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Por Luis Gregorich |
A pesar de que tenemos al Papa, a pesar de que tenemos a
Messi y lo tuvimos a Maradona, a pesar de que la tenemos (por lo menos por su
origen) a la reina Máxima, hay algo que no tenemos y que sí tuvimos una vez: la
buena formación escolar de nuestros chicos y jóvenes, su capacidad para
comprender los textos que leen (cuando leen) y su conocimiento básico de la
historia y la cultura del país en que viven y en el que, muy probablemente,
tendrán que ganarse la vida mañana.
Sin embargo, las estadísticas
internacionales y nuestros propios investigadores, más confiables que las
cifras dibujadas del Indec, nos advierten acerca de cuántos puestos hemos
perdido en el ranking mundial de la calidad educativa, que sigue constituyendo
un instrumento indispensable para la modernización, la inserción social y el
crecimiento económico.
Un espejo en apariencia amable del retroceso de nuestros
sistemas de enseñanzas lo brindan los resultados generales (desde luego que hay
excepciones) de los programas televisivos de preguntas y respuestas, nuevamente
en auge desde el año pasado. Es un formato con vigencia en el mundo entero,
porque al interés crematístico de sus participantes directos añade el
autoexamen o la competencia casera de los televidentes, que carecen de premios
materiales, pero que fortalecen (o derrumban del todo) la autoestima.
No vamos a extendernos aquí acerca de la larga historia de
estos programas, desde las competencias radiofónicas de nuestra niñez y el
mítico concurso de Odol pregunta hasta la apreciable experiencia actual de Los
8 escalones, en El Trece, conducido por Guido Kaczka y con la inteligente
participación de Iván de Pineda y (hasta su fallecimiento) de Gerardo Sofovich.
Lo único que quizá podría reprocharse a esta última versión del clásico formato
es cierto deslizamiento hacia el más consabido show televisivo, con la
presencia de parejas o grupos que incluyen habitualmente a algún
"famoso" o "famosa", y no con el emblemático hombre medio,
el desconocido que en nuestros viejos tiempos se consagraba al contestar todas
las preguntas.
Hace un par de meses, en la última edición de la Feria del
Libro de Buenos Aires, pusimos en marcha un proyecto parecido, el certamen
Lecturas Argentinas, con un rasgo diferenciador que rendía tributo al lugar de
realización: las preguntas se referirían exclusivamente a la vida y a la obra
de escritores argentinos. La idea fue apoyada por las autoridades de la Feria,
como Oche Califa y Nelly Espiño, y formamos un equipo que integraron Carlos
Ulanovsky como presentador, Teresita Valdettaro como coordinadora, Daniel Lluch
en los rubros técnicos, y Eduardo Romano (director del Instituto de Literatura
Argentina de la UBA) y las escritoras Elsa Osorio, Silvia Plager y Patricia de
Sagastizábal como jurados.
Hubo más de 300 inscriptos, de entre los cuales fueron
sorteados 12 participantes, divididos en tres jornadas eliminatorias y una
final, formada por los cuatro que habían conseguido los mayores puntajes. En
total, habíamos preparado más de 150 preguntas, en que la literatura argentina
era la protagonista, con sus autores, sus libros relevantes y sus vínculos con
otras áreas como el cine, el teatro, el cómic y la canción popular. Formulamos
diversas formas de preguntas: con el sistema de multiple choice (como el que
usa en Los 8 escalones), el de pregunta con respuesta única y el desafío de
encontrar el autor y el título de la obra al que pertenecía un fragmento leído
en voz alta. La ganadora resultó ser, finalmente, María Inés Linares, con
experiencia en el campo de la edición.
El balance de este modesto examen a nuestro público (hay que
decir que la mayoría de los sorteados tenía menos de 40 años) nos dejó una
sensación ambigua, con un predominio ligeramente amargo. Las respuestas
correctas apenas si sobrepasaron el 20% del total. Los participantes más
jóvenes, pese a su cercanía cronológica a la escuela secundaria, fueron los que
menos acertaron. Procuramos que las preguntas tuvieran que ver, en lo posible,
con figuras y obras conocidas, incluso populares. No faltaron Jorge Luis
Borges, Domingo Faustino Sarmiento, Julio Cortázar, la gauchesca, Victoria
Ocampo, Juan José Saer, Manuel Puig, las películas de inspiración literaria de
Leopoldo Torre Nilsson y Manuel Antín, Homero Manzi, Germán Oesterheld y
Constancio Vigil, Alfonsina Storni, Rodolfo Walsh, el Adán Buenosayres y la
Radiografía de la pampa.. Sin embargo, advertimos perplejidad, sorpresa y, no
pocas veces, desconocimiento total. Los apellidos se confundieron y los títulos
también.
¿Qué habría ocurrido si, en lugar de literatura, se hubiese
tratado de historia, geografía o cualquier otra materia en su vertiente
argentina? Es altamente probable que el resultado habría sido igualmente
mediocre. Parecería que el campo formativo de un joven se agota, hoy, en los
modos de manejo del mundo virtual y los conocimientos tecnológicos, pero que
nuestras autoridades y buena parte de nuestros dirigentes políticos ni siquiera
son capaces de cruzar con éxito esta última frontera. Sea como fuere, lo cierto
que hasta ahora no hemos presenciado ni un solo debate serio de la dirigencia
política (gobernante u opositora), en nuestros medios masivos, acerca de las
formas de educar y de las formas de aprender. No por nada la comprensión de
textos parece una empresa ardua y tal vez inútil.
¿Humanismo versus conocimiento científico? Repitamos, como
en una salmodia, que esta antinomia es absurda e improductiva, pero que, al
mismo tiempo, la raíz humanista es la única que nos brinda identidad y modera
una herencia salvaje. De acuerdo con esta convicción, pidamos a nuestros
candidatos por conducir el país que se ocupen de la educación como prioridad de
prioridades. En caso contrario, iniciaremos nosotros una campaña para
obligarlos, ya no a pelear entre sí, sino a enfrentar, como simples ciudadanos,
un programa de preguntas y respuestas como los mencionados en estas líneas. Tal
vez no lleguen a lucirse.
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