domingo, 14 de junio de 2015

Victoria y derrota

Por Guillermo Piro
En un capítulo memorable de una novela memorable llamada El rodaballo, su autor, Günter Grass, rememora los tiempos en que los hombres vivían en tribus, en microsociedades matriarcales y alimentados, todos, por una especie de reina madre dotada de tres pechos. Esta mujer primigenia no sólo alimenta a todos los hombres que tiene a su cuidado sino que además, con pulcritud y eficacia médica, examina siempre sus heces.

Por alguna razón que desconozco, Jean-Pierre Noregal omite esa mención en su libro Les toilettes et les métaphores. Une étude sociale de la défécation, de la préhistoire à nos jours (2012) cuando habla del hábito maternal de controlar las heces de sus hijitos. Según Noregal hay una estrecha relación entre el diseño industrial de los inodoros modernos y el rol de las madres en el siglo XXI, que, como Günter Grass presupone, desde la Edad de Piedra (o tal vez antes) se dedicaron amorosamente a esa tarea. Noregal sostiene que ese hábito lo perdieron las madres a partir de los años 70 del siglo pasado, no por presión del diseño industrial sino a causa del nuevo papel que le tocó representar a la mujer en la sociedad moderna.

Ahora bien, se pregunta Noregal, ¿el diseño industrial actúa y pone en práctica aquello que la mujer moderna necesita, o es aquel el que, ignorando a la mujer moderna, impone un diseño que obliga a ésta a modificar sus hábitos? Noregal se inclina por la primera respuesta.

Efectivamente, hasta bien entrados los años 70 los inodoros occidentales (el estudio de Noregal, salvo por alguna rara referencia al Japón, se circunscribe a Occidente) poseían lo que técnicamente se llama “balcón”, y que no es otra cosa que un paso intermedio, una superficie sobre la que las heces quedaban depositadas antes de que la catarata de agua, por el accionar humano, se llevara los excrementos por las tuberías. Ese balcón oficiaba entonces de “mirador”, o mejor de laboratorio casero: las madres solían examinar las heces antes de conceder el permiso para que el agua se llevara todo.

“No fue el diseño industrial el que modificó los hábitos higiénicos y terapéuticos de las madres modernas, sino al contrario, fue el desinterés de las madres modernas por el análisis pormenorizado de las heces lo que llevó a los diseñadores a desdeñar aquellos inodoros. El aspecto político del feminismo tiene hoy más presencia, pero en detrimento de su dimensión cultural”, dice Noregal.

Cada vez que comulgamos con un inodoro, dice Noregal, lo que ponemos de manifiesto es esa derrota incondicional de la mujer moderna: “Ya no saben leer las heces; prefieren la intervención eficaz de un especialista –el pediatra– en quien confían con ceguera incondicional”. El capítulo lleva por título: “Victoria y derrota”. No queda claro si la victoriosa es la mujer y el derrotado el inodoro, o viceversa.

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