sábado, 18 de julio de 2015

Que los candidatos respondan sobre educación

Por Luis Gregorich
A pesar de que tenemos al Papa, a pesar de que tenemos a Messi y lo tuvimos a Maradona, a pesar de que la tenemos (por lo menos por su origen) a la reina Máxima, hay algo que no tenemos y que sí tuvimos una vez: la buena formación escolar de nuestros chicos y jóvenes, su capacidad para comprender los textos que leen (cuando leen) y su conocimiento básico de la historia y la cultura del país en que viven y en el que, muy probablemente, tendrán que ganarse la vida mañana.
Sin embargo, las estadísticas internacionales y nuestros propios investigadores, más confiables que las cifras dibujadas del Indec, nos advierten acerca de cuántos puestos hemos perdido en el ranking mundial de la calidad educativa, que sigue constituyendo un instrumento indispensable para la modernización, la inserción social y el crecimiento económico.

Un espejo en apariencia amable del retroceso de nuestros sistemas de enseñanzas lo brindan los resultados generales (desde luego que hay excepciones) de los programas televisivos de preguntas y respuestas, nuevamente en auge desde el año pasado. Es un formato con vigencia en el mundo entero, porque al interés crematístico de sus participantes directos añade el autoexamen o la competencia casera de los televidentes, que carecen de premios materiales, pero que fortalecen (o derrumban del todo) la autoestima.

No vamos a extendernos aquí acerca de la larga historia de estos programas, desde las competencias radiofónicas de nuestra niñez y el mítico concurso de Odol pregunta hasta la apreciable experiencia actual de Los 8 escalones, en El Trece, conducido por Guido Kaczka y con la inteligente participación de Iván de Pineda y (hasta su fallecimiento) de Gerardo Sofovich. Lo único que quizá podría reprocharse a esta última versión del clásico formato es cierto deslizamiento hacia el más consabido show televisivo, con la presencia de parejas o grupos que incluyen habitualmente a algún "famoso" o "famosa", y no con el emblemático hombre medio, el desconocido que en nuestros viejos tiempos se consagraba al contestar todas las preguntas.

Hace un par de meses, en la última edición de la Feria del Libro de Buenos Aires, pusimos en marcha un proyecto parecido, el certamen Lecturas Argentinas, con un rasgo diferenciador que rendía tributo al lugar de realización: las preguntas se referirían exclusivamente a la vida y a la obra de escritores argentinos. La idea fue apoyada por las autoridades de la Feria, como Oche Califa y Nelly Espiño, y formamos un equipo que integraron Carlos Ulanovsky como presentador, Teresita Valdettaro como coordinadora, Daniel Lluch en los rubros técnicos, y Eduardo Romano (director del Instituto de Literatura Argentina de la UBA) y las escritoras Elsa Osorio, Silvia Plager y Patricia de Sagastizábal como jurados.

Hubo más de 300 inscriptos, de entre los cuales fueron sorteados 12 participantes, divididos en tres jornadas eliminatorias y una final, formada por los cuatro que habían conseguido los mayores puntajes. En total, habíamos preparado más de 150 preguntas, en que la literatura argentina era la protagonista, con sus autores, sus libros relevantes y sus vínculos con otras áreas como el cine, el teatro, el cómic y la canción popular. Formulamos diversas formas de preguntas: con el sistema de multiple choice (como el que usa en Los 8 escalones), el de pregunta con respuesta única y el desafío de encontrar el autor y el título de la obra al que pertenecía un fragmento leído en voz alta. La ganadora resultó ser, finalmente, María Inés Linares, con experiencia en el campo de la edición.

El balance de este modesto examen a nuestro público (hay que decir que la mayoría de los sorteados tenía menos de 40 años) nos dejó una sensación ambigua, con un predominio ligeramente amargo. Las respuestas correctas apenas si sobrepasaron el 20% del total. Los participantes más jóvenes, pese a su cercanía cronológica a la escuela secundaria, fueron los que menos acertaron. Procuramos que las preguntas tuvieran que ver, en lo posible, con figuras y obras conocidas, incluso populares. No faltaron Jorge Luis Borges, Domingo Faustino Sarmiento, Julio Cortázar, la gauchesca, Victoria Ocampo, Juan José Saer, Manuel Puig, las películas de inspiración literaria de Leopoldo Torre Nilsson y Manuel Antín, Homero Manzi, Germán Oesterheld y Constancio Vigil, Alfonsina Storni, Rodolfo Walsh, el Adán Buenosayres y la Radiografía de la pampa.. Sin embargo, advertimos perplejidad, sorpresa y, no pocas veces, desconocimiento total. Los apellidos se confundieron y los títulos también.

¿Qué habría ocurrido si, en lugar de literatura, se hubiese tratado de historia, geografía o cualquier otra materia en su vertiente argentina? Es altamente probable que el resultado habría sido igualmente mediocre. Parecería que el campo formativo de un joven se agota, hoy, en los modos de manejo del mundo virtual y los conocimientos tecnológicos, pero que nuestras autoridades y buena parte de nuestros dirigentes políticos ni siquiera son capaces de cruzar con éxito esta última frontera. Sea como fuere, lo cierto que hasta ahora no hemos presenciado ni un solo debate serio de la dirigencia política (gobernante u opositora), en nuestros medios masivos, acerca de las formas de educar y de las formas de aprender. No por nada la comprensión de textos parece una empresa ardua y tal vez inútil.

¿Humanismo versus conocimiento científico? Repitamos, como en una salmodia, que esta antinomia es absurda e improductiva, pero que, al mismo tiempo, la raíz humanista es la única que nos brinda identidad y modera una herencia salvaje. De acuerdo con esta convicción, pidamos a nuestros candidatos por conducir el país que se ocupen de la educación como prioridad de prioridades. En caso contrario, iniciaremos nosotros una campaña para obligarlos, ya no a pelear entre sí, sino a enfrentar, como simples ciudadanos, un programa de preguntas y respuestas como los mencionados en estas líneas. Tal vez no lleguen a lucirse.

© La Nación

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