Por Guillermo Piro |
En un capítulo memorable de una novela memorable llamada El
rodaballo, su autor, Günter Grass, rememora los tiempos en que los hombres
vivían en tribus, en microsociedades matriarcales y alimentados, todos, por una
especie de reina madre dotada de tres pechos. Esta mujer primigenia no sólo
alimenta a todos los hombres que tiene a su cuidado sino que además, con
pulcritud y eficacia médica, examina siempre sus heces.
Por alguna razón que
desconozco, Jean-Pierre Noregal omite esa mención en su libro Les toilettes et
les métaphores. Une étude sociale de la défécation, de la préhistoire à nos
jours (2012) cuando habla del hábito maternal de controlar las heces de sus
hijitos. Según Noregal hay una estrecha relación entre el diseño industrial de
los inodoros modernos y el rol de las madres en el siglo XXI, que, como Günter
Grass presupone, desde la Edad de Piedra (o tal vez antes) se dedicaron
amorosamente a esa tarea. Noregal sostiene que ese hábito lo perdieron las
madres a partir de los años 70 del siglo pasado, no por presión del diseño
industrial sino a causa del nuevo papel que le tocó representar a la mujer en
la sociedad moderna.
Ahora bien, se pregunta Noregal, ¿el diseño industrial actúa
y pone en práctica aquello que la mujer moderna necesita, o es aquel el que,
ignorando a la mujer moderna, impone un diseño que obliga a ésta a modificar
sus hábitos? Noregal se inclina por la primera respuesta.
Efectivamente, hasta bien entrados los años 70 los inodoros
occidentales (el estudio de Noregal, salvo por alguna rara referencia al Japón,
se circunscribe a Occidente) poseían lo que técnicamente se llama “balcón”, y
que no es otra cosa que un paso intermedio, una superficie sobre la que las
heces quedaban depositadas antes de que la catarata de agua, por el accionar
humano, se llevara los excrementos por las tuberías. Ese balcón oficiaba
entonces de “mirador”, o mejor de laboratorio casero: las madres solían
examinar las heces antes de conceder el permiso para que el agua se llevara
todo.
“No fue el diseño industrial el que modificó los hábitos
higiénicos y terapéuticos de las madres modernas, sino al contrario, fue el
desinterés de las madres modernas por el análisis pormenorizado de las heces lo
que llevó a los diseñadores a desdeñar aquellos inodoros. El aspecto político
del feminismo tiene hoy más presencia, pero en detrimento de su dimensión
cultural”, dice Noregal.
Cada vez que comulgamos con un inodoro, dice Noregal, lo que
ponemos de manifiesto es esa derrota incondicional de la mujer moderna: “Ya no
saben leer las heces; prefieren la intervención eficaz de un especialista –el
pediatra– en quien confían con ceguera incondicional”. El capítulo lleva por
título: “Victoria y derrota”. No queda claro si la victoriosa es la mujer y el
derrotado el inodoro, o viceversa.
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