por Rosas, o al FAMUS por las Madres de Plaza de Mayo, sino
una disputa por la validez de la existencia misma del símbolo. De la Historia a
la Naturaleza. El PRO es economía. Economía sin política, más que “economía sin
corbata”.
¿Existe una economía no política? Somos los tataranietos de
Marx, esa yarará que le picó el cuello a la modernidad, sabemos que no existe
eso. Pero la idea más mesiánica del PRO es autoconvencerse del fin de una época
actuando sobre su propia psicología: subir un perro al sillón de Rivadavia o
bailar en el balcón, dicen, es “no tomarse en serio”. “Yo siempre me reí del
poder. Y me gustan los mandatarios que son capaces de reírse del poder y de sí
mismos. Si ponemos a Balcarce cuando Mauricio es presidente, estamos diciendo
‘no nos la creemos, no somos dioses. Balcarce viene acá y está perfecto, somos
seres humanos comunes’. Es el mensaje más profundo de la campaña de Mauricio.”
Eso dijo Durán Barba. El PRO sabe que convive contra un 20% de electorado “más inteligente”,
que tiene una visión compleja e integral del mundo, al que originalmente
llamaron “círculo rojo”, que no es sólo la izquierda, sino aquellos que viven
de la vieja industria política, pero que es torpe para producir un discurso de
mayorías porque es incapaz de simplificar la política. A los ideólogos del PRO
les encanta ser subestimados, beben la dulce bebida fría de esa subestimación.
¿Y cómo se construye una oposición a “esto”? El PRO sabe que
produce su oposición ideal: una izquierda testimonial y autocomplaciente, a
cuya ideología llaman prejuicios. Es una izquierda que no viene de la masacre,
viene del poder. Esa izquierda social viene de la experiencia kirchnerista.
Como dice el politólogo Pablo Touzon: “la reserva moral progresista ya no existe”,
como existía en los 90 o en los albores de la crisis de 2001. El PRO quiere ser
“el gobierno de la sociedad pacificada” versus los pasados de rosca de la
política intensa. Una respuesta rápida al dilema opositor sería que para
enfrentar al PRO hay que volver a la sociedad. Toda política opositora eficaz
comprende que el otro, el ganador, algo hizo bien.
Separados valen más
El procedimiento de echar gente del Estado es consecuencia
no sólo de una demanda fiscal, es también consecuencia de la decisión de
despolitizar la sociedad: menos política (después del kirchnerismo) será menos
Estado también, porque para despolitizar la sociedad habrá que despolitizar el
Estado ampliado del kirchnerismo. Y a eso se aprestan. ¿Pero toda la política
es “cultura militante”? ¿Toda politización es infantil, sobre-politizada,
juvenil en su sentido más abstracto? ¿Cuál es la política de un sindicato?
Defender la dignidad de sus trabajadores, por empezar. ¿Se puede despolitizar
la sociedad argentina post 2001? ¿Cuándo empezó esta “sobre-politización”?
Si uno mira el comienzo del cimbronazo peronista, el impacto
del PRO en el corazón del FPV se puede preguntar: ¿no resulta lógico que Pichetto
se sienta a gusto con un gobierno de economía más “abierta”? ¿Cuál es la
ideología de Bossio por la que seguiría subordinándose a un liderazgo? Quienes
frecuentaban a Alperovich en Tucumán recuerdan que los dos últimos años de su
mandato decía “la mina” para referirse a Cristina. Y que repetía el latiguillo
de que “con Néstor era otra cosa”. Ese lugar común existe: muchos gobernadores,
intendentes o sindicalistas lo dijeron.
Las fotos del congreso del PJ muestra una cosa: es tan poco
lo que se podría consensuar ahí, que cuando se juntan son más débiles.
Separados valen más. Separados aunque invocando la unidad, pero cada uno en su
territorio. Gobernadores sentados en un costado, semi dormidos, discursos
cuidadísimos o el sincericidio de Ishi, emponchado, cosechando tibios aplausos
mientras sala la herida de la derrota, hablan de que hay algo frío e imposible
en ese espacio: la ausencia de un liderazgo afectivo o económico. La unidad
durante el kirchnerismo era la unidad de un partido de Estado, o en el Estado,
por empezar, que disciplinaba las diferencias ideológicas de arriba hacia abajo.
La conducción de Cristina y el ensalzamiento del kirchnerismo como organización
(Unidos y Organizados, cuya inconsistencia era perceptible ya desde 2012) por
encima del peronismo se muestra en los hechos. Una metáfora cruel es la del
“Grupo 23”, que tardó un mes en ser vaciado, luego de que Szpolsky dijera que
podía aguantar “un año sin pauta”. Para el destete no hubo Nutrilon: todo lo
que fue subsidiado se disuelve en el aire del mercado.
Los gremios viven su “política en situación”. En los gremios
estatales una realidad compleja: el más chico (ATE) es más combativo, el más
grande (UPCN) desempeña una lenta negociación lugar por lugar. Pero el mundo
gremial no hace sistema: algunos muestran los dientes cuando los tocan (Pablo Moyano)
y casi todos esperan y negocian por sus propias vías. El gobierno guardó la
carta del MNI que podrá usar para compensar, en muchos casos, el techo de la
paritaria.
En síntesis: el macrismo en el gobierno, con su agresividad
guionada contra la militancia, hizo retroceder a cada actor de la política
sobre sí mismo. Cada uno vale por lo que representa. Como si el sueño de una
Argentina corporativa (donde todos defienden exclusivamente sus intereses) se
hubiera hecho realidad.
Frágiles
La ruptura del bloque del FPV es una foto sobre la
fragilidad que adelantaba su edificio para cuando no ocupara el Estado. En
palabras de Gerardo Aboy Carlés: “que fuera del poder el cristinismo quede
reducido a un Nuevo Encuentro ampliado era absolutamente previsible”. El
documento de la ruptura con la cara de Diego Bossio es un panegírico de
generalidades, una mano que tapa el sol. El 8 de mayo el peronismo tendrá su
cita interna, pero la ausencia de poder lo ubica en el peor lugar posible: la
pregunta sobre qué hará el peronismo se empieza a deslizar a un “qué harán con
el peronismo”. Si los peronólogos contabilizan tres peronismos (kirchnerismo,
massismo y el peronismo de los gobernadores), las malas lenguas hablan de un
cuarto. ¿El PRO imagina un destino para el peronismo? ¿O estos “aliados” le
harán, como dijo Ignacio Fidanza, el abrazo del oso al PRO? Por lo pronto, el
gobierno macrista se frota las manos y mira cómo a un mes del inicio de
sesiones parlamentarias ya tiene esta convulsión en el seno del peronismo. Beatriz
Sarlo, aún con la mirada dura que le merece el reciente gobierno, observa con
atención la figura de Rogelio Frigerio, la punta de lanza de algo que el PRO
demoró y tal vez sólo se empieza a conocer: ¿qué harán con el peronismo? Se
habían reservado esa respuesta hasta el momento ideal: cuando llegaran al
poder.
Se vuelve tan ideal la situación política para el PRO que el
contrapeso quizás venga de afuera: de la economía, de la gente. No tienen
justamente esa vaca atada. El 2001 no lo hicieron los politizados sino los
estafados del pacto de paz: los ahorristas del 1 a 1. Como me dijo el dueño de
una disquería en Palermo: “yo voté a este gobierno, quería un cambio, pero te
aclaro, este va a ser el peor año de los últimos 13”.
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