En días de
oportunismos e insultos electorales, el candidato se mueve en base a cálculos
políticos. El neologismo “sciolada” como sinónimo de “piolada”.
Por Beatriz Sarlo |
Macri inauguró una estatua de Perón acompañado por Hugo
Moyano y los notorios ex funcionarios peronistas que tiene en el PRO. El
proyecto había sido aprobado por la Legislatura porteña, pero la inauguración
lleva la marca de una propaganda electoral, equivalente a si Scioli inaugurara
un monumento a Alfonsín en Chascomús para ganar votos fuera de su espacio.
La
foto con Duhalde y Moyano en la Plaza de Perón pasará al olvido salvo para
algún historiador que aborde el tema del oportunismo en las coyunturas
electorales.
Es cierto que todo el mundo, convertido en imitador de
Aníbal Fernández, está nervioso y los insultos se tiran como cotillón de la
fiesta. Carrió, que tiene un léxico tan poblado como el de Aníbal Fernández, no
se privó de decir que “el voto a Margarita Stolbizer es el voto Poncio
Pilatos”. De un golpe, todos los votantes de Stolbizer nos convertimos,
metafóricamente, en gente que se lava las manos y hace posible que Jesucristo
sea condenado por otros. Si seguimos con la metáfora, ese Cristo es Macri:
votar a Stolbizer es crucificarlo a Macri. Vamos, vamos, las palabras deben,
por lo menos, simular respeto.
La Presidenta bailó después de un discurso nervioso y
caótico, festejándose a sí misma, como si fueran pocos los elogios que recibe
todos los días, con la puntualidad de un reglamento de honores. Aníbal
Fernández hizo gala de su inagotable diccionario de expresiones insultantes
para calificar el debate presidencial. La mejor: “Fue un show”, pasando por
alto que las intervenciones presidenciales también suelen terminar en show de
batucada y que Scioli no se priva de armar shows con la farándula que lo
aplaude.
El más sorpresivo de la semana fue, sin embargo,
precisamente Scioli, que acostumbra a medir más sus palabras, no sólo porque no
tiene el don oratorio, sino porque ése es su estilo de “buen muchacho”. Durante
la semana, cuando se escucharon iniciativas por nuevos debates, respondió:
“Ahora les agarró la debatemanía”. Scioli, un piola de campeonato.
Flashback.
Vayamos una semana hacia atrás. La ausencia de Scioli contorsionó las reglas
del primer debate presidencial. Para lograr que participara se jibarizaron los
tiempos y se fijaron normas estrictas que no permitían el diálogo entre
candidatos, excepto la pregunta que cada uno de ellos podía hacer a los otros
en un orden temático establecido por sorteo. Scioli achicó el debate a su
medida, le puso todas las ataduras que necesita su singular pobreza de
pensamiento, y después, sencillamente, no fue. Empobreció las condiciones de un
debate al que no estaba dispuesto a concurrir.
En las reuniones preparatorias, Scioli mantuvo a sus
representantes junto a los de los otros candidatos sólo para diferir el día y
la hora en que decidiera confirmar lo que todos adivinaban. Quiso que el
momento de hacer pública su decisión y la noche del debate estuvieran lo más
próximas posible y, por lo tanto, su capacidad de expandir efectos fuera lo más
corta que se pudiera conseguir.
Conocedor de los medios tanto como Cristina, supuso, con
entera razón, que El Trece y TN no iban a transmitir el debate si él estaba
ausente, disminuyendo de ese modo el posible dramatismo que la televisión
venera. Scioli, también con esa astucia primitiva que lo caracteriza, contó con
Fútbol para Todos, el salvajismo oficialista de Canal 7 y el cálculo de costos
y beneficios del Grupo Clarín, que sabe que el público no le cobra con bajada
de rating una decisión gerencial, sino que recompensa un tipo de programa. Por
eso, mantuvo en el aire el programa de Lanata.
Scioli sabía que no iba a sufrir una pérdida relativa de
pantalla porque su ausencia del debate provocaba una pérdida de pantalla para
todos sus competidores. Gran piolada. Pese a eso, el debate, como se sabe, tuvo
niveles muy respetables de audiencia.
Ahora bien, en estas condiciones exigidas por el mismo
Scioli para el debate, ¿por qué no fue parte? La razón de que todos le hicieran
una pregunta sobre el Proyecto o la Corrupción no vale, ya que no existía la
posibilidad de la repregunta y Scioli es un experto en decir: “A mí que me
hablen del futuro y de todo lo que construimos, codo a codo con la gente, más
de cien parques industriales…etc.” Tampoco vale la razón de que es peor orador
que Massa o Stolbizer. Scioli habla tan mal como Macri y Macri fue, ya que
entendió que no estaba dando examen de oratoria. El rumor que corrió sobre que
Cristina Kirchner le prohibió la asistencia es innecesario y circular: nadie
quería ir; como Scioli, ella tampoco
debate.
Scioli no fue simplemente por un cálculo político. Si, como
dicen los expertos, sus votantes no valoran el debate del mismo modo en que lo
valoran los votantes de Stolbizer, ¿valía la pena arriesgarse a algún tropiezo
en vez de conservar lo adquirido? Es insensato tomar riesgos que no prometan
beneficios. Además, los justicialistas no pagan multa por esas contravenciones.
El primer artículo del Catecismo Scioli reza: “Los piolas no arriesgan. Arriesgan
los loquitos”.
Para esta venturosa etapa, propongo un merecido neologismo:
“sciolada” como sinónimo de “piolada”. En ese nivel estamos. La noche del
domingo pasado, cuando lo saludé a José Octavio Bordón, organizador del debate
presidencial, recordé que él y Chacho Alvarez, hace veinte años, habían hecho
un debate porque ambos eran precandidatos del Frepaso. Pese a la antipatía que
Cristina Kirchner siente frente al diálogo, es posible mirar hacia atrás y
encontrar, en políticos salidos del justicialismo, algo mejor que los faltazos
de Menem y de Scioli.
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