domingo, 17 de mayo de 2015

Los tres mitos que engañan a la política

Por Jorge Fernández Díaz
Ninguno de los candidatos me representa, se sincera "el Chino" Navarro. Scioli es un neoliberal conservador y Randazzo es un Judas malparido que traicionará a Cristina, agrega Luis D'Elía. Y Mariano Recalde remata: "No estoy con ninguno de los dos, soy kirchnerista". El líder del Movimiento Evita, el piquetero oficial y el delfín de La Cámpora se atreven a decir en voz alta lo que el resto de sus compañeros callan por miedo o prudencia táctica.

Y la verdad es que hoy resulta bastante difícil imaginar a Carta Abierta celebrando con euforia y banderitas en el Obelisco la noche estrellada en que acaso triunfe un simpático heredero de Menem, que es capaz de desandar muchas de las políticas oficiales y hacerse el nudo de la corbata con una sola mano.

Esta incomodidad militante, que la Presidenta quizás intente atemperar con una candidatura testimonial en busca de fueros, echa por tierra el extendido mito según el cual este ciclo histórico continúa después de diciembre. Si llegara eventualmente a triunfar quien por ahora encabeza las encuestas, no estaría ganando el kirchnerismo, sino un candidato con relato propio, que tiene la lógica de una celebridad, planes muchas veces antagónicos al Gobierno, y que sin dudas impondría desde la máxima posición una nueva cultura política.

El principal argumento en contra de esta evidencia, enarbolado tanto por cristinistas como por opositores, está a su vez basado en un segundo mito, según el cual este ajedrecista naranja se encontrará inexorablemente condicionado por Cristina Kirchner, sus socios capitalistas y los jóvenes guerreros que ha infiltrado en la burocracia estatal y en el Congreso. La idea de que los empleados lograrán ponerle palos en la rueda al patrón que firma sus sueldos, que dispone de sus destinos, congelamientos y ascensos, y que tiene la facultad vía decreto para despedirlos de inmediato es difícil de creer. ¿De quién deberá cuidarse Scioli, de UPCN? En cuanto a los empresarios fabricados desde el poder, todos ellos necesitan para sobrevivir y crecer no contrariar mucho al Poder Ejecutivo. Hasta los capitalistas del juego son vulnerables a un cambio de legislación o a una mínima modificación de las normas dictada en Balcarce 50 durante una tarde de hastío.

¿Quién podría paralizar los proyectos del nuevo presidente? ¿Los legisladores? Algunos. La mayoría, sin embargo, dependerá en buena medida de sus jefes políticos territoriales, y no hay gobernador ni intendente en la República que no se vea obligado a negociar subsidios, obras, regalías y coparticipaciones en la mismísima Casa Rosada. Es relativamente fácil canjear esas prebendas y beneficios por apoyo a cualquier ley después de que el kirchnerismo voló en pedazos el sistema federal e instauró este férreo unitarismo que se maneja desde la Jefatura de Gabinete y el Ministerio de Planificación. Una de las cosas positivas que logró la "década ganada" fue fortalecer la autoridad presidencial, y una de las malas es haber concentrado en la mano del jefe del Estado superpoderes únicos y demoledores.

Néstor y Cristina hicieron del sillón de Rivadavia la silla de Superman, y en ese comando omnipotente, en ese verdadero trono con atribuciones de monarca, se sentará a fin de año su sucesor. Que dará por finalizado el proyecto anterior y establecerá sus propias reglas. Tratándose de Scioli lo más probable es que el proceso no sea traumático, sino progresivo, cortés e invisible. Pondrá un escudo judicial para que nadie llegue a Cristina ni a su círculo íntimo, y seguirá pagando las expensas de sus principales soldados, pero al mismo tiempo manejará el cuartel a su manera. El cristinismo, por supuesto, no se extinguirá y su futuro quedará definido en la pericia o la ineficiencia que demuestre su socio indeseado. Les conviene, desde ya, que al nuevo rey le vaya relativamente mal, para así cumplir el ideal de ser añorados y estar en condiciones de regresar con todo.

Lo curioso es que excepto aquellos salvoconductos judiciales, Macri y sus aliados dispondrían casi de las mismas chances de gobernabilidad. El kirchnerismo construyó un castillo inexpugnable, que está lleno de armas extravagantes pero efectivas, y acostumbró al sistema político a bailar por la plata. Esa obra genial de la maldad será heredada por sus enemigos, y utilizada en breve contra sus creadores. Alrededor de este asunto, surge el tercer mito: ya están definidas las elecciones. No es cierto, todavía la coalición opositora tiene grandes posibilidades de imponerse. El partido recién comienza, a pesar de que el sciolismo tiene seducido al "círculo rojo" y le ha hecho creer que su encumbramiento es inevitable, independientemente de los aprontes y sorpresas que presentará la oposición y de los accidentes que la agenda real deparará al oficialismo en estos meses electrizantes.

Tanto se impongan unos como otros, lo cierto es que marchamos hacia un ciclo en el que el discurso público carecerá seguramente de sesgo ideológico. Scioli no lee Página 12 y Macri no lee LA NACION. Uno encarna el pragmatismo pedestre peronista y el otro se ve a sí mismo libre de humo y de cualquier tradición ideológica. Esto tiene aspectos positivos (el sentido común reemplazaría al prejuicio y la tontería) y negativos (se obturarán las discusiones profundas que los argentinos tenemos pendientes). A estas características se agregan dos factores, uno electoral y otro oportunista, que propenden a igualar a cualquiera en una misma gelatina bullanguera donde todos danzan y todos son amigos: Scioli se tiene que cristinizar, pero haciéndole guiños al antikirchnerismo, y Macri se tiene que peronizar, pero sin espantar a los republicanistas; uno representa la continuidad con cambio y el otro encarna el cambio con continuidades. Los emigrantes del massismo pueden, por lo tanto, estacionarse bajo cualquiera de las dos sombras. Se cree que si el espacio de Massa quedara licuado, el 60% de los dirigentes se iría al Frente para la Victoria, y el 60% de los votantes, con el Pro y los radicales.

Estos pases súbitos y esta igualación discursiva muestran que no hay verdaderas ideologías en pugna; también que la alternativa de un chavismo light se aventó definitivamente. A pesar de eso, quedó en pie el riesgo de una democracia de partido único, con un PRI nacional en el que el peronismo se sucede a sí mismo sin permitir la alternancia. No se trata de una mera diferencia de estilos ni una confluencia de temperamentos, sino de entregarse a la peronización eterna o hacer cirugía en el disco rígido del sistema. En esto último, Macri actúa por convicción genuina, aunque habrá que ver si la sociedad está dispuesta a acompañarlo. Tal vez la gente tenga fiaca, no quiera remar, siga perezosamente la inercia y lo deje por el camino. Después de una gesta, se verá si el pueblo abraza otra gesta o pide un recreo. Scioli sugiere hacer la plancha, plantarse en cinco; Macri propone ser más ambiciosos y pedir cartas, con el riesgo de pasarse del siete y medio. Quienes durante estos años participamos, con espanto y fascinación, de la batalla cultural para imponer o resistir la chavización, deberíamos despedir el año con una fiesta conjunta, donde brindar por los puntazos que nos dimos, mostrar las cicatrices para cauterizarlas y sentarnos a observar el espectáculo. Porque será un espectáculo nuevo, extraño e impredecible.

© La Nación

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