Por Octavio Paz |
Con regularidad surgen voces que avisan de la proximidad del
fin de nuestras sociedades. Parece que la modernidad se alimenta de las
sucesivas negaciones que engendra, de Chateaubriand a Nietzsche, de Nietzsche a
Valéry. En los últimos 25 años, las voces que anuncian calamidades y
catástrofes se han multiplicado. No son ya la expresión de la desesperación de
un solitario o de la angustia de una minoría de inconformes: son opiniones
populares y revelan un estado de espíritu colectivo.(...) La modernidad está
herida de muerte: el sol del progreso desaparece en el horizonte y todavía no
vislumbramos la nueva estrella intelectual que ha de guiar a los hombres. No
sabemos siquiera si vivimos un crepúsculo o un alba.
La modernidad se identificó con el cambio, concibió la
crítica corno el instrumento del cambio e identificó a ambos con el progreso.
Para Marx, incluso la insurrección era crítica en acción. En la literatura y
las artes, la estética de la modernidad, desde el romanticismo hasta nuestros
días, ha sido la estética del cambio. La tradición moderna es la tradición de
la ruptura, una tradición que se niega a sí misma y así se perpetúa.
(...) La crítica ha advertido que hemos entrado en otro
período histórico y en otro arte. Se habla mucho de la crisis de la vanguardia
y se ha popularizado, para llamar a nuestra época, la expresión "la era
posmoderna". Denominación equívoca y contradictoria, como la idea misma de
modernidad. Aquello que está después de lo moderno no puede ser sino lo
ultramoderno: una modernidad todavía más moderna que la de ayer. (...)
Si el término posmoderno es, más que un nombre, un antifaz,
¿qué decir de la expresión que usan los críticos angloamericanos para llamar al
arte actual posmodernismo? Para ellos, la palabra modernismo designa ese
conjunto de obras, autores y tendencias que evocan los nombres de Joyce, Pound,
Elliot, William Carlos Williams, Hemingway y otros. Sin embargo, nadie ignora
que en lengua española llamamos modernismo al primer movimiento literario de
Hispanoamérica y de España. Fueron modernistas Darío y Valle-Inclán, Juan Ramón
Jiménez y Lugones, Martí y Machado: con ellos comienza nuestra tradición
moderna y sin ellos no existiría nuestra literatura contemporánea. En realidad,
las distintas tendencias, obras y autores que los angloamericanos engloban bajo
el término modernismo fueron siempre llamadas vanguardia. Desconocer todo esto
y llamar modemismo a un movimiento de lengua inglesa posterior en 30 años al
nuestro revela arrogancia cultural, etnocentrismo e insensibilidad histórica.
Lo mismo sucede con el vocablo posmodernismo para designar el arte y la
literatura contemporáneas de Estados Unidos y de otras partes. Lo más triste
-lo más cómico- es que estos términos, con la significación particular que les
dan los angloamericanos, no sólo comienzan a ser usados en varios países
europeos, sino también en Hispanoamérica y en España (un ejemplo entre mil, el
libro de Guillermo de Torre Literaturas
europeas de vanguardia, publicado en 1925). Esta aclaración no es ociosa ni
refleja ningún trasnochado nacionalismo: la querella del modernismo no es una
querella de palabras, sino de significados, conceptos e historia. El mundo
comienza por ser un conjunto de nombres. Más exactamente: el mundo es un mundo
de nombres. Si nos quitan los nombres, nos quitan nuestro mundo.
Para los antiguos, el prestigio del pasado era el de la edad
de oro, el Edén nativo que un día abandonamos; para los modernos, el futuro fue
el lugar de elección, la tierra prometida. Pero el ahora ha sido siempre el
tiempo de los poetas y de los enamorados, de los epicúreos y de algunos
místicos. El instante es el tiempo del placer, pero también el tiempo de la
muerte, el tiempo de los sentidos y el de la revelación del más allá. Creo que
la nueva estrella -ésa que aún no despunta en el horizonte histórico, pero que
se anuncia ya de muchas maneras indirectas- será la del ahora. Los hombres
tendrán muy pronto que edificar una moral, una política, una erótica y una
poética del tiempo presente. El camino hacia el presente pasa por el cuerpo,
pero no debe ni puede confundirse con el hedonismo mecánico y promiscuo de las
sociedades modernas de Occidente. El presente es un fruto en el que la vida y
la muerte se funden.
Tradición de la
ruptura
La poesía ha sido siempre la visión de una presencia en la
que se reconcilian las dos mitades de la esfera. Presencia plural: muchas veces
ha cambiado de rostro y de nombre; sin embargo, a través de todos esos cambios,
es una. No se anula en la diversidad de sus apanciones; incluso cuando se
identifica con la vacuidad, como ocurre en la tradición budista y en algunos
poetas modernos de Occidente, se manifiesta -insigne paradoJa- como presencia.
No es una idea: es tiempo puro. Tiempo y no medida: este tiempo singular, único
y particular que ahora mismo está pasando y que pasa sin cesar desde el
principio. La presencia es el ahora encarnado.
Alguna vez llamé a la poesía de este tiempo que comienza
arte de la convergencia. Así, la opuse a la tradición de la ruptura: "Los
poetas de la edad moderna buscaron el principio del cambio; los poetas de la
edad que comienza buscamos ese principio invariante que es el fundamento de los
cambios. Nos preguntamos si no hay algo en común entre la Odisea y A la
recherche du temps perdu. La estética del cambio acentuó el carácter histórico
del poema; ahora nos preguntamos: ¿no hay un punto en el que el principio del
cambio se confunde con el de la permanencia...? La poesía que comienza en este
fin de siglo no comienza realmente ni tampoco vuelve al punto de partida: es un
perpetuo recomienzo y un continuo regreso. La poesía que comienza ahora, sin
comenzar, busca la intersección de los tiempos, el punto de convergencia. Dice
que, entre el pasado abigarrado y el futuro deshabitado, la poesía es el
presente". Escribí estas frases hace 15 años. Hoy añadiría: el presente se
manifiesta en la presencia, y la presencia es la reconciliación de los tres
tiempos. Poesía de la reconciliación: la imaginación encarnada en un ahora sin
fechas.
Extracto de una conferencia de Octavio Paz sobre Romanticismo y
modernidad en la sede de Santander (España) de la Universidad Internacional
Menéndez Pelayo, en 1986.
Selección:
Agensur.info
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