miércoles, 10 de junio de 2015

FOUCAULT: LA FUERZA INSOLENTE

El filósofo que piensa no sólo en lo que está 
pasando sino también en lo que va a pasar

Michel Foucault llamó a desarrollar una ética individual y a
resistir los "aparatos de encierro" del estado de bienestar.
Jean Piaget lo definió como “un estructuralismo sin estructuras”. Foucault intentó demostrar que las verdades que la gente considera permanentes sobre la naturaleza humana y la sociedad cambian a lo largo de la Historia.

Sus principales influencias fueron Nietzsche y Heidegger. Del primero tomó la idea de que toda conducta humana está motivada por el afán de poder y que los valores tradicionales están perdiendo su dominio opresivo sobre la sociedad (“Dios ha muerto”). Del segundo adoptó la crítica al “actual entendimiento de ser tecnológico”. Tomó también de Nietzsche la idea de la investigación genealógica: debemos buscar el hilo que nos diga de dónde venimos, qué somos, en qué nos vamos transformando.

Las ideas tienen su genealogía, las ciencias humanas son “como una huella en la arena que borra la subida de la marea”. Aunque creamos que nuestras ideas van a estar ahí para siempre, han tenido su origen y su desarrollo. Morirán. En ese sentido se puede hablar, pues, no solo de la muerte de Dios, también de la del hombre.

Etapa arqueológica: excavar

El pensamiento de Michel Foucault tuvo tres etapas: él llamó a la primera “época arqueológica”, porque la dedicó a excavar capas históricas para analizar los discursos sociales que le interesaban. Empezó a desarrollarla en Locura y civilización (1960). Según Foucault, la civilización occidental, a partir de cierto momento, empezó a desarrollar políticas de exclusión contra los locos, los delincuentes y los enfermos, e instituciones para llevarlas a cabo: el manicomio, el hospital y la cárcel. Lo importante no eran los individuos afectados sino la justificación que de su exclusión hacían los cuerdos, los honrados y los sanos. Los “normales”.


Esto fue dando lugar a un sistema de control social perverso, cada vez más represivo, del cual todos somos cómplices. Incluso la escuela es una institución perversa, porque recurre a tácticas disciplinarias, entre ellas el examen. Para Foucault, “el examen combina las técnicas de las jerarquías que vigilan y las de las sanciones que normalizan. Permite calificar, clasificar y castigar”.

Le interesaba la figura del loco y las estrategias sociales destinadas a hacerle invisible. Según él, occidente, que en el pasado había considerado a la locura casi como una inspiración divina, reprimió toda su fuerza creativa al clasificarla como enfermedad. Encerrando y archivando al loco como a un objeto, la racionalidad moderna demostró lo que era: voluntad de dominio.

Etapa genealógica: desafiar

La segunda etapa, la genealógica, transcurrió desde 1969 hasta principios de los 80. En ella escribió Las palabras y las cosas (1966), una de sus obras más importantes, donde cristalizó su enfrentamiento con la modernidad y su rechazo al mito del progreso: la historia no persigue un fin, no tiene sentido. La de la cultura es discontinua y se organiza en torno a lo que Foucault llamaba “epistemes”. Cada episteme estructura los más diversos campos del saber de una época. “Cuando digo episteme, digo todas las relaciones que han existido en determinada época entre los diversos campos de la ciencia”. La sucesión de epistemes no implica progreso ni tiene sentido. Los individuos piensan, conocen y valoran dentro de los esquemas de la episteme vigente en el tiempo en que les toca vivir.

En Las palabras y las cosas describe tres epistemes occidentales muy claras. En la primera, que se mantuvo hasta el Renacimiento, “las palabras tenían la misma realidad que aquello que significaban”. Así, por ejemplo, en el campo económico, las cosas que se intercambiaban debían tener una estimación equivalente. Lo que se compraba debía valer tanto como el oro o la plata que se daban a cambio. En la segunda epísteme, siglos XVIII y XIX, los vínculos de equivalencia entre las cosas se rompieron. En todos los aspectos económicos, también en el de la moneda, el valor intrínseco dejó de ser importante y pasó a ser solo representativo. Y a partir del siglo XIX se empezaron a buscar las estructuras ocultas bajo lo real: el valor de un bien se medía por el trabajo necesario para producirlo, no por el dinero.

Etapa ética: liberarse

La tercera y última etapa de Foucault, la ética, empezó con la publicación de Vigilar y castigar, aunque sus obras más importantes fueron las últimas que escribió: Historia de la sexualidad, Volumen I: Introducción (1976), El uso del placer (1984) y La preocupación de sí mismo (1984). Forman parte de una proyectada historia de la sexualidad en cinco tomos que no llegó a terminar. Los dos últimos publicados sorprendieron por su estilo casi tradicional, su material de análisis (textos clásicos griegos y latinos) y, sobre todo, su interés por el sujeto, un concepto que hasta entonces no le había interesado. En esta obra, Foucault rastreó el modo en que las personas se han ido identificando como seres sexuales en las distintas épocas. Y relacionó el concepto sexual que cada uno tiene de sí mismo con su vida moral y ética. Su idea era demostrar que en occidente se ha desarrollado un nuevo tipo de poder, al que llamó biopoder: un complejo sistema de control que los conceptos tradicionales de autoridad son incapaces de entender porque, en apariencia, no reprime la vida, sino que la realza.

Esto le llevó a reflexionar sobre la ética: “¿Cómo puedo constituirme en sujeto ético, en agente moral?”, se preguntaba. Y animó a la gente a resistir ante lo que llamaba los “aparatos de encierro” del estado del bienestar, a desarrollar una ética individual en la que cada uno condujera su vida de tal forma que los demás pudieran respetarla.

© Filosofía Hoy

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