Con el cierre de
alianzas empieza una virtual votación. Las presiones cruzadas
en opositores y
oficialistas.
Por Roberto García |
A partir de la semana próxima, se empezará a votar casi
inadvertidamente. Al menos, para un vasto sector de la sociedad. Votarán sin
saberlo, ya que vence el plazo para inscribir frentes o alianzas, del cual
uno solo luego será gobierno. Desde Perón, su facción eligió ese método
cooperativo para ganar, sin importarle si incluía a Lucifer en su lista.
También lo hizo Kirchner escarmentando con Cobos y lo había hecho Fernando de
la Rúa en el triunfo, descubriendo más tarde que llevaba a su propio Diablo en
la fórmula.
Esta futura oferta de saldos en siglas incorpora en pocas jornadas
posteriores los casilleros repletos de candidatos, la vasta mayoría elegidos
por sus propios aparatos, más exactamente por quienes mandan individualmente
esos aparatos (léase Cristina, Macri, eventualmente Massa y otros pocos sin
expectativas). Tanto personalismo en el poder, sin embargo, aparece
sometido al albedrío de lo que dictan las encuestas, bajo sospecha de
ser pagas en muchos casos: son esos sondeos los fabricantes de esas
candidaturas.
Si a esto se suma un cedazo posterior en las PASO, en las que se
prescinden minorías, se advertirá que el proceso de selección darwiniana no
ofrece alternativas a más de dos almas, a lo sumo tres, por cuya victoria habrá
divulgación, publicidad y entusiasmo en la creencia colectiva de que se opta
entre agosto y octubre por un candidato democrático. Como dicen los
resignados, es lo que hay; viene a ser la frase popular de una filósofa
doméstica: si querés llorar, llorá.
También, como saben menos de los más, habrá en la liquidación del
shopping electoral exclusivas listas para elegir candidatos al Unasur con tanta
anticipación y precaución deliberada que, sin dudas, puede compararse a la
forma en que Ricardo
Lorenzetti se hizo reelegir antes de culminar su mandato como
titular de la Corte Suprema o en que los corruptos directivos de la FIFA podían
fijar un calendario de mundiales por el resto de este siglo. Más que ver el
Mundial, les importaba cobrar la entrada. Lo de Unasur tan impulsado por el
oficialismo reconoce otras singularidades: hoy el Mercosur está colapsado,
amenaza prestar menos servicio a sus países miembros y, por si fuera poco, la
elección de sus parlamentarios se asemeja a un encubrimiento futuro, casi
inexplicable y privilegiado, para aquellos funcionarios que quizás se vuelvan
ex y observan ese destino como un aguantadero legal gracias a las inmunidades.
Aunque la semana próxima se determinan los dos frentes que polarizarán
luego la marea de votos y comicios que habrán de sucederse para que la voluntad
popular luego imponga al postulante
casi ya bendecido (Macri o Scioli), esos núcleos parecen bolsas de
plástico negro que en general no distinguen el vidrio del cartón, ni el
plástico de los residuos tóxicos. Albergan, claro, gente de pensamiento
distinto, actitudes diversas y contradictorias, conductas poco recomendables,
siempre según el clima y el ventarrón que les toca.
Mercenarios. En rigor, pueden ir en cualquiera de las dos alianzas –muchos ya
lo hicieron en el pasado, por otra parte–, casi mercenarios del negocio
político, tanto como sus propios jefes, diciendo pelear por representaciones de
multitudes a las que tratan como manadas, considerando propios y escriturados
territorios a gente de carne y hueso. Nadie se aventura a conjeturar que ahora
se vive esta situación antes habitual en la provincia de Buenos Aires. Hay
propensión del cristinismo a ese criterio, basta ver la propaganda y el gasto,
pero tampoco Macri se evitará esa tendencia si tiene al alcance la copa. Aunque
predica ciertas vergüenzas, nadie gana en todas las comunas porteñas como él
aislándose de esa tendencia. Si se quiere ganar, hay que llenar el tanque.
De ahí que la presunta
porfía con Massa transcurre más por nombres, listas y
prebendas, que por actitudes transparentes. Discusión anecdótica, ya que no hay
gurú inapelable que garantice, para la oposición, que es más ventajosa
la deserción de Massa que su continuidad como aspirante presidencial. Si
se queda, dicen unos, le quita más a Scioli, lo condiciona en una primera vuelta.
Claro que los de Macri presionan por otra razón: entienden que si se baja,
dispone el PRO la alternativa de convertir la primera en la segunda y, por lo
tanto, vencer. Dilema para matemáticos a sueldo.
Sorprende que esta venidera vorágine de marketing devenga, por último,
en posibles decisiones controversiales. Por ejemplo, la manía por semejar
juventud, complacencia y permisividad ante ese sector hoy tan influyente a la
hora del voto, como si cierta franja sufragara al revés de otras
Pero la moda todo lo puede y así, el radicalismo macrista ya anotó a
Lucas Llach como vice, el kirchnerismo tal vez haga lo mismo con Wado de Pedro
y el ingeniero del PRO postule a Marcos Peña. Un espíritu común para empoderar
cuarentones, desconocidos para la población, medianamente aptos, seguramente
más leídos que sus propios jefes, lo que en política no suele ser considerado
una virtud. Pero, ¿alguien pensó que uno de esos tres personajes podría ser
presidente de la Nación si su compañero de fórmula gana y, después, afronta un
tropiezo que lo inhabilita? Más que nunca, si se diera un proceso indeseado de
esas características, la solvencia democrática del país sería aun más
asombrosa.
Por suerte, Cristina otra
vez logra la ayuda celestial del Papa, éste hace decir que la saluda
por protocolo de jefe de Estado y no por una preferencia interesada, mientras
la verdad en la Argentina se escuchó de una sola boca cuando ocurrió la muerte
dudosa del fiscal Nisman: la pronunció una ignota empleada gastronómica, una
moza que debió ser testigo obligado ante la escena del crimen, cuando ante el
horror de las autoridades sostuvo: eso era un caos. Más o menos como en otros
lugares.
© Perfil.com
0 comments :
Publicar un comentario