viernes, 4 de septiembre de 2015

La modernidad del micro chip no sabe cómo proteger a los que huyen de la miseria

Por Fernando González
Las migraciones por hambre, guerra o falta de oportunidades no son un drama de hoy. Nuestros abuelos vinieron a la Argentina de España, de Italia, de Alemania, de Rusia, Polonia o Turquía escapando de esas mismas pestes. Los argentinos fuimos a Europa, a Australia y a los Estados Unidos detrás del sueño simple de un trabajo o una vivienda en cada una de nuestras crisis. 

Y lo mismo hicieron y hacen paraguayos, bolivianos o peruanos que buscan un porvenir en esta tierra. Los ciudadanos van y vienen. Siguen la ruta de un destino que imaginan diferente al de sus miserias. Por eso escapan de la pobreza. Por eso abandonan a los países y a las personas que aman.

Pero el planeta se ha achicado. Hay más rutas, más vehículos, más barcos y más aviones. Las familias trashumantes tienen la posibilidad de una vida mejor mucho más al alcance de un viaje cada vez más corto. Y huyen de Siria o del Kurdistán. De Sudán o de Rumania. O de cualquiera de los países que hoy la pasan mal. El problema es que el hemisferio desarrollado del mundo no encuentra una respuesta adecuada para semejante desafío.

Ni la negritud universitaria de Barack Obama ni la eficacia germana de Angela Merkel. Ni los ingleses, ni los franceses, ni los chinos. Ni la tecnología ni el presupuesto de ninguna potencia planetaria alcanza para evitar el dolor insoportable de la imagen del niño sirio muerto de incomprensión sobre la playa turca. Y si la modernidad del micro chip y los misiles no lo consigue, la muerte tendrá más victorias de las muchas batallas que le viene ganando a la civilización.

© El Cronista

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