viernes, 6 de noviembre de 2015

LA VERDAD MENTIROSA

Quienes hicieron de la verdad una razón de vida no pueden utilizar la mentira para hacer justicia con la memoria trágica.

Por Norma Morandini

Quienes hicieron de la verdad una razón de vida no pueden utilizar la mentira para hacer justicia con la memoria trágica. 

Yo no participo, ni me reúno, ni formo parte de ninguna asonada antidemocrática que pretenda la finalización de los juicios contra los represores. 

¿A quién se le ocurre que pueda estar en contra de la continuidad de los juicios en el mismo momento que en el megacausa de la ESMA se está reconstruyendo la verdad en torno a mis dos hermanos, Néstor y Cristina, presos desparecidos en la tenebrosa Escuela Mecánica de la Armada y arrojados al mar? Por lo absurda de la acusación no salí a responder antes porque, además, por respeto a mí misma, dar cuenta de mis actos a los que me difaman es otorgarles el poder de comisarios políticos, que remiten al autoritarismo de los que se erigen sobre nuestras vidas y conciencias. Pero la acusación infundada del diputado Remo Carlotto de que promuevo el fin de los juicios, hecha en la reunión de la comisión de Derechos Humanos de la Cámara de Diputados, para pedir el apoyo de los bloques políticos a la continuidad de los juicios, me obliga a desmentirlo. No porque tenga que dar cuenta de mis actos a la familia Carlotto sino porque la causa de los derechos humanos no puede defenderse con mentiras. No deja de ser una dolorosa ironía que el pañuelo blanco, símbolo del luminoso ejemplo del reclamo por justicia para cancelar la venganza, ahora que las muertes, las torturas y los secuestros se condenan en los tribunales, descarguen la fuerza de la mentira contra mí, que cometí el único delito de oponerme honestamente a la utilización de los Derechos Humanos con fines partidarios. Nunca hice de esa oposición una cuestión personal. Fui cuidadosa de no personalizar, no puse nombres y apellidos para no cometer lo que padezco, la difamación y el intento de matar la reputación ajena. Desde el momento en el que las Madres salieron de la plaza para recibir los favores del palacio he sido una honesta opositora a la utilización de la causa de los derechos humanos con fines partidarios. No es una novedad mi oposición al desmantelamiento del Banco Nacional de Datos Genéticos, la restricción de su universalidad y su dirección en manos de la dueña de los laboratorios privados que, precisamente, hacen las pruebas del ADN que el Banco restringió a los casos de lesa humanidad. Viví como profanación la utilización de los asados en la ESMA, critiqué fuertemente la designación del general Cesar Milani, las reparaciones económicas discrecionales, la pesadilla de los sueños compartidos pero, sobre todo, que en nombre de los Derechos Humanos se haya cancelado lo que sostiene su filosofía jurídica, el respeto al otro y la igualdad. Desde el año 2002, en el que escribí mi libro más comprometido, “De la culpa al perdón”, me indago sobre la relación con el pasado y cómo reconciliar lo que fue violado, la convivencia democrática. En qué momento pasaremos del Estado que impone temor con sus espías y su tentación a controlar la opinión a un auténtico Estado de derecho, el que garantiza la libertad del decir, donde quiera que sea, sin  patrullar ideológicamente ni perseguir.

Deliberadamente no menciono mi participación en el debate organizado por la Universidad Católica al lado de monseñor Casaretto y de Arturo Larrabure, hijo del militar muerto por las organizaciones armadas, porque sería aceptar que es un delito y que debo dar cuenta a dónde voy y con quién debato. No escribo los editoriales del diario La Nación y no deja de ser una paradoja que por oponerme a la teoría de los dos demonios, ya que el verdadero demonio es la violencia política, me encuentre en el medio de lo que me opuse siempre, dos bandos en pugna. En democracia cada uno de nosotros tiene derecho a pensar como quiera y apoyar a quien sea. En cambio arrogarse como propias instituciones colegiadas como son el Parlamento y las Universidades, definidas por su pluralidad, revela una concepción antidemocrática. No se puede utilizar las instituciones de la democracia para terminar con el pluralismo, sostén de la democracia. Sí me apena que para ensuciarme se termine contaminando la que fue una luminosa lucha por la verdad y la justicia utilizando la mentira. Y que aquellos que fueron perseguidos terminen persiguiendo como si fueran comisarios políticos.

© www.normamorandini.com.ar

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